CAMUS: LA CREACIÓN ABSURDA Y LOS PADRES COMO HÉROES DEL ABSURDO


por Eduardo Ceballos

Camille Monet y su Hijo en el Jardín en Argenteuil, Jean Renoir

Camille Monet y su Hijo en el Jardín en Argenteuil, Jean Renoir

“El más grande de los filósofos, debe ser quizás el que llegase a la conclusión de que la filosofía no sirve para nada”  - Papi. 

Creo que nunca admiraré, amaré o detestaré tanto y de maneras tan distintas a dos personas como a mis propios padres. Debo primero sentirme agradecido de tener a quién admirar, amar y detestar, porque no es una posibilidad que le pertenece a todos. Y segundo, jamás cesar de tener consciencia de que tanto cuanto detesto en ellos es porque de igual manera habita en mí y me pertenece. Por suerte ( y con esperanza ) puedo también asumir que tanto cuanto amo y admiro en ellos me es propio. Porque para bien y para mal, somos todos una amalgama indiscriminada de la materia que conforma otras criaturas, incompletas y azarosamente ensambladas. Somos monstruos de Frankenstein, de monstruos de Frankenstein, de monstruos Frankenstein, de monstruos de Frankenstein, y así ad infinitum. Es conveniente que en lo general estemos todos tan fascinados con lo que nos hace humanos,  pues esa esencia metafísica de la humanidad de la que tanto hablamos, es quizás en realidad la irreparable imperfección que habita en todos los individuos. No me malentiendan, es bella, para mí al menos, porque soy otro romántico sin remedio más. 

Pero además de ser los monstruos de otros monstruos, somos también sus espejos y viceversa, y su imagen nos persigue como el destino oculto en las tragedias griegas, al punto de que los vemos hasta en la sopa. Y encuentro a mi padre en mis mejores amigos, y a mi madre en mis mejores amigas y en mis amores. Malditos sean los ciclos inescapables, y el oráculo y todos sus griegos.

Sabiendo que no solo son ellos un reflejo mío sino yo un reflejo de ellos, me preocupa que así como por momentos yo no soporto mi imagen en la suya, ellos lleguen a rechazar su imagen en la mía. Que en algunos instantes, quizás comiendo en la mesa o en los buenos días por las mañanas , volteen un segundo a verme y piensen con un escalofrío “eso es un pedazo mío, yo creé eso”. Imagino, en las salas de parto, o quizás tarde en la noche mientras ven dormir a sus hijos, que en algunas personas, entre las sonrisas y el gozo genuino, crece discretamente y muy en el fondo como una aguja fría, la consciencia de lo que significa realmente criar ( y crear ) un ser humano. De eso yo no tengo idea, ni espero tenerla por mucho tiempo, eso se lo dejo a los que sí han pasado ese terror. Por otro lado, si es que mis padres en algún momento han sido atravesados por esa especie de horror cósmico, lo han guardado muy en el fondo de sus conciencias, y si es que existe algo en el mundo como el amor incondicional, es eso lo que siempre me han dado y demostrado. 

Los observo, y me parecen un ejemplo claro del porqué a veces es tan difícil no creer en la causalidad, el destino o la divina providencia, así como cualquier otra forma de superstición. O quizás lo que son es precisamente un ejemplo claro de como somos todos partículas flotando en el vacío, chocando unas con otras al azar ( No que eso pudiese quitarle lo mágico o lo inverosímil ) Porque a simple vista, y quizás incluso tras una atenta inspección, pareciera que el único punto donde coinciden la vida, el carácter y la visión de estos individuos fuera en mi existencia. Cosa que definitivamente no es cierta, pero muy, muy cercana a la realidad. Y se siente, al menos desde el punto de vista del hijo producto de su encuentro, como si fuerzas de la naturaleza se hubiesen compaginado para que estas personas se intersectaran, me concibieran y continuaran sus caminos. Dos líneas perpendiculares infinitas, que en el plano cartesiano universal, comparten un solo punto, exacto, medido, y de milimétrica precisión. Pero claro, la concepción de todos nosotros sin excepción, aún sin verla muy detenidamente, debe parecer un truco de magia del universo. Igual, no voy a detenerme a cuestionar la lógica universal, sea cual fuera, que llevó a que esté vivo y escribiendo este texto. La alternativa no me complace, así que Dios, o los azares, (o quien sea que haya decidido contra un preservativo) es más que bienvenido y se agradece. 

Resulta que de cierta manera, somos también nuestros propios hijos, uno se crea y se cría, a través de un incómodo y accidentado proceso, e igual que los verdaderos padres, somos la voz al fondo de nuestras mentes que trata ( por lo general ) de guiarnos buscando lo mejor para nosotros, aunque no tenga idea realmente de qué sea eso. Es este intento de ensamblarme a mi mismo y ser simultáneamente el doctor y el monstruo, como lo somos todos, que me ha llevado en los últimos meses a correr todas las mañanas a la cima de una colina, a repetirme incesantemente esperando que haga alguna diferencia “Soy un adulto, soy un adulto, soy un adulto”, y a leer por cuarta vez como buscando alguna sabiduría de vida que yo haya pasado por alto, El mito de Sísifo, de Albert Camus.

¡Oh El absurdo del que él tanto habla!, que tema más tentador, como el queso para las ratas. Ya a los ocho le discutía a mis compañeros que no existía Dios, mientras defendía fiel y ciegamente la existencia de Papá Noél y de Los Reyes Magos, sin siquiera la menor de las dudas. (Lloré a los nueve uniendo los puntos, dándome cuenta que no había un viejo gordo y barbudo en el polo norte que te traía regalos en navidad, pero de nuevo, no es que ese hecho pudiese quitarle lo mágico o lo inverosímil a los regalos debajo del árbol) Y ya a los 13 me circundaba el característico aire de superioridad propio de las personas que se regodean en decir que nada importa ni significa nada, cuando en realidad, a esa edad y aún ahora, todo me parecía inmenso, lleno de algo indescifrable pero presente. Si afirmar que nada vale o significa nada fuese lo que interesara a mi o a Camus, no creo que ni sus textos ni los míos valieran mucho la pena, sobretodo porque es una conclusión fácil a la cual llegar, a la que llegan los niños solitarios y las personas dolidas. 

Para Camus, el Absurdo, no es la falta de sentido, sino el conflicto entre nuestras conciencias y el universo que las supera y abruma. Este Absurdo es el producto de aquel momento en el que miramos en silencio a ninguna parte y nos damos cuenta que tan grande es todo, que nada nos pertenece, y que un día, un instante cualquiera, estaremos muertos. En la náusea y el vértigo es que está el absurdo, pero me parece interesante que en la forma en la que Camus lo plantea, solo basta con voltearse y jamás volver a ver hacia el vacío para escapar del dilema. Y me parece aún más interesante la idea de que en mantener esa tensión, en vivir el dilema, hay una tregua que nos empodera y no simple desesperación. Es el miedo secreto de todos los supuestos nihilistas, descubrir que las cosas si valen la pena. Darse cuenta de las dimensiones incomprensibles de la vida, es según él, “llegar a los desiertos del pensamiento y la razón” pero quedarse y sobrevivir ahí es “crear un oasis en medio del desierto”. No me interesa intentar describir sus conceptos, porque de ninguna manera podría hacerlo tan bien como él. Lo que sí me interesa es hablar de algo entre sus temas que  me impactó y me hizo pensar en otras cosas. Camus habla de los “Héroes” de este dilema, Heroes del Absurdo, personas que sostienen la náusea hasta que se vuelve un fuerte ardor en el pecho, y entre estos héroes, le dedica un buen pedazo de su libro, al que él considera el más importante e intrigante de todos. El Creador.  

“Crear” ¿Hasta qué punto podría uno estirar la definición de esa palabra?. Y claro, como el adolescente pasional en constante crisis existencial que aún siento que soy adentro, no pude hacer otra cosa que hablarle con la energía de alguien obsesionado a mi padre, sobre este tema del sentido de la vida y de todo, y del absurdo y de crear, y comprender y pensar, y sobre mis descubrimientos con este libro y con este filósofo. Y él a todo mi discurso y a las cosas que le contaba maravillado respondió con el más interesante de los comentarios: “ La filosofía no sirve para nada”. 

Me dio risa su comentario, muchísima, especialmente porque papi lo que es es artista, y quise confrontarlo, y le dije “entre la filosofía y el arte no hay mucha diferencia” a lo que él con toda la confianza del mundo respondió “Yo lo sé, la filosofía no sirve para nada, el arte no sirve para nada, la vida no tiene sentido, el arte tampoco, por eso hago arte” y fue en este momento cuando me quedé maravillado, y entendí que estaba hablando con un verdadero Héroe del Absurdo. “Si no tuviera el arte ¿qué me quedara? ¿el suicidio?” Este es un hombre que vive en constante rebelión contra la nada, viviendo de un acto absurdo, y que habla de la muerte como lo harían los protagonistas de las novelas rusas de mediados del siglo XIX. No creo que nadie quiera escuchar hablar a sus padres sobre la muerte con tanto estoicismo y firmeza. Fue aquí también cuando sentí que debía escribir esto. 

Horas más tarde redescubrí las palabras de mi padre, en las de Nietzsche a través de Camus: “El mundo es divino porque es inconsecuente. Es por eso, que sólo el arte, que es igualmente inconsecuente puede comprenderlo”. Me di cuenta de que vivir es suficiente para llegar a algunas conclusiones, y me puse a pensar en mi padre y en mis padres con una extraña admiración. El secreto del absurdo, es que para superar el vacío hay que mantener una constante rebelión, y en esa oposición entonces nace sentido, crear es un acto supremo de rebelión, porque en un mundo en el que todo se destruye y cesa de existir, traer algo más al mundo sólo precisamente para darle existencia y nada más, es descarado y bello.

Mi padre y mi madre, ambos artistas, y personas inmensamente distintas una de la otra, me hicieron pensar en qué podía significar ese acto de rebeldía, qué tantas formas podía tomar esa sublevación contra la vida y para la vida. Pensar en mi padre me hizo plantearme cuánto no crear en el valor intrínseco de nada, implicaba realmente creer sin duda alguna en algo inmensa e intrínsecamente valioso, y pensar en mi madre me llevó a plantearme cuánto aferrarse a las esperanzas es también un grito de lucha contra la adversidad y el vacío, y pensar en ambos me hizo reflexionar sobre los padres de todos. 

La vida, tan sólo como fenómeno científico, y ni siquiera como el inmenso misterio filosófico que es, ya de por sí podría entenderse como el más grande Héroe del Absurdo, si tan sólo tuviera conciencia de sí misma. Una anomalía indescifrable, constantemente en pulso contra la entropía y todas las leyes del universo que empujan contra ella hacia su destrucción, y que continúa, a pesar de todo, por ninguna razón y sin ningún propósito más que sí misma hacia adelante. Creándose, procreándose, reinventándose. ¿Quiénes son más descarados y más rebeldes que aquellos que nos parieron y nos criaron? A pesar de la muerte, a pesar de la destrucción inminente de todo, y las dudas, y del misterio del sentido. Nosotros, y nuestros padres, y sus padres, y los padres de sus padres, si eran conscientes, si temían el final de todo, y le sacaron un dedo del medio a la nada con traernos al mundo, y encontrar sentido en nuestra breve existencia. 

Somos todos los pequeños faros de luz que justifican e iluminan la idea de un “sentido”. Que mis padres se amaran los hace héroes del absurdo. Que me tuvieran los hace héroes del absurdo, y que me amaran sólo por amarme los hace héroes del absurdo. Son todos los padres y las madres creadores del absurdo sin par. 

Y quizás crear es algo que va aún más lejos, en un mundo sin un verdadero sentido intrínseco, toda acción parece poder convertirse en un fuerte acto de rebeldía, y me da fuerza pensar, que habrá personas que amen, y que sientan, que se levanten de sus camas a pesar del miedo a la muerte, que crezcan, que aprendan y vivan sus búsquedas, que tendrán amistades, hermanos, amores e hijos y pasiones sin ningún sentido fuera de sí mismas hasta que se apague la última de las estrellas y ya no quede realmente más que oscuridad en todo el universo, y que todos ellos sólo por haber vivido con eso mismo como el sentido al que se aferraban serán también héroes. 

Al final, es un poco como lo dijo mi papá. “Camus tuvo que escribir un libro, para decir que la respuesta está en vivir y ya.” 


Eduardo CeballosComment