ENSAYOS DEL DESEO
por JJ Negrete
El sonido de una cajita de música usualmente invoca recuerdos y memorias de una infancia que conserva su inocencia con el mismo recelo que dicha cajita guarda su sonido mientras permanece cerrada. En la primera secuencia de la película Ensayo de un crimen (1955), el cineasta aragonés Luis Buñuel le otorga un poder destructivo a esa melodía, no por sí misma, sino a través de su asociación con un deseo súbito. El deseo latente de Archibaldo de la Cruz — cuya ansia es alimentada por la elegante y sobria presencia del actor mexicano Ernesto Alonso —, aumenta a medida que no se consuma en la realidad. Mientras, sus fantasías se vuelven tan abrumadoras que lo llevan a tener la convicción de que se han convertido en un crimen al que perseguir y castigar.
En su crítica sobre la película, André Bazin decía que la cinta de Buñuel “contiene el ambiguo y aterrador poder de los sueños, y su simbolismo va mucho más allá a través de los ecos que resuenan en nuestra conciencia”¹. Dicho eco parece transformarse en los gritos ahogados de Michèle (Isabelle Huppert) en la película Elle (2016) del holandés Paul Verhoeven.
En la primera secuencia de la película, un gato observa, atento, cómo su dueña es atacada sexualmente por un hombre enmascarado y vestido de negro. Después del ataque, Michèle reacciona con una naturalidad que resulta tremendamente perturbadora, y su mayor conflicto en las horas posteriores a la agresión es decidir qué tipo de sushi va a ordenar. Pareciera que dicha agresión revela un deseo, no reprimido, sino oculto, o quizá ignorado, por parte de la víctima, como la melodía dentro de una cajita de música.
Tanto Archibaldo como Michèle persiguen un impulso que busca satisfacer un deseo de poder y control, perdidos desde el momento en el que un niño ve a su nana asesinada por una ventana, o un ave trinando y volando que se estrella contra otra ventana para después ser devorada por el mismo gato que presenció, impávido, una agresión sexual. Para ambos llega el momento en que se renuncia a esa fantasía, concretas en su forma pero difusas en sus intenciones. La simpleza de la canción de la cajita de música, sepultada en el fondo de un lago se convierte, en la película de Buñuel, en la pieza musical con la que cierra la película. Al final, Archibaldo arroja su bastón y camina del brazo de la bella Miroslava, mujer que previamente había fantaseado con asesinar. Por su parte, Michèle, después de renunciar a la dinámica de deseo retorcida con su agresor, se aventura a encontrar una relación con Anna (Anne Consigny), su mejor amiga — la única persona con la que ha mostrado tener un vínculo significativo y más profundo que no compartía ni con su familia ni con su amante, sino con su vecino (Laurent Laffite) quien resultó ser su agresor.
De los deseos, únicamente queda su recuerdo, su ensayo, tan lejano como el de la melodía que ha quedado sepultada, pero cuyo eco queda escondido en lo más recóndito de la memoria, donde habrá de crecer hasta hacer que el pensamiento vuelva a actuar con total impunidad. Pero, como dice el jefe de la policía después de escuchar la “confesión” de Archibaldo, el pensamiento no delinque, solamente ensaya sus propios deseos.
¹ Bazin, A. Le cinema de la Cruauté. Ediciones Flammarion. París. 1975