SHERMAN'S MARCH

Lecciones sobre cómo (¿no?) manejar el rechazo romántico

Un texto de daniel c.

 
  1. No le tengas miedo al rechazo.

  2. Conviértelo en arte.

La película abre con una imagen del mismo director paseándose nerviosamente de un extremo a otro en un apartamento estudio vacío en Nueva York mientras nos explica en voice-over la razón de su angustia. Justamente se estaba preparando para viajar al sur, de donde viene originalmente, a filmar un documental sobre el general Sherman y su campaña de destrucción total contra esa región en la guerra civil (Sherman’s March to the Sea). Esto, aún cien años después, en el momento de filmar la película, genera una sensación de resentimiento y hasta odio entre los habitantes de ahí, incluyendo familiares suyos. Ya había recibido los fondos cuando su compañera sentimental decide volver con su novio anterior y esto lo sacude de una manera tal que ahora se encuentra temporalmente en ese apartamento de un amigo – totalmente desamueblado, como para reflejar su estado emocional –, procesando lo que pasó y sin ganas de continuar su proyecto.

Deprimido, el director viaja como sea al sur, pero a pasar un tiempo con su familia antes de retomar su documental. Ahí opta por el curioso hábito de filmar todo lo que le pasa, que ahora en su soltería incluye los intentos de sus familiares de emparejarlo con una mujer nueva, preferiblemente un nice, southern girl. El director, como nos lo recuerdan constantemente los comentarios de los personajes que vamos conociendo, está rápidamente alejándose de la juventud. Estos personajes son, más o menos en orden de aparición: su hermana, que le aconseja recortarse un poco la barba y adoptar una imagen un poco más limpia; su papá, que tiene dudas sobre el propósito de filmarlo todo, sin entender cómo le va a servir eso en su documental; una ex-profesora, ahora amiga, llamada Charlene, que sale más tarde en la película también empeñada en ayudarlo a encontrar una mujer, fungiendo como una especie de Diotima moderna (la que le enseñó a Sócrates sobre la naturaleza del amor) y dándole consejos que él parece más bien reacio a aceptar. Más importantemente, tenemos la sucesión de mujeres a quienes persigue con la cámara en su desesperación erótica, a veces con más, a veces con menos interés, y quienes a su vez muestran a veces más, a veces menos deseo de entretenerlo a él en su búsqueda que posiblemente presienten como no necesariamente genuina al cien por ciento.

Mencioné arriba el apartamento curiosamente vacío que genera una duda inicial. ¿Ya en ese momento sabía que iba a funcionar de fondo perfecto para una escena de su próximo documental, el que reemplazó a éste que ya no sentía deseo de hacer? ¿Se hubiera filmado a sí mismo en un apartamento normalmente amueblado que no hubiera transmitido la misma sensación de depresión y ansiedad? (Esto es dejando aparte la posibilidad de que lo haya filmado después.) Parecería que estaba escenificando su vida desde ese momento, tratando de lograr un producto artístico de la decepción amorosa que sufrió, convirtiéndose él mismo en protagonista de la historia que decidió contar. En palabras directas: su proyecto, que pasó de ser un documental sobre el general Sherman a la búsqueda de una nueva pareja romántica, ¿es vida real o es arte? 

Cojamos una escena para ilustrar. Visitando, para su documental, una isla en la costa de Georgia con una importancia histórica, Ross conoce a una mujer que es una de varios personajes que viven ahí en una especie de comunidad semi-aislada de académicos o científicos de diferentes áreas. Inmediatamente se interesa en ella después de que confirma que el hombre que la acompañaba en el momento no era su pareja y la comienza a perseguir con su cámara. Pronto se encuentra en una relación romántica con ella, una lingüista que le dice en frente de la cámara que en un momento pensaba que solamente había dos cosas importantes en la vida: la lingüistica y el sexo. Él nos narra que están contentos viviendo como los salvajes de Rousseau, yendo a la playa todos los días en un mundo idílico, casi utópico, totalmente irreal.

“Michael was here, Ross, and you were gone.”

Pero después de un tiempo él siente la necesidad de conseguir dinero, ya que se le acabó (un tema constante a lo largo de la película). Uno se podría preguntar para qué necesita dinero viviendo un modo de vida casi autosuficiente, como un salvaje. El punto es que se va por un período de unos meses, en cual período se mantiene en contacto con la mujer, quien sin embargo después de un tiempo le avisa que si fuera a volver se va a encontrar con una situación cambiada. Se había involucrado románticamente con el hombre con quien Ross la había visto anteriormente. No obstante Ross vuelve a la isla (uno se podría preguntar por qué), pero ahora en vez de dormir en la cabaña con ella, lo acomodan en una especie de terraza exterior, llena de mosquitos y otros insectos (incluyendo unos llamados “blood sucking conenoses”), desde donde filma un monólogo quejón ya metido entre las sábanas, creando posiblemente la escena más cómica de la película. Desde un punto de vista, Ross está aprovechando una ocasión muy dolorosa de rechazo para convertirla, instantáneamente, en material de oro para la comedia. Desde otro punto de vista, uno se puede preguntar si no fue allá buscando precisamente eso, con la intención artística de filmarse siendo rechazado, sabiendo que le iba a funcionar para la película – el artista en él ya saboreando el prospecto.

Dicho de otra forma, ¿cómo cambia su proyecto artístico su vida real? Si todas esas mujeres que él persigue no lo terminaran rechazando a él de diferentes maneras (cuando es él que parece perder interés lo hace más bien calladamente), ¿tendría una película? Como lo pone él mismo en una de sus reflexiones filosóficas auto-referenciales (como dirían hoy, “meta”): It seems I’m filming my life in order to have a life to film. Eso posiblemente influye en su deseo, quizás en su atrevimiento, de perseguir mujeres que normalmente no perseguiría. ¿Una que fue su novia de infancia, queriendo volver a encontrar una química que tenían a los doce años? Métela ahí en la película, claro. ¿Caerle atrás a una tipa que se va a vivir con una comunidad anti-gobierno que se prepara para sobrevivir una guerra nuclear? Por qué no. ¿Infatuarse con una cantante exuberante que se llama apropiadamente Joy y se viste en licras y le muestra a la cámara cómo se logra meter una flor entera en la boca sin magullarla? Perfecto… como material.

Es una pregunta válida si su proyecto artístico lo pone a actuar de maneras que no son totalmente admirables si su interés no es totalmente sincero, como por ejemplo, cuando le pide a una ex-novia a quien visita (que tiene ya otro novio) si se quiere casar con él. También uno se cuestiona si es correcto apuntar la cámara como un “arma fálica”, en las palabras de un crítico¹, hacia las mujeres mientras las pone en la posición incómoda de tener que rechazarlo. Al mismo tiempo da mucho trabajo no cogerle cariño a su personaje, que cae dentro de la tradición del enamorado desafortunado, cuyos avances son despreciados, abandonado siempre por otro hombre, pero cuyo aire de tragedia cómica recuerda a una especie de Buster Keaton.

Joy

Tales preguntas sobre la intersección del arte y la vida y cómo el primero puede influenciar al segundo y viceversa en una especie de espiral infinita, se podrían ver casi como un cliché hoy en día. Pero lo que hace que la película sea buena es que realmente eso no nos importa. Le perdonamos las inconsistencias, o los momentos en que parece romper con la ilusión, como cuando la cantante, Joy, le explica a unos niños que Ross está haciendo un documental sobre mujeres sureñas (o sea, no sobre el general Sherman). No nos importa cuando Ross pretende todavía, casi al final de la película, estar interesado en hablarle a la cámara sobre la guerra civil. Para ese punto sabemos que es artificio. El asunto es que mueve la historia hacia adelante. Y de alguna forma sigue siendo cómico el intento de hacer el documental original, precisamente por su patetismo.

Aceptamos sin problema el artificio por la calidad del producto final, por lo que nos enseña si participamos junto a él en la ilusión artística cuando nos olvidamos de esas preguntas, aunque de algún modo él mismo se esfuerza en recordárnoslas periódicamente. La película funciona no por generar preguntas filosóficas sobre la relación entre el arte y la vida, aunque esto sirve para añadir complejidad e interés, sino por cómo es capaz de comunicar artísticamente esa sensación de anhelo erótico a través de la cámara y lo que hace con ella. Cuando, por ejemplo, pone a la lingüista a discurrir extensivamente sobre su disciplina frente a cámara, lo que a él claramente le interesa es lo otro que ella dice ver como importante en la vida. La cámara la muestra en un montaje hablando sobre la diferencia entre el uso referencial y el uso atributivo de una frase nominal mientras ordeña una vaca y hace otras actividades diarias, haciéndonos por demás muy conscientes de su falta de sostén. Luego la cámara inspecciona sus piernas en detalle lujurioso, buscando garrapatas junto a ella después de haber estado caminando por el bosque. Luego la vemos acostada en la playa, desnuda. Ella se transforma en un objeto de deseo erótico frente a nuestros ojos.

Lo mismo pasa más temprano en la película con una de las primeras mujeres que él persigue, por quien nos confiesa sentir un deseo primario, y que se pone a mostrarle a la cámara los ejercicios que hace para la celulitis, que parecen más bien una publicidad para sus habilidades en otra actividad más privada. Más tarde nos narra, en voice-over sobre una imagen de la luna, que no podía dormir pensando en cómo debió de haber reaccionado cuando ella le dijo mientras hacía los ejercicios que no tenía ropa interior. (“I mean, it’s not like telling someone you’re not wearing any socks.”)

Pat ejercitando sus piernas.

Aceptamos el artificio por su extraordinario sentido de la comedia. Cuando en una escena en una cafetería un predicador les está hablando sobre la transitoriedad del cuerpo y la permanencia del espíritu, su cámara prefiere la imagen potencialmente sensual de la hija de su compañera (que todavía es muy joven para Ross, aunque casi no, por eso “potencialmente”) comiendo un sándwich de helado mientras las palabras del predicador caen en lo absurdo ante su impotencia frente al deseo carnal. Para colmo, como un regalo de Dios para su película, entra a la cafetería un hombre vestido de Easter Bunny, a quien le dirige la atención de su cámara dejando al predicador como fondo ridículo, casi como estática.

Lo aceptamos por lo elocuente que termina siendo el documental sobre la naturaleza del deseo romántico en un sentido más global. Como lo pone otro crítico², Ross parece ser el hombre con el peor timing del mundo con las mujeres. Siempre se está yendo cuando no debe irse y regresando cuando ya están involucradas con otro, o intentando despertar un interés en él cuyo tiempo ya pasó. Vuelve por ejemplo donde una novia que, según él mismo, le había pedido que se comprometiera de una forma a la que él no estaba dispuesto. Ella ahora lo rechaza algo fríamente en un momento cándido, diciéndole que no está enamorada de él a pesar de que, igual que todas, mantiene una relación cordial con Ross, algo que parece ser inevitable. Quizás es bueno para el arte, pero no para la vida, preguntarle a una mujer que dice que el problema entre ellos es que son demasiado iguales, lo que podría hacer para ser menos igual. No es responsabilidad de ella decirle eso a él, ni hay mucho chance de que logre despertar su interés romántico de esa manera.

“You’ve got to be more passionate, Ross!”

Su amiga Charlene es la que ve más claramente (aparte de quizás Ross como director en vez de personaje) el conflicto entre su arte y la vida y cómo su empeño en volver su vida arte y su obsesión con filmarlo todo no lo está ayudando a conseguir mujeres. Más que nada ella habla en un sentido práctico. Por mencionar algo, siempre está necesitado de dinero. Pero por otro lado, la filmación incesante denota una falta de compromiso real. En general, el interés que él muestra en esas mujeres con su cámara luce ser bienvenido y apreciado, pero al final ellas parecen siempre irse con alguien que muestra un poco menos de interés. Ninguna de ellas quiere realmente volverse una parte central de su proyecto artístico, que sería un poco como vivir en una jaula hecha por él, conformada por sus deseos, sus ansiedades, sus añoranzas, su estética.

Su interés obsesivo es algo narcisista en el fondo. No deja espacio para despertar en ellas un deseo equivalente hacia él. Y en realidad, los deseos románticos de ellas parecen a veces ser igual de ingenuos y destinados al fracaso que los de él, sólo que dirigidos hacia otros hombres. Por otro lado, cuando él anda con una mujer – que aunque dice que le gusta, nos lo tiene que confirmar con la narración, ya que la cámara no lo muestra –, quizás la única que no lo rechaza realmente en la película y que luce estar abierta a una relación con él, nosotros perdemos el interés junto a él y nos sentimos refrescados cuando la cámara comienza a enfocarse en una amiga que nos parece de repente más atractiva. Nos alegramos cuando decide irse a continuar su documental sobre Sherman, dejándola atrás.

Cambiando momentáneamente de foco, estoy seguro de que hay algo sexual en su obsesión con la posibilidad de un holocausto nuclear, pero no sé exactamente qué. Mucha gente habla de la relación entre el sexo y la muerte y tengo entendido que los franceses se refieren al momento post-orgasmo como la petite mort. Se lo dejo a otra persona interpretar ese aspecto de la película.

Volviendo a lo anterior, tal vez entonces la pregunta no es tanto si el arte influye en la vida o si la vida se moldea para conformarse al arte. Todo el mundo narra una historia para su propia vida y en ese sentido todo es artificio. No hay razón por la cual pensar que un no-artista es más sincero en su narración ni en sus declaraciones de amor que un artista que saca un producto de eso. (¿Y quién sabe lo que realmente quiere en el fondo? ¿Cuánto de la vida es actuar para convencerse a uno mismo y después lidiar con las consecuencias?) Si Ross prefiere hacer el rol de un desafortunado amoroso o no, es, en parte, su decisión artística. La pregunta es, ¿qué tan bueno es el resultado, o qué tan buen artista uno es? ¿Qué tanta complejidad uno logra ver, cuánta comedia, cuánta belleza, cuánta vida se puede sacar del material que tenemos?


¹ No recuerdo quién.

² Vincent Canby, NYT

Daniel C.Comment