HACIA EL MISTERIO


por Francisco Marise

“El trayecto es lo único que importa. El camino del filme no es un sendero construido, es insospechable, imprevisible, desconocido, se descubre y se explora caminando. El filme no tiene modelo” escribe Marcel Hanoun en Cine, cineasta, y yo lo leo adentro de un auto estacionado en un parador abandonado, al costado de la ruta. Afuera llueve y es de noche.

Leo y pienso que atreverse a explorar esos senderos significa salirnos de las autopistas por las que nos desviaron aquellas asignaturas elementales y obligatorias que pregonan algunas instituciones que enseñan cine y algunas otras disciplinas artísticas. ¿O habrá sido la escuela primaria? como denunció Hölderlin: “¡Ojalá no hubiera ido nunca a vuestras escuelas, pues en ellas es donde me volví tan razonable!”... vaya uno a saber...

Lo que importa es arrojarse al vacío, al de la película que queremos descubrir y que todavía no existe, o al de cualquier proceso artístico o creativo que empieza, como empieza un nuevo día. Lanzarse a lo desconocido con la confianza amarrada a la propia intuición, sin importar el (i)lógico riesgo a perderse para siempre. Adentrarnos en el misterio, entregándonos a lo que aún es irreconocible, aceptando que el error y el azar serán, con suerte, nuestros más fieles aliados.

Viñeta de LINIERS; editorial Común.

Viñeta de LINIERS; editorial Común.

Jean Renoir no dejó de repetir que en el cine hay que ser pasivo antes de ser activo: ́Pienso que es la primera regla en el arte, sea cual sea el arte. Permitir a los elementos del entorno que te conquisten, y a continuación, después de eso, quizás uno llegue a conquistarlos, pero primero es necesario que ellos te hayan conquistado. Hay que se pasivo antes de ser activo” escribe Alain Bergala en La hipótesis del cine (Pequeño tratado sobre la transmisión del cine en la escuela y fuera de ella). Libro para leer y re leer, en el que fundamenta entre otras cosas que el cine no se enseña porque el cine se transmite.

Cuando empecé a hacer mi película PARA LA GUERRA, yo vivía en una escuela de cine, en Cuba, en la EICTV y una de las primeras cosas que recuerdo de ese proceso es estar perdido dentro de mi habitación rentada, con sus paredes blancas desprovistas de cualquier distracción, sin internet, agobiado, confundido y enredado. Y de repente, agarrar un fibrón azul y ponerme a escribir en la pared rugosa, en letras mayúsculas, dos frases breves que se hicieron mantra enseguida:

LOS PROCESOS (CREATIVOS) LLEVAN TIEMPO

INTENCIÓN + ERROR = ESTÉTICA

Y a partir de ese momento entregarme a todo lo que sucedió después:

Las ideas.
Los ensayos.
Las pruebas.
Los errores.
El caos.
El orden.
Lo que (no) funciona.

La guerra cotidiana con el protagonista. Los litros de ron. Seguir andando como un buey. Aceptar aquel click sorpresivo que dio Javier Rebollo en la computadora de una oficina de la escuela cuando compró a altas horas de la noche, como una invitación, un billete de avión para que una semana más tarde yo llegara por primera vez a Madrid y quedarme a vivir en su casa por dos años en vez de por un mes. Destinar todos mis ahorros a jugar al cine entre amigos y llegar, finalmente, a la película posible (que por suerte, se estrenó en un gran festival, pero eso, en ese entonces, no importaba).

Y hacer trinchera de todas esas experiencias.

Darse ánimo es importante, pienso ahora mientras llueve y veo como un camionero gordo se come de parado su merecido sandwich de vacío agazapado debajo del techo pequeño de chapa que lo resguarda del chaparrón y contiene casi todo el humo blanco que sale de la parrilla sin apartar la vista de su camión. Aprender a conocernos y respetarnos, también. Respetarnos en nuestro modo de ser, así como en la búsqueda de lo que vamos a descubrir (aunque aún no sepamos qué es). Es que no es tan diferente la dinámica con la que vamos a afrontar el lavado de los platos el día después de una cena y borrachera con veinte amigxs que la forma en la que solemos encarar algún proyecto (artístico).

Para fórmulas preestablecidas, vaya a otro lado. O retome la segura y mediocre autopista.

Es que creo que todos los recorridos, fallidos o no, que conforman el gran recorrido final, con sus parates y estaciones, son los que nos ayudan a encontrar la película que buscamos hacer y a que ella se encuentre con nosotros.

Ahora sigo acá, al costado de la ruta, afuera llueve y hace frío. En el pasacassette suena una de Bob Dylan al compás del limpia parabrisas encendido. Está oscuro pero tengo una cámara en el asiento trasero. Una cámara y la promesa de una película de la que no sé casi nada. Un deseo.

Le puse título, se llama CAMIONERO y sucede(rá) en lugares de tránsito y paradores desiertos, de noche, esperando. Una película de camiones y parrillas. Eso me digo, ahora, aunque como siempre, entre lo que vine a buscar y lo que encontré existe una distancia muy grande.

Escribo en el vidrio empañado del auto, con mi dedo frío: LOS PROCESOS (CREATIVOS) LLEVAN TIEMPO. Y se evapora el trazo mientras escribo. Y pienso que esta distancia es un (des)encuentro hermoso. Al final, siempre es una suerte que lo real se imponga a la hora de crear (y de pensar) una película. Que de repente y porque sí, cambie el rumbo de los planes que uno tiene, convocándonos a ser permeables y sensibles a todo lo que nos rodea.

Fotografía tomada por Francisco Marise en la Ruta Nacional N 188, Pergamino, Buenos Aires, Argentina.

Fotografía tomada por Francisco Marise en la Ruta Nacional N 188, Pergamino, Buenos Aires, Argentina.


Cine, cineasta Marcel Hanoun; editorial Shangrila.
La Hipótesis del cine Alain Bergala; editorial Laertes.

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