¿ES ESTO VIVIR?


por Maia Otero

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Les rendez-vous d’Anna, Chantal Akerman

El día antes de empezar cuarentena, veo Les rendez-vous d’Anna. Las clases están canceladas. Reina la incertidumbre. Me parece el momento perfecto para poner esta película, que vive con otras películas de Chantal Akerman en mi mesa. Y me encuentro con Anna, sus pocas palabras, su escucha atenta, y su mirada tan llena que pudiera parecerle vacía a quienes no tienen que vivir con sentir demasiado.

Anna viaja de un lugar a otro, nunca está en un lugar por tiempo suficiente para conocer o formar lazos emocionales con la gente. En este proceso se despersonalizan todos los espacios. Hay poca diferencia entre su apartamento y los hoteles donde se queda. Son transitorios, como los trenes en los que viaja, y las estaciones que se confunden entre ellas. Se reúne con un viejo amante en un hotel, porque sin espacios propios las relaciones no progresan. Cada vez que una puerta se abre o se cierra, con ella va el sonido de ese espacio. La vida le pertenece a los espacios que habitan. Si no habitamos espacios, ​¿​dónde desembocan los ríos?

Anna no muestra sus emociones, pero nunca pienso que es por falta de tenerlos. Su mirada me causa curiosidad. Cuando pienso en ella, me doy cuenta de que no exterioriza sus sentimientos porque tiene demasiados. Hago anagnórisis. Quisiera contactarme en el pasado y decirme que está bien sentir demasiado y no saber exteriorizarlo. Cuando se acuesta a hablar con su madre. Anna sabe que la madre juzga, pero nunca deja de amar. Algo parecido buscan los hombres que le revelan sus intimidades a Anna sin provocación o invitación alguna durante la película. Ser escuchados sin consecuencias.

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News from home, Chantal Akerman

Dos días después, veo News from home. Se empieza a sentir el inicio de la maquinación. Estamos en nuestras casa, buscando desprendernos de la libertad que perdimos tan repentinamente e intentando entender la que ganamos. Llamamos a amigos y familiares para no sentirnos tan solos, mandamos y recibimos mensajes de apoyo y nos apoyamos en la cercanía que nos brinda la lejanía. La cercanía que tanto añoraba la mamá de Chantal Akerman a través de sus cartas, y las cartas que no recibía. Hay relaciones que necesitan distancia para encontrarse.

Chantal Akerman nos presenta un Nueva York vacío y desolado, al contrario de cómo se suele ver esta ciudad de más de ocho millones y medio de habitantes. Pero deja claro que estar rodeada no es sinónimo de estar acompañada. Cuando vemos a la gente dentro del metro, están solos, o en parejas. Se ve lleno pero se siente vacío. La soledad me hace ver belleza dentro de lo mundano. De lo perfecto que Chantal Akerman captara a una mujer vestida de rosado frente a un hombre vestido de verde en un vagón cualquiera del metro de Nueva York. La escritora Annie Dillard famósamente dijo que como pasamos nuestros días es como pasamos nuestras vidas​¹​. Mientras más sola y confinada a los mismos espacios estoy, más siento y aprecio la compañía de algunos.

Irse a Nueva York no fue suficiente encontrar esa relación en otro terreno. Aun de lejos la presencia de alguien puede pesar sobre nosotros. “Chantal, a mí tampoco me funcionó”, le quiero decir.

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¹ DILLARD, ANNIE. The writing life, 1989

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Hotel Monterey, Chantal Akerman

Han pasado diez días. He vivido una miríada de emociones. Me tranquiliza saber que en todas partes alguien se siente así. Supongo que ese reconocimiento une a Chantal Akerman con los otros inquilinos de este hotel un poco mala muerte, en el que me encantaría estar en estos momentos. Hay una gran honestidad en vivir en un hotel, sobre todo hacia uno mismo. Estar rodeada siempre de gente que viene y va. Una pausa dentro de la vida que nunca se detiene. En un hotel uno puede ponerle pausa a eso.

En el silencio de esta película, mi mente divaga. Me siento invitada a observar, y pensar. Lo que veo en la pantalla es lo que viera sentada en una silla por la puerta entreabierta de mi habitación de hotel. Si el cine lo que quiere es hacernos pensar, lo mejor que puede hacer es darnos el espacio para pensar. Darnos una guía, y soltarnos para que pensemos a nuestra propia manera. Veo cómo los colores sólidos de las paredes bailan en fotogramas y me pregunto cuándo veré nuevos colores.

En los libros de Zola la gente comúnmente moría de tristeza o desamor, lo que siempre me asustó mucho ya que yo sentía en cantidades. Chantal Akerman me enseñó que ahora vivimos con esos sentimientos, y los llevamos con nosotros a todas partes. Cada plano en silencio, cada habitación de hotel fría y vacía, cada viaje en tren que se siente igual al último, están llenos de los sentimientos que viven con nosotros. Me acompaña en mi certeza de que las tristezas que más duelen no son las tormentosas, sino aquellas que te pesan durante mucho tiempo. Gracias a la tristeza que nos acompaña, esa tristeza hace que la felicidad sea más dulce. Sobre todo en estos momentos.

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