YO, Y MIS VERSIONES FÍLMICAS


por Carla Ana Alomar

Como una caja de sorpresas, repleta de incógnitas que esperamos descubrir con ese porcentaje de adrenalina propio de lo desconocido, dejamos un pedazo nuestro en cada película que vemos. No cualquier película, sino aquellas que nos atravesaron, que nos dijeron algo íntimo, incluso habiendo más espectadores en la sala. Hay algo de nosotros que se queda en esa banda sonora, en ese cosquilleo de paletas de colores que nos remontan a alguna escena de la que fuimos protagonistas y que sentimos como ficción por lo alejada de la rutinaria realidad.

Crecer es ver al cine como una caja de recuerdos. Una caja que alberga aquellos retazos nuestros que buscamos al volver a ver una escena. Si bien podemos querer verla por su belleza e iconicidad, en realidad buscamos esa pequeña porción nuestra que nos dejamos en esos cuadros de forma adrede, sabiendo que a futuro habrá una sensación como lugar a donde ir. 

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El cine es la caja repleta de nostalgia que nos permite reencontrarnos con aquel espectador soñador y positivamente ingenuo que fuimos alguna vez. Rever una película es darle cuerda a esa caja musical con nuestros sonidos de adolescentes, con ese diálogo que pusimos como biografía o perfil en alguna red social, porque decía algo de nosotros.

Si bien uno pudo haber visto muchas películas, suele pasar un tiempo hasta que uno encuentra aquella que puede llamar mi película. Recuerdo la primera vez que vi Frances Ha, con toda su torpeza y desprolijidad siendo adulta. El síndrome de Peter Pan contagiado por el aferro a una amistad cargada de complicidad y esa promesa de ser niñas un rato más. El no poder dejarla ir porque eso significa afrontar el futuro donde ya no se puede imaginar tanto.

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La calidez de los diálogos, la energía de Frances y ese Nueva York que brilla por sus personas, siendo un film en blanco y negro son esa sensación de juventud a la que voy a poder recurrir hoy con 24 años, y siempre. Hay un pedazo mío que está en ese departamento de varias ventanas y al que voy a poder visitar con un simple play. Después de todo la frase más icónica del film: “Estoy tan avergonzada, no soy una persona real todavía”, resume un poco el sentimiento de crecer y aprender todos los días hasta el último. Mientras esto esté, la juventud será eterna.

Cuando hablamos de películas que nos marcaron, se establece un vínculo de suma intimidad entre uno y ellas. Un diálogo de confesión. La búsqueda de un lugar seguro, al menos por 90 o 120 minutos. 

Call Me By Your Name es mi lugar seguro. Cada vez que visito ese rincón de Crema se produce una abstracción total casi mágica con la atmósfera de verano y tiempo estancado que logra la película. La familia de los Perlman, las mesas repletas de color, la intensidad del primer amor. Me siento parte de ese paisaje, puedo olerlo, puedo sentir ese calor agobiante donde morder una fruta es el cielo con las manos, por más que no haya estado en esa villa en 1983. Todo eso es algo que quiero llevarme conmigo, que sea parte de mi carta de presentación. Al menos una de mis tantas versiones de fotograma.

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El crecer a través del cine no pasa por la edad, sino por la sensación de sentirse en casa. Si en cada una de esas cintas a las que ponemos en nuestra lista personal les dejamos un pedazo nuestro, como un rompecabezas, vamos a poder reconstruirnos a través de ellas. Sintiendo aquella sensación de primera vez propia de la juventud. Ese sentimiento fue seguro, no hubo incertidumbre, y al revivirlo puede que signifique certezas.

Xavier Dolan en Mommy nos brinda, con Oasis de fondo, una de las escenas donde la metáfora de abrirse paso en el mundo es construida de una manera casi pictórica. El personaje de Steve se abre paso por la calle, aislado en sus auriculares. Sin saberlo está creciendo. Lejos de la violencia de su hogar y sus ataques impredecibles está impregnándose del mundo de una forma que le resulte a él.

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Lorde alguna vez cantó que nos vuelve locos volvernos viejos. Mientras tengamos planos de neón, emociones desprolijas pero genuinas, mientras suene aquella canción pop donde no hay coreografía sino sentimiento, siempre vamos a poder sentirnos infinitos a pesar de no estar en aquel túnel de las ventajas de ser invisible.  

Crecer es ese experimento donde no hay muchas seguridades sino que abundan las dudas. Crecemos como podemos, de la forma en la que nos resulta. Tal vez la clave esté en hacerlo sin ser muy conscientes de ello. Al fin y al cabo si perdemos el rumbo, siempre podemos buscar pistas en aquellas películas que nos definen.


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