NOS HAN DADO LA TIERRA

Las Cruces (2018) de Teresa Arredondo y Carlos Vásquez Méndez


por Sofía Hansen

LasCruces04-800x445.jpg

“Generalizando y por analogías: toda sensación, sea de goce o de dolor proviene de un desdoblamiento. Dos vidas diferentes y la posibilidad del hombre de estar en ambas a la vez”.

Juan Emar, Cavilaciones

Una voz en off anuncia el golpe de estado en Chile el 11 de septiembre de 1973. La pantalla se encuentra en negro, sin embargo en nuestra mente, se forman poco a poco colores, formas, sonidos y texturas que existen en un imaginario colectivo. La película trae recuerdos a los que vivieron esa época, y también a aquellos que no la vivimos, pero que aún así, por alguna razón, recordamos. Este film no solo despierta otros tiempos, sino que también trabaja sobre el presente: una memoria común que no debe ser olvidada. Aquellas imágenes fantasmagóricas que deben permanecer.

Las Cruces cuenta el arresto y posterior desaparición de diecinueve trabajadores en 1973 en manos de agentes del Estado. Cuarenta y siete años más tarde, este caso y muchos otros que hacen referencia a Detenidos Desaparecidos en dictadura, siguen abiertos, sin existir justicia. Resulta casi imposible narrar las vivencias de carácter político y estético que se generaron y que se han generado en Latinoamérica y el caribe desde los diversos golpes de estado hasta las revueltas sociales presentes hoy en día. Nuevamente reaparece la voluntad de intervenir la normalidad social y con ello, se mantiene y se hace más evidente la represión estatal que vulnera los derechos humanos. Una voz pasada persiste, y en Las Cruces el paisaje se vuelve una imagen reivindicativa, donde la película en sí misma actúa como una obra que constata y materializa la historia omitida.

Aquellos paisajes, bosques, ríos y fábrica filmados, son contenedores de una historia en común, la cual se desborda de la propia materialidad de la película. Vemos lugar, árboles, calle, cruces, hasta que en un momento, el sonido, las vibraciones y la propia película que comienza a destellar blanco en su imagen, generan en nosotros algo así como una sensación sísmica: “hay mucho más que ver en una imagen que lo que un encuadre puede contener”¹.

Se nos anuncian presencias en el paisaje vasto del sur de Chile mientras sucede la explanación del terreno, mientras son cortados los pinos en los monocultivos de la zona, mientras la fábrica CMPC, cómplice de la masacre, sigue en funcionamiento. Pareciera como si dentro de la ciudad de Laja el recuerdo del asesinato de los diecinueve trabajadores siguiera ahí, sin embargo, la irrupción en el paisaje de las fábricas y máquinas generan la sensación de que aquella memoria se encuentra invisibilizada.

El cine, a su manera, nace con trabajadores que también salen de una fábrica. En el libro Imagen e intemperie de Ticio Escobar, se propone la cuestión de la posibilidad de una nueva potencia en el arte que debe estar en disputa con la lógica mercantil. ¿Estarán impulsados por la emancipación los planteamientos estéticos que envuelven la forma artística al día de hoy?, ¿o son guiados por los intereses del mercado?. Las Cruces propone una mirada que renueva la diégesis de la narrativa en el documental chileno, utilizando recursos que se alejan del tratamiento usual dentro de la temática histórica con respecto al periodo dictatorial, mientras que se acerca de forma ceremoniosa a la historia de la ciudad de Laja. Las voces de los familiares de los Detenidos Desaparecidos -quienes leen testimonios de los propios victimarios-, los actos conmemorativos, aquello que se decide filmar y aquello que no, dan cuenta de cómo la materia fílmica actúa siempre desde la resistencia, desbordando sus límites, dejando su huella en documentos judiciales, en la planicie de un bosque, en el quiebre de una voz, en la emulsión de la película.

Volver a esas historias inconclusas a partir de las estéticas marginales que lograron, pese a todo, dejar vestigios de la masacre, nos da la oportunidad de contrarrestar a la voluntad totalizadora de los discursos conservadores que aún hoy intentan arrojar esos cuerpos al olvido.
— Miguel A. López en el libro Perder la forma humana

Las estéticas marginales aparecen en el film al ver las incongruencias de un paisaje; lo antiguo convive con lo nuevo, el vestigio del militarismo fuera de los cuarteles que perdura hasta hoy, ahí mismo, en coreografías de guerra, en los tags que apelan a la masacre, en los escaparates de las tiendas. Las huellas de una matanza y posterior cambio de modelo económico y social en Chile son filmados con detención. El cine es un arte del presente, y al ser espectadores de una película, generamos una especie de desdoblamiento. Ocurren diferentes representaciones que se funden en la pantalla con nosotros allí; diversos tiempos, diversos lugares, diversas memorias. Los recuerdos se van generando mientras avanza la película, los cuales perdurarán de manera latente.

Aquí la palabra pasa a ser un discurso, y nuestros oídos atentos se transforman en parte de la película, al recibir aquello que debe ser escuchado. El paisaje, por otra parte y en concordancia, nos hace convertirnos en otro. Nos hace viajar a ese lugar de las imágenes. Y es que aquello filmado es un espacio que va cambiando con el tiempo, pero que algo de él se mantiene y genera reminiscencias. En Las Cruces el paisaje es memoria, es recuerdo, es lugar sagrado. Es lugar conmemorativo.

Una película que recorre la historia de la ciudad de Laja que, a partir del presente, ya no estará olvidada.

Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después; que no se podría encontrar nada al otro lado, al final de esta llanura rajada de grietas y de arroyos secos. Pero sí, hay algo. Hay un pueblo. Se oye que ladran los perros y se siente en el aire el olor del humo, y se saborea ese olor de la gente como si fuera una esperanza.
Pero el pueblo está todavía muy allá. Es el viento el que lo acerca.
— Juan Rulfo en Nos han dado la tierra, El Llano en Llamas

¹ Francisco Algarín escribe En el libro Jeannette Muñoz, El Paisaje como un Mar

Sofía HansenComment