YOUNG MR. LINCOLN Y MR. SMITH VAN A WASHINGTON


por Julia Scrive-Loyer

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Normalmente, cuando me preparo para escribir un artículo sobre una peli en particular, empiezo por recaudar un montón de bibliografía. Es quizás una de mis etapas favoritas al escribir. Sin embargo, hoy me siento a escribir absolutamente desarmada de cualquier referencia u opinión externa. El único referente que necesito es la realidad. Me he topado con toda clase de cínicos en los últimos años. Y sí, es fácil entender de dónde salen, dada la situación mundial de los últimos milenios. Es verdad que en lo que me concierne a mí personalmente, puedo ser cómicamente pesimista la mayor parte del tiempo. Pero en cuanto al mundo, siempre he insistido en abogar por una dosis de idealismo. Como resultado, me han culpado de ser “infantil” o incluso a veces “simplista”. Puedo aceptar lo primero, pero mi idealismo está basado justamente en contra de lo segundo. Nada, absolutamente nada, es sencillo — y creo que justamente ahí está la esperanza.

Me perdonarán mi gringocentrismo en estos momentos — lo aborrezco cotidianamente —, podría haber elegido películas que amo de cualquier otra parte del mundo. Pero justamente quería elegir dos relatos sencillos, uno que amo — Mr. Smith Goes to Washington — y uno que me gusta con moderación — Young Mr. Lincoln. Cada peli protagonizada por actores por quienes siento un cariño inmenso — Jimmy Stewart y Henry Fonda —, y dirigidas a su vez por directores a quienes admiro — Frank Capra y John Ford. Las dos son de los años 30, y ambas, para muchos tal vez, sean películas “naif”.

La división entre “el bien y el mal” es de una evidente complejidad. Aunque critiquemos ese aspecto simplista de muchas películas y discursos maistream, ha sido fácil, como sociedad, pecar de ese mismo error. Necesitamos pensar que la línea se puede trazar fácilmente, para así poder tener leyes, poder vivir juntos, poder sentir que tenemos la razón y poder expresar nuestra opinión como hechos, a través de redes sociales. Estas películas sobre las que pretendo escribir no son películas de súper héroes, no son historias de justicieros invencibles que destruyen a villanos a patadas. Tampoco son Joker, donde la falta de cualquier tipo de discurso, el intento fallido de crear una estructura compleja y la banalidad de la violencia a través del pastiche de obras pasadas eliminan cualquier tipo de reflexión. Son películas sobre seres humanos que intentan encontrar fuerza no sólo en sus causas, si no en otros seres humanos igual a ellos.

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He visto Mr. Smith Goes to Washington tres veces, y las tres veces he llorado durando los últimos 15 minutos sin parar. No he llorado las veces que he visto Young Mr. Lincoln, pero tal vez solamente porque no quiero sentir demasiado viendo una película sobre un presidente de los Estados Unidos — aunque Lincoln sea de los menos terribles. Diría que el menos, pero siento que hace unos años leí algo sobre él que me hizo sentir culpable por admirarlo. No recuerdo lo que era, y es posible que esté cayendo en la típica trampa de simplificar a una persona por miedo a darme cuenta de que es un ser humano. Con esto no estoy diciendo que tenemos que hacer una apología de todo ser vivo que ha pasado por la tierra. Es evidente que algunos han hecho cosas terriblemente imperdonables. Pero lo escalofriante no es que sean monstruos, lo escalofriante es que sean como tú, como yo.

Mr. Smith llega al senado sólo para darse cuenta de que es una red de intereses económicos, de cínicos y ambiciosos, que han olvidado con los años de que trabajan para otros, y se han dedicado a lucrarse en puestos vitalicios (cualquier semejanza con la realidad de nuestros países no es coincidencia). El joven Lincoln estudia leyes para llegar a su primer caso y darse cuenta de que algunos abogados sólo se nutren del sensacionalismo, de la necesidad de una catarsis colectiva que termine en un castigo injusto, simplista. Se da cuenta de que las personas de poder no están ahí para trabajar para otros, están ahí para ganar y que muchos quieren ganar con ellos. Mr. Smith llora sentado frente al Monumento a Lincoln, años después. Y años antes, Lincoln se detiene ante el lago que le recuerda a la mujer que amó y que lo motivó a aprender y a tomar partido. Sí, nuestros héroes son variados, de piedra o de carne y hueso. Son de todas las edades y vienen de todas partes. Lo que es imperturbable es lo que encienden en nosotros.

Me doy cuenta ahora de que no estoy escribiendo un artículo sobre dos películas. Pero están ahí justamente tanto para anclarme como para levantarme. Desde que conocí a Capra, he soñado con proyectar sus películas de esa época — antes de que él también se dejara vencer por el cinismo — en la pantalla más grande del mundo, para verlas todos juntos. Y yo sé, lo siento, hay tantos otros realizadores cruciales, tantas otras películas que me han regalado la esperanza, que me han permitido creer en el ser humano. Lo siento por elegir películas de un país que nos ha hecho tanto daño. Soy consciente de mi error, pero les pido miren más allá de eso. Mr. Smith Goes to Washington tiene un final feliz, pero cuando lloro es en parte de tristeza al ser testigo de la permanente relevancia de su contenido. It’s a Wonderful Life también tiene un final feliz, y en ese puedo creer más. Mr. Smith tiene un final utópico, y en eso es naif, pero que te des cuenta de su ingenuidad está lejos de ser una victoria — es una tragedia. It’s a Wonderful Life es alegre en cuanto apela al ser humano, a cada uno de nosotros, los mortales, los “sin gloria”, a ayudarnos con los recursos que tengamos, a estar presentes.

Terminando con otro de esos finales eternamente relevantes, The Great Dictator. Escuchar el último discurso antes de lo que sucedió durante la Segunda Guerra Mundial ya es una cosa, pero escucharlo ahora, como un adelanto ominoso de lo que vendría a ser la humanidad, es sumamente trágico. Y sin embargo, aquí seguimos, luchando, creyendo. Nunca, jamás, dejemos que el cinismo impere sobre la ternura, sobre la empatía. Humanos, ante todo, ridículos, imperfectos, solidarios, pacientes, apasionados, enfadados, idealistas, despiertos, complejos, humanos.