CRECER EN EL CARIBE MÁGICO Y REAL
escrito por Roberto Jaén || ilustrado por erik alfredo
Años atrás, sentado en un aula universitaria, un profesor nos propuso a los estudiantes definir el Caribe. Los más conservadores respondieron de inmediato señalando la geografía como parámetro, único, de definición. Otros, al darse cuenta de las limitaciones de lo primero, aludieron al idioma, a las costumbres, tradiciones, religión y una combinación de las anteriores.
Definir el Caribe, la región, no es fácil porque sus límites cambian hasta dentro de sus países. Nadie diría que Costa Rica o Nicaragua son países caribeños, pero sus provincias Limón y Bluefields sí que son parte del Caribe. Incluso geopolítica y económicamente cambian los límites. Las intervenciones de los Estados Unidos, y la respuesta de cada país, o los modelos de producción y monocultivos son eventos propios del desarrollo del Caribe que distinguen y unifican a los diversos países de la región.
Hacía muchos años no pensaba tanto en el Caribe, pero hace poco vi dos películas, da la casualidad que una tras otra, Agosto (Armando Capó, Cuba, Costa Rica, Francia, 2019) y Ceniza Negra (Sofía Quirós, Costa Rica, Chile, Argentina, Francia, 2019) y me pregunté por esta región, incluso me pregunté, al final de ambas, si sus protagonistas, Carlos y Selva, tendrían algo que conversar sobre sus caribes si se conocieran.
Ambos cruzan un umbral de vida, la historia de ambos se enmarca en ese “coming of age“ pero con dos variables particularmente interesantes. Selva habita un caribe mágico, un caribe de sonidos profundos e incluso puede hablar con el más allá. Carlos, por otro lado, está inmerso en una crisis de migración, a veces alza la mirada y observa las balsas improvisadas que esperan cruzar con destino a Florida. En esas dos realidades los dos coquetean por primera vez, descubren nuevas preocupaciones y les invade la incertidumbre.
Las similitudes no terminan allí; tanto Carlos como Selva mantienen relaciones muy estrechas con sus abuelos. Ambos tienen que verlos postrados, incluso yéndose con algunos últimos desvaríos e incluso los dos asumen labores y cuidados más propios de adultos. En escenas igual de conmovedoras ambos miran a sus abuelos postrados en sus camas y con apenas miradas saben que pronto los ancianos también cruzarán hacia otro lugar, como ellos mismos al finalizar sus relatos.
Selva vive en el realismo mágico, Carlos en una realidad inclemente a la que los países caribeños, y latinoamericanos, parecemos estar condenados: la crisis, la incertidumbre. Selva escucha naturaleza mágica representada en sonidos que habitan la noche, el mar que nunca tuvo más color y las serpientes que se dejan ver cada tanto. Por el contrario el murmullo que escucha Carlos es el de la naturalidad cotidiana que se resquebraja entre la escasez y los cantos para que la virgen cuide a los que van a remar.
Sus historias son Antípodas caribeñas; la cámara en Agosto se sitúa cerca, a veces mucho, apenas para ver el rostro de Carlos que observa a su vecina o que reclama no haber podido despedirse, o al rostro de la mujer mucho mayor que él con quien explora el sexo por primera vez. De Selva estamos cerca, pero es más interesante cuando Selva queda en un vértice del cuadro o abajo e inmenso aparece el Caribe.
La notable calidad de ambas películas habla también del cine de nuestra región, cuestión que me alegra. El cine de la región necesita imperativamente revisar sus eventos recientes y al mismo tiempo explorar los espacios de nuestro mundo, que no es Europeo ni norteamericano, es latinoamericano, digo más, caribeño. En una de mis escenas favoritas de Agosto, Carlos se acaricia su incipiente bigote, en una de Ceniza Negra, Selva flota por un manglar, las dimensiones tangibles y metafóricas de crecer, de cruzar.
No he respondido aún mi propia pregunta, pero tengo una idea. Sospecho que sí tendrían un par de cosas para charlar Carlos y Selva, tal vez se preguntarían por el caribe nuevo que tienen que (re)construir y lo que ya no está más. Caerían entonces en nuestras mismas conversaciones inacabables: cómo definimos y creamos nuestro Caribe, eternamente entre la magia y la cruda realidad.
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