EL VERANO Y LA ALEGRÍA DE FILMAR


por Gabriel Quiñones

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En momentos como el que vivimos ahora, hay películas que sirven de refugio, un escape de nuestra realidad a nuevos universos en los que cada gesto es un descubrimiento. Aquel Querido Mes de Agosto (2008), dirigida por Miguel Gomes, es una de ellas. “En el corazón de Portugal el mes de agosto vibra de actividad. Los emigrantes regresan a casa, encienden hogueras, lanzan fuegos artificiales, cantan karaoke, cazan cerdos, beben cerveza y procrean. Por otro lado, un director de cine intenta hacer una película con estas mismas personas.”¹​ A medida que se desarrollan estos acontecimientos, se revela ante nosotros una experiencia audiovisual que nos hace sentir presentes dentro de la propia imagen y desafía los límites entre lo real y lo ficticio.

El filme está dividido en dos partes, en la primera, se observa parte del proceso de realización de la película, discusiones entre los miembros del equipo, entre el director y el productor, la búsqueda de actores, momentos de ocio, etc. La segunda parte cuenta una historia de amor entre los integrantes de una agrupación musical de aquel pequeño pueblo. Con una banda sonora compuesta por una veintena de canciones, esta película retrata las festividades veraniegas tradicionales en el Portugal rural.

La primera vez que la vi, me recordó mucho a las fiestas patronales que se organizan cada año en el pueblo de dónde viene mi familia, Santiago Rodríguez. Son muchas las similitudes, y estoy seguro de que habrá elementos comunes con otros pueblos también, pero al escuchar el sonido del acordeón no pude evitar imaginarme esas escenas al ritmo de un perico ripa’o. Un sentimiento de familiaridad mezclado con extrañamiento se mantuvo en mí a lo largo de toda la película. Al revisitar el filme recientemente, el sentimiento fue otro; la nostalgia del verano que pudo haber sido de no ser congelado por la pandemia. Sin embargo, creo que en eso también radica la belleza del filme, en el encuentro de una felicidad cargada de saudade.

Las vacaciones, las fiestas, el regreso a casa, el amor, son todos elementos que a pesar de los conflictos crean un ambiente cargado de alegría. Y si nos preguntáramos, ¿cómo se ve la felicidad? pareciera que Miguel Gomes nos brinda al menos una respuesta posible en la imagen de esta película. El movimiento hacia nuevos paisajes tintados de espuma, la magia de un concierto, la luz suave del atardecer reflejada sobre el agua, la arena, el misterio de la noche, una mirada, una sonrisa, instantes fugaces capturados por una cámara que observa con la nostalgia del celuloide.

Según Gomes, la primera parte del filme no estaba en el guion. Ante la falta de presupuesto para hacer la película, tuvo que decidir si posponer el rodaje o filmar de cualquier manera. Por lo tanto, la primera parte de la película surge como un accidente. Ser parte de la película se convertía en una cuestión de justicia, debido a que ellos también se habían convertido en parte del entorno que estaban filmando. Gomes afirma que esta fue quizás la decisión más importante de su carrera, liberándolo de muchas ataduras y determinando su forma de hacer cine de ahí en adelante.

Con un espíritu documental, el filme da la bienvenida a la manifestación del azar dentro de la imagen, siguiendo a sus personajes y explorando los espacios con un ritmo pausado y contemplativo. De esta manera, captura la belleza de las acciones cotidianas con las que se construye el relato. En este sentido, destaca también el uso de actores locales, quienes cargan con su propia esencia natural que es transmitida hacia los personajes. En algunos momentos, sus voces son usadas como una especie de coro, que permite pensar más allá de los límites de la imagen e ilustra una idea del contexto en el que se desarrolla el filme. En medio de este universo, llega un punto en el que es muy difícil discernir entre lo real y lo ficticio, de hecho, deja de importar si el objeto registrado es real o no, debido a que se ha creado una nueva realidad cinematográfica. El filme ha cobrado vida propia.

Con Aquel Querido Mes de Agosto Miguel Gomes nos regala un tipo de cine sin ataduras, permeado por un espíritu de búsqueda y encuentro con lo real que además de una forma de hacer cine evidencia también una forma de relacionarse con el mundo. Este es un cine que desafía las categorizaciones mercantiles y que se desprende de muchas convenciones sobre lo que debería ser una película. Como afirma su director, “la película también trata sobre la felicidad de tener la posibilidad de hacer una película”, “liberado del guion y todo eso, intentando construir la película mientras se filma [...] esto trae felicidad, también trae un poco de dolor de cabeza, pero trae felicidad.”²

Finalmente, además de ser un viaje a través de un verano portugués, es una película muy hermosa, que hace pensar sobre la belleza dentro de lo cotidiano, nuestras propias costumbres y lo feliz que se puede ser cuando se está filmando.


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