LOS NIÑOS LOBO

La libertad escondida


por Rita Lozano

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Los niños lobo es una película que, como un buen cuento de hadas, nos habla de la vida y de sus vicisitudes de una manera endulzada. Envuelta en una fantasía como un eufemismo, en donde el diseño de personajes es poco elaborado, a mi parecer, pero con una animación infectada de deliciosos pequeños detalles que pueden o no, pasar desapercibidos para el espectador, nos muestra algunos aspectos de la libertad que podemos transpolar a distintas situaciones: geográficas, sociales o personales. Esta película del 2012, dirigida por Mamoru Hosoda, pareciera que cuenta una historia extraordinaria, pero habla también de la grandeza escondida en la cotidianidad, donde realmente vamos construyendo la libertad.

Y es que la libertad se puede plantear desde distintos ángulos: no sólo es decidir lo que quieres o correr sin ataduras, aunque estas sean representaciones claras e idealizadas que también se abordan en esta cinta. Sino que, con una mirada más profunda, aún esas acciones obedecen a lo que se plantea en el interior de cada individuo — a la voluntad, la cual posteriormente nos compele al querer o al deseo. Fluir desde ese deseo íntimo que nace de lo más profundo de nuestro corazón a la acción, a veces pasa después de mucho pensar las cosas, en ocasiones sucede de manera natural e incluso puede acontecer sin que te des cuenta, impulsado por factores tanto internos como externos. El cerebro es una maquina de soluciones y todo el tiempo está decidiendo de manera natural, fluyendo a la par de esos deseos gestados en la voluntad. Entonces, ser libre es también respetar esos deseos y realizarlos aunque te digan que no, aunque sea algo tan natural como sonreír. Un personaje y por lo menos dos diálogos nos recuerdan en esta cinta que incluso la sonrisa puede ser un espacio de singularidad, rebeldía y postura ante la vida.

También nos muestra que hay cierta libertad que no notamos. Si bien es cierto que la mente puede ser libre, independientemente de la condición física o situacional, locación, restricción o simplemente con todas las limitaciones que supone estar ceñido a un entorno cultural determinado, nuestro campo de acción diario es un cúmulo de pequeñas libertades, con las que vamos construyendo tanto a nuestra persona, como a la vida misma, cada persona desde su lugar único e irrepetible en el universo. A veces no las notamos, pero en lugares donde aún hay opresión de algún tipo, no todos las pueden ejercer y entonces son muy notorias: desde elegir con quien estar, dónde vivir, o aún cosas más “fáciles” como el vestir, expresarse, jugar o cómo ser. Suelen ser tan ordinarias y cotidianas, que uno de los personajes lo resume muy bien en una frase: “hay libertad dentro de tu casa”. Y mientras las cosas apabullantes de la vida suceden, la existencia está llena de cosas mínimas y hermosas, como el simple dibujo esmerilado de un vidrio, las nubes en constante movimiento o el cansancio y el dolor cuando te esfuerzas por un objetivo.

Con un consumo ingente de contenido mediático 24/7, actualmente podemos ver las historias como una sucesión de hechos, tal cual si fuera una comida más del día, misma que puedes disfrutar o no. Pero esta película, aunque sencilla en primera instancia, merece un poco más de detenimiento. Tanto el guión como su hechura han tenido el cuidado de recabar varios elementos y amalgamarlos como en un terrario eterno, para que la vida sea posible. De esta manera, nos muestra que la libertad tiene un precio, que generalmente es la consecuencia de las acciones, con esta belleza velada por la sencillez que plantea Hosoda, casi resignada entre las variables del azar de la vida y nuestro transcurrir en este mundo, nos evidencia que el equilibrio se puede romper y los accidentes suceden, sin que las mariposas dejen de volar. Que el llanto hondo e inmenso de la pérdida empaña la mirada como un vidrio que rebosa de agua fresca de lluvia. Que cada quien tiene el derecho a aprender de este mundo las cosas que necesita de la manera en que mejor se acomode a sus necesidades y por ende, las versiones de esta vida son tan distintas como personas en el mundo. Que de algún modo somos entes sociales, sin importar con quien convivas. Y con tantas posibilidades, que hay que aceptar la sutil y terrible realidad de que ciertas variables pueden detener este viaje en busca de la libertad que se llama vida, ya sea por nuestra fragilidad, la naturaleza, o tantas otras cosas que pueden suceder, incluyendo las decisiones propias. Lo cierto es que tanto el ser humano como todas las demás criaturas de este mundo nacieron para ser libres y buscarán esa libertad sin importar los límites que circunstancialmente tengan; como si fuéramos un cúmulo de existencias diversas convergiendo en un mismo espacio y lugar, fluyendo imparables en pos de la libertad, de manera consciente o inconsciente, activa o pasiva, pero irremediable. Cada quién donde esté y a su manera.

Ser conscientes de la libertad que poseemos, es tal vez el paso más importante para disfrutarla, porque a veces puede pasar desapercibida entre las ocupaciones diarias y el tiempo pasado, a la larga, siempre adquiere la ilusión de ser breve como una copa de vino que ya se ha bebido. Para una de las protagonistas, 12 años se perciben apenas como un instante y puedo decirles en mi experiencia, que medio siglo también. Es una película sencilla y compleja a la vez, profunda y ligera. Mi secuencia favorita es la toma subjetiva de los lobos corriendo por la nieve, apenas dura unos segundos, pero es hermosa. Si pudiera resumir esta película en una frase, diría que la libertad es enfrentar la belleza y la fealdad de nuestras acciones con el mismo corazón dispuesto con que tomamos las decisiones que nos llevaron hasta ese punto. 


Rita LozanoComment