ON THE TOWN

Largometraje | 1948 | Stanley Donen
Artículo escrito por Julia Scrive-Loyer

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Gabey, Chip y Ozzie son tres marineros que desembarcan en Nueva York por un día. Los tres vienen de pueblos pequeños de los Estados Unidos y están desesperados por tener aventuras en la gran ciudad. Gabey (Gene Kelly) y Ozzie (Jules Munshin) están particularmente interesados en encontrar chicas, pero Chip (Frank Sinatra) quiere conocer la ciudad. Gabey se enamora muy rápidamente de una chica que ve en un anuncio en el metro, Ivy Smith (Vera-Ellen), cuya diversidad le parece moderna y fascinante. Gabey decide buscarla para pasar el día con ella. En el transcurso de la búsqueda Ozzie y Chip también encuentran el amor, o quizás sería más adecuado decir que el amor los encuentra a ellos. Chip le cae en gracia a una taxista, Brunhilde (Betty Garrett), que ve en él el ingenuo ideal con el cual pasar el día. En el Museo de Antropología, Ozzie es descubierto por Claire (Ann Miller), una antropóloga ninfómana que lo considera un espécimen prehistórico intacto y por lo tanto sumamente apetitoso.

El dispositivo de esta película es un cuento viejo: un marinero desembarca en Nueva York y tiene un día para romper corazones. En Follow The Fleet (1936), Fred Astaire y Ginger Rogers juegan a ese juego. Él la enamora, ella se deja llevar. Sin embargo en On The Town (1949), nuestros hambrientos e ingenuos protagonistas tienen tres acercamientos muy distintos al amor. En una ciudad de movimiento y cambios constantes, la inocencia de estos marineros será el canal perfecto para hablar de modernidad, de amor y para cantar un montón de canciones.

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La modernidad. Una película con una trama como ésta se apoya en un uso de los contrastes. Desde el inicio se nos deja claro que hay una distancia enorme entre el entusiasmo de nuestros tres marineros y el cansancio de un trabajador portuario que preferiría seguir durmiendo. Hay por lo tanto un contraste en cuanto al ritmo. Sin embargo un poco más tarde en la película sucede lo contrario: en la estación de metro todo se mueve a millón, los trenes no esperan, las personas no tienen tiempo para hablar, y si lo tienen no se escucha lo que dicen. Los personajes se tienen que acoplar al movimiento desenfrenado de una gran ciudad que no se detiene por nadie.

Este mismo ritmo se traduce también en los cambios perpetuos de Nueva York. Chip carga de arriba a abajo una pequeña guía turística que le regaló su abuelo, impresa en 1905. Él sigue cada instrucción y recomendación al pie de la letra, pero pronto se dará cuenta de que muchos de los lugares señalados ya no existen. Brunhilde, la taxista le dice:

¿No te das cuenta que una gran ciudad como ésta cambia todo el tiempo?

Y miremos un poco los intereses amorosos de los dos personajes secundarios: una taxista mujer, una antropóloga ninfómana. No sé qué más moderno que eso se puede pensar en el 1949. Y va más allá de sus profesiones, se traduce sobre todo en la posición que tienen en esa relación. Tanto Brunhilde como Claire son las que dan los primeros pasos al abordar a Chip y a Ozzie. Ellas son las que insisten, las que dan argumentos. Si los hombres están hambrientos, ellas lo están el triple y además saben cómo conseguir lo que quieren. Claro, luego viene el cariño y demás cosas que se parecen al amor, pero realmente esta película no nos está hablando de amor (por lo menos no en la trama de Chip y Ozzie), si no de sexo. Así de sencillo. Las “sutiles” referencias salpimientan los diálogos de una forma u otra, por sonidos onomatopéyicos, por gestos y por inteligentes eufemismos.

¿Y por qué el sexo? Bueno, porque como bien dice Brunhilde cuando declara que todo cambia en una gran ciudad:

Pero hay cosas que no cambian, así que vámonos para mi apartamento.

Brunhilde no tiene pudor alguno en decir esto. Sobre todo porque ella tiene bien claro que Chic no sólo es ingenuo, si no que se va pronto y no le va a traer el tipo de complicaciones que le podría traer un hombre moderno de la gran ciudad. Y Claire, ella es grande. Su psicólogo le dice que para combatir su (no mencionada como tal) ninfomanía, se meta a antropóloga, y quizás eso la ayudaría a desmotivarse del sexo masculino. Sin embargo, cae por Ozzie, que le recuerda exactamente a un espécimen prehistórico. De hecho menciona en su canción en el museo cuánto le aburre el “hombre moderno”. Coreografía muy políticamente incorrecta, de hecho, pero recordemos siempre que esta película fue hecha en el 1949. Gracias.

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Parece que dejamos a Gene Kelly de lado, pero no. Nunca jamás. La trama de Gabey viene siendo la más “romántica” por excelencia. La que se necesita en películas como estas. En las pelis de los Hermanos Marx, la trama de amor era siempre la más aburrida. Por eso se la dejaban al hermano soso. Sin embargo aquí se la dan a Gene Kelly, que la eleva. ¿Cómo la eleva? Eso le veremos a continuación. Primero sigamos analizando por qué nos entusiasma esta trama y en qué se relaciona con las otras.

De las tres mujeres, el personaje de Ivy es tal vez el más ingenuo, y la razón es muy simple: ella también viene del campo. ¡Anjá! Entonces tiene un secreto. Una doble identidad que le dará el tono de comedia clásica (literalmente clásica, del teatro de la época del Clasicismo) - alguien que se hace pasar otro, y otro que se enamora de esa “falsa identidad”. Ya esto crea tensión e intriga, y con ese pequeño detalle, ya nos engancharon a la trama romanticona de la peli.

Sin embargo ¿cómo se relaciona este juego a todo ese tema de la modernidad del que tanto hablamos? Ivy es una chica de campo, pero en la ciudad quiere ser famosa. Quiere hablar como newyorkina, quiere tener familia y pretendientes, quiere bailar y pintar, quiere ser delicada y deportiva. Quiere ser una mujer moderna, y además ser reconocida por eso. Entonces claro, cuando un marinero con cara de Gene Kelly dice que lleva todo el día buscándola y que la admira profundamente, ella no puede no sentirse realizada. Sin embargo está el detalle de la falsa identidad. Y esto se pone en juego cuando Gabey le toca una tecla sensible: es del mismo pueblo que ella. Ábranle paso al conflicto. Nada más hay que ver cómo le brillan los ojos cuando Gabey le canta cómo es la vida en el pueblo.

Si la modernidad implica cambio, entonces Ivy tal vez no sea tan moderna como ella lo quiere. Pero eso no quita que se haya esforzado mucho por lograrlo. Tal vez su primer paso hacia el cambio sea aceptar de dónde viene y quién es realmente: tan sensible y frágil como trabajadora y perseverante. Y sobre todo, gran bailarina. Hay que serlo para que te pongan de pareja de baile de Gene Kelly, supongo.

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Y ya para terminar, algunos apuntes de elementos admirables y entrañables de la peli:

  • Hace un rato mencionamos que Gene Kelly elevaba la trama romántica. ¿Cómo? Con el toque Gene Kelly, claro está. Hay algo en lo que hemos sido injustos al presentar la película, y es que no mencionamos a Kelly como co-director. Sin embargo su aporte es esencial, como de costumbre. Esta peli, como tantas otras en las que aparece él, cuentan con ese famoso tipo de secuencia enteramente coreografiado por él, que sirve como una especie de resumen simbólico de la historia. Colores vivos, sombras, química irremediable entre Kelly y Vera-Ellen.

  • Vale la pena mencionar también en cuanto a coreografía el lindo guiño que se le hace a la dinámica de baile entre Fred Astaire y Ginger Rogers, durante la canción en la que Gabey le cuenta a Ivy cómo es la vida en su pueblo.

  • Hay que darle una atención especial a la química entre Frank Sinatra, Gene Kelly y Jules Munshin. Aunque sus líneas se separan a menudo en la película, es un regalo ver a Kelly y a Munshin ilustrando sus técnicas de coqueteo, a Frank Sinatra aguantándose la risa durante la coreografía de la canción “New York, New York” y a los tres vestidos de belly dancers bailando para un grupo de policías.