LA MIRADA DEL DESDÉN Y LA PELÍCULA DEL TIRANO


La Película del Rey (Dir. Carlos Sorín)

escrito por Fery Cordero Bello

Los planos más potentes y en mi opinión, importantes, de La película del rey, la ópera prima del director Carlos Sorín, son aquellos en que vemos a niños mapuches viendo a través del cristal de una ventana la producción de la película que se relata. Sus miradas cargan algo muy difícil de nombrar, especialmente porque no se desarrolla nada a través de ellas. Sin embargo, me atrevo a decir que en ellas habita algo parecido al desdén y al resentimiento; ese sentimiento que desborda de tus adentros cuando ves un mismo error, un mismo mal, volverse a repetir ante ti.

Pensar la historia como una linea recta y horizontal no es tan conveniente a la hora de hablar de la memoria, y el impacto que los acontecimientos trágicos y cargados de brutalidad tienen sobre ésta. La memoria podemos verla como un cuerpo que habita adentro, un ente que está vivo y moldea la forma en que experimentamos la vida. De la misma manera, hay enfermedades que pasan de generación en generación a través de la herencia genética; hay dolores que sólo una estirpe conoce. Por ende, también el resentimiento puede ser algo que se transmita en la sangre. Si hay algo que tras ver muchas películas he aprendido, es que olvidar es casi imposible, algo casi inhumano.

Me gusta más pensar la historia como una espiral imperfecta que se hace y se deshace, como una vuelta que das mientras bailas salsa con alguien que te gusta, en donde no importa cuántas vueltas des, nunca será parecida a la anterior, aunque terminen en el mismo lugar. Esto me brinda un espacio para poder reflexionar cómo acontecimientos parecidos se manifiestan constantemente, cómo somos capaces de encontrar paralelos entre diferentes momentos históricos, cómo entender la relación causa-efecto sin caer en patrones rígidos que le quiten la singularidad a cada experiencia. Así que cuando veo a los niños mirando a través del cristal, siento cómo la memoria de sus ancestros está presente.

Sucede en la película con las figuras de David Vass, el director de la meta-película (como llamaré a la película dentro de la película) y Orelie-Antoine de Tounens, el aventurero francés del siglo 19 quien asumió el título del Rey de la Patagonia y Araucania. Ambos transitan en la misma espiral, la misma vuelta de salsa, sólo que bailada por diferentes pies. Ambos se presentan ante la comunidad como la cabeza, como el eje, como el Rey. Vass en su calidad de director y centro creativo del proyecto que se está desarrollando, mientras que Tounens es la cabeza autoproclamada de un territorio imposible de ser gobernado, y la avaricia de ambos termina siendo su cruz.

David se presenta como alguien que se siente destinado a hacer una película sobre Orelie, de revivir su leyenda, de esculpir el monumento cinematográfico que destruiría la posibilidad del olvido. Sin embargo, el deseo inmensurable de un director de cine por realizar su película a veces no coincide con la necesidad del mundo, y de los productores, de que exista. No obstante, la necesidad era tan voraz que lleva a reestructurar toda la producción para hacerla asequible y aún así, casi todo se le diluye.

Ver esta película es a la vez presenciar las tragedias que pueden ocurrir mientras se intenta hacer cine en Latinoamérica, como ver las formas en que las jerarquías de poder se manifiestan con la misma negligencia en diferentes contextos. Como alguien que desea dirigir películas, encontré en David un punto de referencia para lo que no debo dejar que me suceda. La forma en que su ambición pasa de una pasión que lo lleva a poner en marcha el proyecto, hasta que termina convertido en una llamarada de frustración y egocentrismo, sin miedo a quemar cualquier puente que tenga que quemar. Su capacidad de enseñar amor y de crear un espacio de colaboración eran nulos.

No me parece loco pensar también al crew de la meta-película como una referencia a los grupos de colonizadores en sus expediciones a lo largo del territorio. Extranjeros ajenos a la comunidad, sin recursos y aprovechándose de ella en pos de una idea, de una ideología encarnándose en imágenes en movimiento. Extrayendo no territorio, ni minerales, pero sí la narrativa de ese espacio, de esos cuerpos, de ese relato. Porque claro, en todo esto, la figura de Orelie-Antoine de Tounens es heroica, inequívoca, como la visión que David Vass quisiera tener de sí mismo como hombre y como artista. En todo caso, es muy evidente la falta de interés de poner en crisis esas figuras coloniales dentro del marco de la meta-película porque es ese mismo modelo que persiste en la producción de una película.

Una película que puedo considerar antídoto a ésta es la trascendental Cabra marcada para morer (1984) de Eduardo Coutinho, en la cual en primera instancia trata un tema parecido que la obra de Sorín: representar a un héroe. Pero ahora bien, ¿cuál héroe? Bueno, eso Coutinho lo tenía más o menos claro; uno cuya labor era motivada por el amor que tiene a su comunidad, más que a su propio legado. La ambición de João Pedro Teixeira era compartir la tierra, no conquistarla. La ambición de Coutinho tal vez no era inmortalizarlo, sino inmortalizar la lucha colectiva que él desde su individualidad canalizaba.

Mientras Coutinho buscó crear lazos con aquellos que participaron en su película, y los respeta como entes creadores que co-crean con él, el director de la meta-película se ve atrapado entre estar sobrecogido por el peso de su ambición, y su incapacidad de crear una red de apoyo y respeto a su equipo.

Ahora bien, ¿qué diferencia a un rey de un tirano? ¿Algún tipo de selección divina que pone al rey en legítimo derecho para reinar? ¿En qué se diferencia esto del sistema económico que vivimos? En donde estas dinámicas de poder existen y privilegios siguen perneando quién es capaz de hacer qué, como por ejemplo, hacer una película en la Patagonia. Claro, el artista debe tener su ego bien puesto, pero también ser autocrítico, y lograr entender la vida desde diferentes puntos más allá de su burbuja.

La necesidad de gobernar, como la sintió Tounens, tal vez sea imposible de apaciguar en algunas personas, y tal vez por eso es que hacemos películas. Sí, para gobernar el mundo, el tiempo y el espacio. Organizarlo como nos venga en gana. Sin embargo, cada película es un documental de su realización; no existe película sin el proceso de hacerla y esto tiene tanto efecto en el espíritu de la obra como lo tiene el resultado final.

Sorín logra a través de su muy bien lograda película, combinar con mucha gracia la comedia de eventos desafortunados con un comentario sociopolítico sobre el mismo oficio de crear narrativas, trabajar en colectivo y las implicaciones que conlleva representar. Las actuaciones, lideradas por Julio Chavez, son a la vez hilarantes pero con capacidad de crear momentos de tensión necesarios para llevar el arco dramático a su punto de cocción.

Una secuencia donde encuentro que se condensan muchas de las ideas interpeladas por Sorín es cuando ya sin equipo, ni actores, ni protagonista, David Vass interpreta a Tounens mientras recorre el desierto rodeado de maniquíes prendidos en fuegos. Dispuestos alrededor del desierto para recordarnos toda la vida que hubo ahí una vez, todas las historias sin rostros que ahí yacen. Ahora se ha quedado exactamente con lo que pensaba que contaba, con simples cuerpos puestos a su merced, sin necesidades, ni historia, ni creatividad, dispuestos ahí para quemarse con él.


Félix CorderoComment