EL SOUVENIR DE LOS ESPEJOS

The Souvenir, Joanna Hogg (2019)


por Orisel Castro

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Años ochenta. Imágenes en celuloide. Blanco y negro. Un muelle británico. La bruma.

Él apareció casi imperceptiblemente en medio de una fiesta en su casa. Julie filmaba con su Bólex y los trozos de 16mm granulado se colaban como pedazos de memoria. Las conversaciones inconclusas daban la impresión de haber quedado ahí, latentes, en los pequeños cuadros de una película hasta que la autora empezó a reconstruir su recuerdo.

Mi amiga me había hablado de Joanna Hogg y en MUBI llegué a su obra, Unrelated (Hogg, 2007). La protagonista hacía el ridículo entrañablemente y uno podía notar algo de autoetnografía en una observación tan íntima y precisa. Entonces lo supe: esa mujer es capaz de contarte un secreto así, vergonzoso, hacer que te identifiques y te veas desde afuera y desde adentro. Muy desde adentro.

En 2019 se estrenó El souvenir con Honor Swinton Byrne y su madre, Tilda Swinton. Demás está describir la fuerza de ese rostro de Tilda y la alquimia de verla junto a su hija de verdad. Ella es real. Aunque parezca salida de un poema de Ezra Pound, ella es la poeta. Pero Tom Burke es igual de inolvidable, un galán misterioso, casi sádico, que despierta todas las emociones entre la curiosidad, el miedo, el rechazo, la seducción, la dulzura, la lástima, el amor, la belleza de la melancolía.

Julie es Joanna Hogg a los 24 años, cuando empezaba a estudiar cine y a definir su mirada en el cine. El asunto es central en la película. La discusión sobre la postura de quien quiere salirse de su mundo y hacer crecer sus horizontes atraviesa el metraje. Así se nos presenta por segunda vez a Anthony, tres cuartos de espaldas tomado el té y preguntando si lo que quiere filmar Julie es un documental. ¿Es un documental? ¿Quién es más real como personaje? Julie es cuestionada y se cuestiona a menudo sobre su acercamiento. ¿Va más allá que un safari de clase? ¿Cómo se puede ser honesto en el arte y mirar afuera del propio mundo, de la propia burbuja del privilegio?

Ella es especial, eso está ahí desde el inicio. Vemos lo que mira y el espejo nos devuelve su modo de transformarse mientras filma, mientras escucha, mientras descubre, se alegra o sufre. Desde sus ojos nos enamoramos de Anthony, poco a poco, un souvenir tras otro, peligrosamente y exponiéndonos al ridículo o al desencuentro. Los ojos de Anthony nos traen la imagen más hermosa de Julie, como cuando esperamos vernos reflejados en las pupilas del amante. Su fragilidad es su fuerza. Julie se arriesga, se expone, se humilla y eso es lo que nos acerca.

Julie está dispuesta a entregarse, a pagar, a someterse y a besar su mano, arrodillada, cuando él le ha robado todo, hasta la cámara, que era lo más importante. Anthony la lleva a ver un cuadro de Fragonard. Es “El souvenir”. Una muchacha inscribe el nombre de su amado en un árbol. ¿Está triste? Según él luce decidida y muy enamorada. Ella repite cómplice: “muy enamorada” y ahora sabemos que habla de sí misma. Julie inscribe ese amor en el celuloide, reflejando el gesto.

Él es un héroe romántico a destiempo y está presto a autodestruirse. Julie no es la heroína que él necesita pero ella nos cuenta los detalles del romance como la amante que duda de si el otro se le ha entregado completamente. El virus arrebatado está ahí no sólo para acabar con él sino con su amor a favor de una intensa impresión estética. El souvenir de un éxtasis. Desde afuera y desde adentro al mismo tiempo.

Es un encuentro de estetas. El artista que se observa, que se ve enamorarse. Pero Julie se atreve a vivirlo y esta experiencia la saca de aquella burbuja que la asfixiaba al inicio. El amante es el mentor, es su musa y al final, es el recuerdo traumático y violento que marca este retrato de una artista adolescente.

Hay muchos reflejos para mirar de forma indirecta, distorsionada. Como ver en la cara de la madre el dolor de la protagonista que nos da la espalda, exhausta. En el último plano, con luces de ficción y puesta en cámara para un monólogo, la verdad está en la tangente. Julie, la directora, nos mira de frente. Nos quedamos con esa huella que talló la muchacha en el tronco del árbol. O con el rostro de Anthony, en textura de impresión fílmica, mientras se cierra la puerta del elevador y nos deja a solas con el espejo roto.

Orisel CastroComment