LA LENTITUD DE LA ESCRITURA

Comentario sobre un fragmento de Leyendo, Escribiendo de Julien Gracq


por Julia Scrive-Loyer

Le Mystère Picasso, H.-G. Clouzot (1956)

Le Mystère Picasso, H.-G. Clouzot (1956)

Julien Gracq dedica uno de sus capítulos de Leyendo, Escribiendo a la pintura, comparándola a la literatura. Las relaciona y las contrasta, para entender la dificultad de cada una. En este texto en particular, Gracq comenta el momento de concretar el acto creativo. Se frustra ante la “lentitud” de la escritura, y la ausencia de “tiempos muertos” en la pintura. Veremos cómo el autor describe estos dos procesos creativos; los reproches que le hace al “arte de escribir”, y la envidia que le tiene a la frescura de la pintura como acción.

El autor nos describe primero su frustración a la hora de escribir, el tener que plasmar las palabras sobre el papel. Gracq nos describe la escritura como una “ejecución mecánica”, lo que parecería significar que para él no es ni siquiera una acción humana, y que responde a una función específica. “El tiempo que pierde un escritor al lanzar las palabras sobre el papel, como el músico lo hace con su partitura”, esta frase es interesante porque es contradictoria: podríamos pensar que es ilógico que el hecho de “lanzar palabras sobre la página”, es decir escribir, sea “desalentador” ya que es una de las acciones principales de un escritor. Sin concretar la obra, la obra no existiría más que en la mente del creador, y Kant diría entonces que ya es una idea muerta. Según él, una idea, para ser idea, debe ser verbalizada, de una manera u otra. Sin embargo, Julien Gracq nos hace suponer que no es el caso; la escritura es mucho que la escritura en sí, y la escritura mental es mucho más rica y satisfactoria.

Parecería que el trabajo de un escritor es el de “transcribir”, como si el cuerpo en sí no tuviese nada que ver con la mente, y respondería solamente a la función mecánica de transcribir lo que la mente le dice. Sin embargo, lejos de simplificar las cosas, parecería complicarlo y hacer el proceso más pesado: “a intervalos desalentadores como un caño de agua fría”. El trabajo de copista es entonces desalentador, y no tiene nada que ver con el “movimiento caluroso de la mente”. Pero ¿por qué? ¿Por qué tanta lentitud si el escritor no es más que un simple copista? La mente se mueve mucho más en lo abstracto y no necesita siempre palabras para expresarse. La transcripción de estas ideas a veces muy fuertes pero aun muy vagas, se complica al momento de encontrar la palabra justa, la disposición adecuada de las frases, la manera en que se parezca lo más posible a ese movimiento de la mente. Las palabras son tan concretas y limitantes, repletas de significados, que esto encuadra tal vez en exceso las ideas que el escritor tenía en su cabeza. Se ralentiza buscando una palabra que al final tal vez no sea ni siquiera el correcto.

Según Gracq, el acto de escribir es la esencia misma de la escritura, ya que hay algo mucho más fuerte y completo sucediendo en la calidez de la mente, que la escritura no hace más que enfriar.

¿Cuál es entonces el caso de la pintura y la escultura? En esto se detiene Julien Gracq en una segunda parte, advirtiendo que su visión del tema es muy relativa.

El autor comienza diciendo que “envidia” a los pintores y escultores, pero que lo que sabe de su trabajo no es más que algo que se “imagina”. Según Gracq, el trabajo del pintor y escultor es “jubiloso” y “regular”, es decir, todo lo contrario al de la escritura que es “desalentador” y repleto de tiempos muertos. Lo que explica esta regularidad en la pintura y escultura es el “el feedback del brochazo o del cinsel que en un sólo movimiento crea, fija y corrige.” Es decir, un sólo movimiento puede crear una nueva obra, cambiando su forma o su color, proponiendo entonces un nuevo camino. La creación y la invención continúan al momento de plasmar la obra. “Es el circuito de lado a lado animado y sensible, uniendo el cerebro que concibe y ordena, y la mano que no sólo realiza y fija, si no que a la vez rectifica, contrasta y sugiere”. La mano ya no es un instrumento mecánico como en la escritura, sino un elemento que participa activamente en el acto creativo. Julien Gracq termina por describir esta circulación como un movimiento que “parece transmitir a cada instante el espíritu de la materia al cerebro y una materialidad de la mente hacia la mano”. El hecho de que sea un movimiento circular demuestra una actividad continua, una continua renovación. Es verdad que en las artes plásticas, la materia también ayuda a suscitar la forma de la obra y su sentimiento. Los colores, el material, la técnica utilizada, todo esto le da un lugar a la creación que va más allá de las ideas abstractas que uno pueda tener en mente. Es verdad también que en la pintura y la escultura, es más fácil representar lo que es abstracto, comparado a la escritura. Es a veces incluso demasiado fácil.

Julien Gracq ve entonces la pintura y la escultura como una comunión completa entre la mente y el cuerpo, que ya no es una máquina, sino un elemento de creación en activo.

Este texto es tal vez muy subjetivo, ya que Julien Gracq conoce muy bien el trabajo de escritor, y admite sólo “imaginar” lo que puede ser el trabajo de un pintor o un escultor. Al estar más cerca de la escritura, conoce sus frustraciones y mecanismos, y ve las artes plásticas como la comunión ideal al momento de plasmar la obra. Es verdad que el cuerpo no tiene un rol tan importante en la escritura, pero concretar una idea no debe ser obligatoriamente un acto mecánico. El OuLiPo, la literatura Dada, los caligramas, el Nouveau Roman, incluso la escritura mecánica y el “stream of consciousness” han explorado otras maneras de expresar las ideas y de plasmarlas en el papel. Tal vez lo que Julien Gracq quisiera sería escribir inventando constantemente nuevas palabras, a lo largo de la escritura, de la transcripción, para sentir que está envasando, al fin, los sentimientos que quiere ver florecer, pero ¿quién comprendería ese texto?


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