STAGECOACH


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FORD, 1939 | Hay argumentos de sobra para demostrar por qué Stagecoach es un clásico. Además de los muchos cimientos estéticos de Ford, es el rol que realmente terminó de lanzar a John Wayne, y es la primera de muchas pelis que Ford filmó en el hermoso e icónico Monument Valley. Pero más allá de todo eso, lo que se queda en mí de la película son sus personajes, muy distintos entre sí, imperfectos, complejos, complementarios, buscando redimirse de una manera u otra — ya sea viajando hacia una promesa, reencontrándose con su humanidad, o redimiéndose ante la ley. Como buena película de John Ford, combina secuencias altamente dinámicas de persecución, con otras puramente humanas, en el silencio, en la espera, en el miedo y en el inicio del amor. Toda la secuencia final es cine puro — y con eso digo mucho, considerando que el resto de la película ya lo es también —, y tras un momento de un suspenso a cuentagotas digno de un buen western, casi inmóvil, terminamos en movimiento hacia un futuro que se dirige en línea recta más allá de la pantalla. — Julia Scrive-Loyer

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