"NOS PARECEMOS A LOS QUE AMAMOS"

El recorrido vital de Antoine Doinel


por Julia Scrive-Loyer

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Mi relación con Antoine Doinel empezó como empiezan casi todas mis relaciones: “¿Me quiero casar con él, o quiero ser él?” Nunca logré responderme a esa pregunta, generalmente nunca puedo. Pero Jean-Pierre Léaud me la respondió indirectamente, en una entrevista que vi donde le preguntaban cuánto de Truffaut había en él, a lo que él dijo: “nos parecemos a los que amamos”. 

No recuerdo si la primera vez que vi Les 400 Coups ya amaba a Truffaut - es decir, si ya le había visto alguna peli -, pero sí recuerdo que esa misma noche fue mi primer beso. Me pareció lindo que el mismo día en el que Antoine Doinel llegaba por casualidad al mar con el que siempre había soñado, yo llegaba también a un momento que llevaba meses esperando.

Siempre he querido hacer una sesión completa de todas las aventuras de Antoine Doinel, empezando por la última y terminando con esa mirada a cámara de Les 400 Coups. Aun no lo he hecho, pero invito a que lo hagan y que me cuenten su experiencia. Siento que de alguna manera, la mirada ya cargada de Doinel, se llenaría de aun más tristeza pero sobre todo de alegrías. 

L’amour en fuite (1979) - No sé por qué lo que más recuerdo de L’amour en fuite (la única que solamente he visto una vez, hace ya una década), es una escena en una estación de tren. Creo que recuerdo particularmente esta escena por la presencia del tren, que me remite directamente a una frase que me encanta de La Nuit Américaine (1973): “Las películas avanzan como trenes, ¿entiendes? Como trenes en la noche”. A parte de eso, recuerdo las obsesiones de Truffaut - las mujeres, enamorarse del amor, y la autoficción. 

Domicile Conjugal (1970) - Amo esta peli. Para mí, es la que más se parece a la vida. Fragmentos de un matrimonio entre un hombre que no ha dejado de ser niño y Christine - “eres mi hermanita, mi hija, mi madre”, le dice Antoine Doinel cuando están separados. “Me hubiese gustado ser también tu mujer”, le responde Christine como sólo ella sabe responder a las cosas. Quedan en mi memoria la imagen de ellos dos cenando compota en la mesa del comedor, las conversaciones de ventana a ventana, una foto de Nureyev. Pero sobre todo quedan aquellas repetidas conversaciones telefónicas cuando Doinel se da cuenta en el medio de una cena de que lo que quiere es estar con Christine. 

Baisers Volés (1968) - La película en la que Antoine Doinel cumple mi sueño de ser detective. Donde aprende a hablar inglés mirándose fijamente al espejo. Donde repite su nombre una y otra vez mirándose fijamente al espejo. Donde se enamora de los padres de Christine, pero también se enamora de Fabienne Tabard, que le dice que ella “no es una aparición, es una mujer. Es todo lo contrario.” Donde Christine le enseña a Antoine a ponerle mantequilla a las tostadas (se me derrite el corazón de sólo recordar ese momento). Creo que esa sigue siendo para mí la imagen del amor: “yo te enseñaré todo lo que sé y tú me enseñaras todo lo que sabes”, le dice Christine. 

Antoine et Colette (1962) - De los muchos oficios que tiene Antoine a lo largo de su vida, en ese momento trabaja haciendo vinilos. Antoine mirando a Colette durante el concierto. Antoine enamorándose de los padres de Colette. Los padres de Colette acompañando a Antoine cuando ella le rompe el corazón en vivo y en directo. 

Les 400 Coups (1959) - No hay nada que no sea digno de recordar, pero prefiero siempre recordar los momentos lindos. Como Antoine haciendo una promesa con su mamá y encendiéndole una vela a Balzac. Antoine fugándose de clase de deporte en esa secuencia hermosa acompañada por la música de Jean Constantin. René viajando en bicicleta desde la ciudad para visitar a su mejor amigo, pero no logra verlo. París alejándose ante la mirada de Antoine mientras se lo lleva el carro de policía. Antoine corriendo de una manera que siempre me pareció envidiable, viniendo de alguien que también se escapó de clases de deporte. Y finalmente Antoine llegando al mar, de manera inesperada, y volteándose hacia nosotros para mostrarnos su asombro y su eterna mirada de niño.

Hay un poema que siempre recuerdo mal, que me recitó una vez mi maestro Francisco López Sacha, un sábado en su casa. Yo tenía que tener unos 16 años y, ambos sentados en mecedoras, interrumpimos nuestra clase one-to-one sobre Literatura Metafísica porque él había visto que llevaba varios sábados tristes. Tras una pequeña introducción me recitó un poema que si no recuerdo mal - y probablemente recuerde mal - había escrito un amigo suyo y que decía en algún momento: “la vida es una caja que llenamos de juguetes”. Sólo quería decir eso. Ah, y gracias Truffaut.