TODAS LAS RAMONAS DEL MUNDO


Ramona (2023) Dir. Victoria Linares VILLEGAS

un texto de tanya valette

Nunca sabremos el por qué algunas imágenes deciden instalarse de manera fundacional en nuestra memoria y, como tales, volver de manera recurrente a lo largo de nuestra historia vital.  Al final de mi niñez fuimos al campo a buscar a Dora, que tenía diez años y cuya misión sería jugar con mis hermanitas, como si fueran sus muñecas. Una muchachita de crianza se decía, algo que formaba parte de las costumbres de la época. Dora tenía unos ojos enormes y el cuerpo encogido por la pena. Se la pasaba llorando por los rincones de la casa, añorando las lomas de Jarabacoa y los mimos de su madre. Un domingo, en el Fiat blanco de papi, tomamos el camino de vuelta y la regresamos a su casa. Todavía recuerdo cómo su pequeña silueta volvía a ser saltarina. Su mirada atravesaba el paisaje, adelantándose a correr por los caminos.  

Mi otra imagen fundacional es del final de mi adolescencia, durante mis años de estudiante de medicina. Me había ido a un pueblo de la frontera, donde una amiga hacía su residencia médica. Una niña de 12 años había parido con extrema dificultad a un bebé prematuro que no sobreviviría a la madrugada. Mi amiga Mercedes le dijo al padre del bebé, otro adolescente, que buscara algo donde pudiera meter al niño, para que lo llevara a morir a la casa. Recuerdo la imagen de los dos niños adolescentes, sus cuerpos tristes, perdiéndose por el camino sinuoso, con una caja de zapatos entre las manos. Ese día decidí que no seguiría estudiando medicina.

Muchos años después, en un cine de Paris, Agnès Varda me regresó a aquellas imágenes. Era su película Vagabunda y Sandrine Bonnaire atravesaba el paisaje con la misma libertad de Dora y con el desgarro de quien se sabe condenada y perdida, de aquella niña de la frontera que se enfrentaba a un dolor para el cual no tenía herramientas que la ayudaran a comprenderse.

Volví a ese camino errático y solitario con Ramona, el documental de carretera de Victoria Linares Villegas. El plano es la conciencia del cineasta. Una película debería poder contarse desde ese plano que apunta directo hacia la nuestra. Ese plano que nos interpela porque hay una suma de decisiones que llevaron a filmar la imagen justa. Ramona, que es todas las Ramonas del mundo, atraviesa el cuadro con su reconocible uniforme de escuela pública y esa manera de ser pulcra de las niñas del campo o de los barrios con calles polvorientas de las ciudades. Mochila al hombro y panza a punto de estallar, Ramona continúa caminando y se desplaza por los senderos verdes y tristes de la isla, plena de dignidad, mirada desde un lugar que jamás apela a la miseria, que se toma en serio, pero que también se atreve a la risa y al melodrama, instalando en el público un malestar reflexivo marcado por un dispositivo en el cual ficción y documental se convierten en un juego de espejos, en el cual no será imposible que nos crucemos de frente con nuestro propio reflejo.

Camila Santana ilumina la pantalla transpirando verdad por cada poro, se pone y nos pone en la piel de Ramona, haciéndonos sentir que todas somos una, que todas hemos perdido, que todas tuvimos ganas de escapar y escapamos, que todas tuvimos un amor o un desengaño o fuimos ultrajadas y que todo fue demasiado temprano y que, aunque nos cueste decirlo, desde allí aprendimos a ser fuertes y valientes. Y también frágiles. Y nos duelen, cómo no podrían dolernos tantas niñas que posiblemente guardan sus juguetes debajo de la cama, obligadas a pensarse y a asumirse como madres, ante la indolencia de quienes son elegidos y pagados para votar leyes que las protejan, que las devuelvan a los caminos para que salten sin que les pesen el cuerpo y la vergüenza.

El documental cierra con algunas de las imágenes más hermosas de nuestro cine, tanto por su forma como por lo que representan. Filmadas por ese ojo de lo humano que es Jaime Guerra, las niñas madres llegan al mar, con parte del equipo que filma la película. Se sumergen en aguas diáfanas y tranquilas, mientras juegan y ríen, con las panzas enormes flotando boca arriba. Los rayos del sol forman halos de luz que se expanden, cual corrientes de amor que transitan sumergidas. No pude evitar pensar en esa imagen de la felicidad que Chris Marker nos invita a perseguir y a perpetuar.

Victoria Linares Villegas es de esa estirpe fuerte, valiente y también frágil, que se atreve a contrariar a una sociedad dormida. Mira y escucha realidades que, en ocasiones la conmueven y en otras, la llenan de rabia y de las que decidió hacerse cargo desde el lugar que escogió para relacionarse con el mundo y con su tiempo: el cine.


Tanya Valette1 Comment