EL PASTO HIZO DESAPARECER LOS CAMINOS

O Som da Terra a Tremer (1990) de Rita Azevedo Gomes

Altiplano (2018) de Malena Szlam


por Sofía Hansen

Pareciera como si alguien hubiera estado registrando los ruidos de la tierra durante años, grabando entremedio de las acumulaciones de suelo, y formara un sonido compilado que ahora retumba, y se dispersa cuando aparecen las imágenes de Los Andes en el film Altiplano (2018) de Malena Szlam. Se distinguen capas de arena, de cielo, en la superficie de la tierra, o de la luna. La luna se superpone al suelo y aparece el verde, el azul y el naranjo, en un retrato de lo que guardan los sedimentos. Una geografía en constante movimiento, que bulle, que vibra, y cambia.

“Pero ahora, por el pantano cercano, los juncos y el musgo lo han invadido todo.”, cuenta una voz, mientras resuena el viento al inicio del film O Som da Terra a Tremer (El sonido de la tierra al temblar, 1990) de Rita Azevedo Gomes. Un escritor no consigue escribir la historia de un marino, Luciano, ya que el tiempo se lo impide. Y mientras avanza la película, la historia del escritor y la que intenta escribir, más juntas se mantienen.

Vemos una imagen en negro, que va tapando y destapando el horizonte que hay detrás. Y así como “el musgo lo ha invadido todo”; en Altiplano, los destellos de negro de la misma cámara, instantáneamente, hacen desaparecer la película, al igual como el silencio rítmico resalta, luego se aleja.

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Ambos films incitan a adentrarnos cada vez más, a mirar elementos determinados —como pueden ser unos granos de sal, los minerales de una roca, algo así como un coral debajo de una lupa, o los metales de un río—, los cuales se integran dentro de territorios amplios e indefinibles, y que sólo se pueden llegar a concretar debido a las relaciones que se establecen con el entorno, el cuerpo que se mira, y su contexto histórico.

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Las formas del desierto, de los valles y de las montañas en las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá y Antofagasta en el norte de Chile, relata¹ Malena Szlam, fueron y son motivo en la conformación del pensamiento de los pueblos-naciones originarias que habitan esas zonas. Los Diaguita-Calchaquí, Atacameño, y Aymara, poseen en su lenguaje, en su visión del mundo, los colores y texturas de esas tierras, las cuales han sido colonizadas, explotadas y hasta el día de hoy, saqueadas por las empresas mineras extractivistas de litio. 

A su vez, no existe una regularización de parte del Estado de Chile sobre el derecho fundamental del agua, la cual es usada por las industrias mineras, provocando sequías en la zona. Y como manifestó el Pueblo Atacameño Lickanantay: "afectan la salud de las comunidades aledañas, produce contaminación y desechos altamente tóxicos perjudiciales para la naturaleza y los seres humanos. Se ven violentados derechos, como el derecho a la vida y a existir, derecho al agua como fuente de vida, derecho a la salud integral, derecho a estar libre de contaminación, polución y desechos tóxicos radioactivos”².

Una cámara pareciera como si explorara el territorio. Se ve un río de tonos rojizos, cobre, que simula a un río de sangre. Reaparece la luna y el paisaje arenoso. Un movimiento se produce en las panorámicas fijas a partir de sonidos subterráneos, pedregosos en erosión, que dan la sensación de que todos los elementos de filmación estuvieran a disposición del lugar, o incluso, como si fueran parte de él.

Tal como la tierra se deforma y el agua cambia su velocidad, el tiempo impide al escritor terminar su historia, e impide a Luciano, el marino, contemplar. La cámara no explora ni descubre, sino que observa los paisajes, desde una mirada que se fija en aquello que permanece, o que quiere permanecer. 

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De todos los paisajes, prefiero las planicies.
Y todo era tan corto. Largos meses de mar volaban como breves días. Las horas no pueden pasar más sobre aquellos que viven en un instante lo que han vivido toda su vida. De todas las planicies, prefiero las más monótonas.
Debería haber hecho largos viajes para encontrar una tierra de pantanos. Para encontrar países de aguas estancadas.
No estoy triste.
— Extracto del diario del marino, que el escritor escribe.

El sonido de la tierra al temblar reúne variedades de elementos que la componen, como lecturas de esbozos del escritor, la propia narración, relatos poéticos, pasajes sonoros, imágenes que sugieren otras, y obras pictóricas que se cruzan en los encuadres. Mientras vemos la película, son estos los elementos que nos llevan a mundos que se mezclan con nuestras propias vivencias. Al igual como cuando se sale de la sala de cine, el tiempo del film se diluye y comenzamos a ver con otros ojos lo que nos rodea.

Toda esta variedad de lenguajes generan una reacción rizomática: a pesar de terminarse el film, éste continúa sobre lo que venga después. Una película vista tras otra generó una relación entre ellas. Y es así, como una se podría imaginar que Altiplano aparece de repente, en ciertos momentos en O som da terra a tremer.

Esta lenta araña arrastrándose a la luz de la luna, y esta misma luz de la luna, y tú y yo cuchicheando en el portón, cuchicheando de eternas cosas, ¿no hemos coincidido ya en el pasado? ¿Y no recurriremos otra vez en el largo camino, en ese largo tembloroso camino, no recurriremos eternamente? Así hablaba yo, y siempre con voz menos alta, porque me daban miedo mis pensamientos y mis traspensamientos.
— Jorge Luis Borges. (1936). La doctrina de los ciclos, II. En Historia de la eternidad.

Altiplano trabaja sobre la relación que existe entre lugar y lenguaje. Una lengua olvidada, pero que persiste allí, en los paisajes visuales y sonoros. El sonido de la tierra al temblar sobre lugares lejanos, en sueños o imaginaciones, que de alguna forma están en nuestro recuerdo.

El accionar de los geysers, la mirada de la cámara que se fusiona con Los Andes, la transformación que sufren los elementos naturales, y la materialidad de la película con sus veladuras (que provocan saltos en el tiempo entre cada plano), hacen que el registro que fue filmado en un momento preciso, se convierta en el cruce entre dos tiempos; el de hoy y el de la memoria. Como cuando las imágenes de dos tierras distintas se unen gracias a una sobreexposición, y generan una imagen sísmica. Y esa misma reverberancia da vueltas al inicio de O Som da Terra a Tremer, donde una cámara se acerca a una ventana que da al mar, mientras una voz dice; “Muchas veces pasamos por el mismo camino. Nos repetimos. Miramos la misma plaza a través de la ventana. A la misma hora. Y nunca es igual, aunque siempre es lo mismo. Irreconocible”.

Y tal como una película sigue ocurriendo luego de terminarla, el sonido que la tierra hizo en un momento, perdura hasta hoy, extendiéndose, pero de forma distinta. Provocando imágenes que se quedarán ahí, como un recuerdo, que no es pasado, sino presente.

“A tres kilómetros al sudeste de Matilla existió hace siglos, un pueblo de indios, que fue destruido por un terremoto, no quedando hoy en día, ni el más remoto vestigio de su existencia, pero al pasar por este sitio, se oye un ruido extraño y parece que la tierra se fuera a hundir”³, cuenta un mito, por la provincia de Tarapacá, en el norte de Chile.

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¹  https://vimeo.com/346221827
² http://www.lickanantay.com/#!/-noticias/
³  Oreste Plath. (1973). Geografía del mito y la leyenda chilenos. Chile: Nascimiento.

Imágenes extraídas de:

https://www.artforum.com/print/201903/ara-osterweil-on-malena-szlam-s-altiplano-2018-78673
https://wimblu.com/volumen-3/paisaje-que-habla/
http://www.elumiere.net/archivo.php

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