EN EL CIELO NO SÓLO HAY CERVEZA, SINO TAMBIÉN AJO
“Documentaries by Les Blank, Sixteen Films”
un texto de Daniel C.
En una entrevista sobre su amigo Les Blank, el director alemán Werner Herzog (sujeto de dos documentales de Blank¹) hace un cuento para ilustrar su personalidad. En una ocasión, Blank se montó en un barco para darse cuenta poco después de zarpar que no le gustaba la compañía que iba a tener durante el viaje entonces simplemente saltó al agua y nadó el par de millas que habían recorrido para volver hacia la costa. Viendo sus películas es fácil creerlo. ¿Para qué perder su tiempo?
Sus películas no critican nada excepto de manera indirecta, exaltando alternativas. Es posible que esa sea la forma de crítica más fuerte, de la misma manera que un poquito de humor puede ser una forma de rebelión más profunda porque representa un rechazo no sólo a este o aquel argumento, sino a todo el código que lo sustenta. Es una decisión de no participar, sino mostrar. Lo que muestra es una forma diferente de ver las cosas, idealmente una forma menos limitada.
Esa es la sensación que dan estas películas. Cuando entrevista a los personajes de una especie de subcultura que alaba el uso del ajo como si fuera una religión en Garlic is as Good as Ten Mothers (1980), algunos usando un sombrero de ajo o bailando flamenco con un collar de cabezas de ajo, ninguno de ellos realmente pasa mucho tiempo criticando a la gente que no “cree” en el ajo. Uno simplemente los ve tan entusiasmados que siente que sería un idiota si no participa de ese entusiasmo. Buscan referencias bíblicas, históricas, literarias de la importancia del ajo, y cocinan – con ajo, mucho ajo. Cuando en un momento, insertado como una nota errada en la música (y los documentales de Les Blank siempre tienen música), un granjero orgánico dice que le gusta el ajo pero no más que las otras cosas que cultiva, que no es un fanático del ajo, se siente casi como si con ese comentario tan inocuo pero falto de pasión, estuviese blasfemando.. No queremos oír su sobriedad, queremos volver a oír a los fanáticos. Queremos ser uno de los fanáticos.
El artista Gerald Gaxiola, que se llama a sí mismo The Maestro, y es el sujeto del documental The Maestro: King of the Cowboy Artists (1994) también puede ser descrito como un fanático, en su caso un fanático del arte. Se volvió artista después de una serie de trabajos que no le terminaban de satisfacer. Cuando agarró un pincel se sintió que había muerto y renacido. El único problema es que no cree en vender su arte porque piensa que eso lo corrompería como artista. Pasó trece años organizando un evento que llamaba Maestro Day, donde mostraba sus creaciones (pero no permitía su venta), cantaba música en vivo y organizaba una serie de competencias para el público. Lo canceló cuando se dio cuenta de que se estaba convirtiendo en una especie de animador o personaje de circo en vez de un artista. Aún así, uno no está seguro de qué vive, ni que no sea realmente más un personaje que un artista. Se viste como un vaquero, tiene un tipo de riña a la muerte (uno se imagina que unidireccional) con Andy Warhol y con otros artistas como Christo, de quien visita la instalación del momento en California con un revólver de paintball y con la intención de dejarle saber que el Maestro lo quiere derribar de la cumbre artística.
El entusiasmo, la alegría, se desborda e infecta, igual que en todas estas películas, incluyendo, o especialmente, las que documentan a comunidades enteras. La música, siempre en vivo, viene acompañada de baile. Viene acompañada, también, de comida. Esos son los elementos de una celebración. La gente en las películas de Les Blank siempre está celebrando, siempre está bailando, siempre está cocinando. Uno sabe que trabajan, que se tienen que ganar la vida. Uno a veces ve imágenes de gente trabajando, pero uno siente que mientras trabajan sólo esperan la noche, para celebrar.
Celebrar es lo que hace la comunidad de los Cajunes en Spend it All (1971). Esta comunidad sureña — descendientes de franceses establecidos en Nova Scotia y perseguidos por ingleses —, si le creemos a Les Blank, no parece hacer otra cosa que correr caballos, cocinar diferentes tipos de pescados y crustáceos — o también cerdos — con muchas especies, tomar cerveza y bailar al ritmo del acordeón y el violín. El poco dinero que tienen lo gastan todo en eso, de ahí el título². Las vidas de los miembros de su contraparte negra, una comunidad que también vive en Louisiana y habla un creole francés, documentada en Dry Wood (1973), parecen consistir de más o menos lo mismo, excepto que son un poco más destitutos. En una escena de esa película vemos a un hombre durante el día caminando por el campo con una pala en el hombro. El hombre pita. La melodía que pita luego se la roba el violín que comienza la fiesta de la noche, la fiesta que estaba anticipando durante el día.
Celebrar es lo que hacen los habitantes de Nueva Orleans en Always for Pleasure (1978). Dos semanas antes de Mardi Gras, aunque todavía andan los negocios, ya están en ánimo de celebración, nos dice uno: “The businesses are still open, but everybody’s finger-poppin’ and havin’ a ball!” La gente sigue a las procesiones de músicos tocando trompetas y tambores, brincando y saltando y doblando sus cuerpos por las caderas y levantando los brazos en el aire, como poseídos. El día de St. Patrick’s, nos dice un habitante de origen irlandés que esa ciudad es la única en el país donde todavía se puede tomar cerveza en la calle y tirar la lata al piso, o sea, la única ciudad en el país donde uno todavía se puede sentir libre de vivir. La última media hora de la película trata sobre las celebraciones el día de Mardi Gras de ciertas “tribus” africanas honrando a los indígenas (se enfoca en una que se llaman Tchopitoulas) que acogían a esclavos escapados y que continúan hasta el día de hoy (o de la filmación) con unas competencias de trajes indígenas, extremadamente elaborados, coloridos y decorados, que confeccionan nuevamente para cada año, desmantelando los del año anterior. ¿Para qué hacer eso, todo ese esfuerzo y trabajo que se pierde tan pronto pase la fiesta? Puramente para celebrar. ¿Para qué más estar vivos?
En el mismo documental un cocinero nos enseña el método para separar a los langostinos vivos de los muertos, dejando que los vivos caminen hasta caer en una paila donde van a ser cocinados mientras que los muertos se quedan atrás. Luego vemos unos intertítulos algo irónicamente superpuestos: “When you’re dead you’re gone. Long live the living!”
Si ocasionalmente uno se pregunta si está viendo el paraíso en la tierra, eso podría al mismo tiempo generar dudas. El paraíso no existe, por lo menos no aquí abajo. En otras palabras, ¿no podría Les Blank estar dándonos una imagen falsa de estas comunidades? Cuando para la música, cuando se acaba la comida, cuando se levantan resacados y sin un chele ¿qué tan miserables son, realmente? Cuando uno ve una celebración nocturna de los creoles en Dry Wood, en ese momento consistiendo solamente de hombres (tal vez porque las mujeres se tenían que encargar de otras cosas por la mañana) tirándose en el piso, maltratando una tortuga y actuando generalmente como adolescentes, uno ve que están muy, muy borrachos y uno se pregunta si eso constituye realmente una vida funcional.
Seguro se puede escribir una tesis para un grado de economía sobre cómo la mentalidad y el estilo de vida de los Cajunes no les permite acumular riquezas ni integrarse al mundo industrializado moderno (si es que todavía existen 50 años después de la película). ¿No les iría mejor con más comodidades, más tecnología, más medicina? En un momento vemos a una mujer tostando sus propios granos de café en la estufa. A cada rato vemos a gente haciendo sus propias salchichas o su propio “queso” de hocico de cerdo. En general no parecen tener más de lo básico. En cuanto a medicina, una imagen de Spend it All es particularmente chocante. En medio de una celebración diurna al aire libre, con el fondo de unos músicos tocando su música habitual, un hombre agarra un alicate, se lo mete en la boca y se arranca una muela, una de los pocos dientes que le quedan. Después se ríe. La gente alrededor apenas se percata, como si esto fuera lo más ordinario del mundo. ¿No estaría ese hombre mejor visitando a un dentista?
Se pueden hacer esas preguntas, pero uno siente que solamente con hacerlas ya perdió. O que está jugando otro juego. Además, las películas dejan claro que si hay algo que le falta a esa gente de las cosas a las cuales estamos acostumbrados, hay muchas que faltan en una sociedad moderna como la nuestra que posiblemente sean más importantes. Uno se da cuenta de que se ha perdido gradualmente la capacidad de celebrar la vida de la forma en que se celebra aquí.
La celebración es una postura hacia la vida. No es que ignore la existencia del dolor el resto del tiempo, en el resto de las cosas que hay que hacer para mantener la vida, en el hecho de que la vida viene acompañada de tanta pérdida — de seres queridos, de placeres, memorias, juventud o simplemente tiempo. Es una postura frente a todo eso, la única que realmente hace sentido. ¿Tu trabajo es duro? Toca la guitarra, toca los blues como Mance Lipscomb. ¿Perdiste a tu mujer? Canta y tírate en el piso, soltándolo todo tocando la armónica como el tipo que acompaña a Lightnin’ Hopkins en The Blues Accordin’ to Lightnin’ Hopkins (1968). ¿Se murió uno de tus mejores amigos en un accidente sin sentido? Haz un chiste sobre eso y después toca el violín como Tommy Jarrell en Sprout Wings and Fly (1983). ¿Fuiste víctima de racismo policial como cuenta el mismo Lightnin’ Hopkins? No es que no haya que pelear de otras maneras en contra de lo cambiable — hay dolores en la vida que se pueden cambiar y otros que no — pero en lo personal, aunque vemos que esto lo afectó y lo marcó, su sentido del humor, su decisión de no dejar que afecte su capacidad de disfrutar la vida, es lo más admirable.
El dolor se transforma a través del arte. Los retratos que hace de músicos, desde violinistas (de música folclórica) hasta cantantes de blues y percusionistas afro-latinos, son testimonio de eso. Esta gente es capaz de buscar, hoyando hasta encontrar una fuente profunda tanto personal como comunal, y sacar música que sublima lo experimentado y le exprime la belleza. Pero también en su evidente obsesión con la cocina se encuentra un deseo de celebrar la vida en vez de lamentarse. Todo el mundo ha sentido en algún momento el poder curativo de la cocina. Especialmente en momentos cuando uno menos tiene ganas de cocinar, cuando uno prefiere no comer nada o si no cualquier cosa antes de ir a dormirse, ahí precisamente es que uno se puede haber dado cuenta de cómo el simple acto de preparar alimentos, de añadir especies, de dedicar cariño y cuidado a algo, y tiempo, especialmente si puede reunir a más gente en la mesa, tiene un efecto aligerante. La música y la cocina no son en ese sentido tan diferentes.
La música y la cocina todos las experimentamos igual y todos tenemos acceso a ellas. Eso es otro elemento básico de la celebración. El nivel de expendio o de extravagancia puede variar, pero todo el mundo tiene la capacidad de celebrar. Hay algo muy democrático en eso que es parte de cualquier celebración. Aunque en el fondo sea solamente una pretensión, como en los carnavales como Mardi Gras, cuando por solamente varios días el orden social se revoltea y los celebrantes tienen el derecho a pedir lo que sea a quien sea, durante el momento de celebración todo el mundo es igual. Si algo, podría al final haber una relación inversa entre riqueza y capacidad de celebrar, en el sentido de que a mayor riqueza se va perdiendo la habilidad de soltarlo todo, aunque sea por un momento, y de no pensar en el día siguiente. Tal vez eso sea lo que se ha perdido en la sociedad moderna. Los dolores existenciales no desaparecen con la acumulación material; quizás, hasta cierto punto, la forma de verdaderamente curarlos, sea temporalmente, sí.
Uno siente un respeto profundo por parte de Les (uno siente que también lo puede llamar por su apodo, como lo hacen los sujetos de sus documentales) hacia las personas en sus grabaciones. Lo invitan a sus casas a verlos cocinar, le cuentan cuentos, hacen chistes, le tocan música, bailan frente a su cámara. Alguien dijo que uno siente que él siempre tiene la cámara en una mano y una cerveza en la otra. Lo hacen parte de la comunidad. Hay algo muy íntimo en eso. A veces es una presencia palpable, en ese sentido, detrás de la cámara. Incluso hace preguntas. Pero a veces parece desaparecer y volverse totalmente no intrusivo, capturando a la gente sin que se den cuenta, como una verdadera mosquita en la pared. Eso sólo puede venir de una sensación de confianza que siente la gente hacia su presencia, una sensación de que él no los iba a traicionar. Y no lo hace. Uno no siente que juzga, sólo observa, sólo admira y así absorbe aunque sea algo del entusiasmo por la vida que muestran sus sujetos.
En el momento que filmó In Heaven There is No Beer? (1984), nos cuenta una colaboradora frecuente que estaba pasando por un período de depresión. ¿Cuál fue su respuesta a ese período difícil en su vida personal? No pasar su tiempo rumiando ni haciendo películas deprimentes, sino hacer una sobre comunidades de bailadores de Polka a través del país, cuya euforia infecciosa también bordea lo religioso, como en el caso de los amantes del ajo. Esta gente se junta en un festival anual llamado Polkabration que atrae a miles de personas y que dura once días en el estado de Connecticut. Ahí la gente baila y come y toma cerveza (“In heaven there is no beer, that’s why we drink it here,” va la canción), y habla sobre los tipos de Polka — según uno, la variedad americana se ha convertido en la Polka internacional — y sobre cómo pertenecer a una comunidad como esa le da sentido a la vida. Durante los créditos, al final de la película, vemos a una niñita paseándose entre las piernas de los bailadores que brincan al ritmo de la Polka. Rompiendo con el esquema normal de filmación que hemos visto antes, la cámara decide caerle atrás cuando arranca a correr y a saltar entre los pies de los adultos, como en una inspiración repentina, como si no se puede contener, como en un estado indefenso frente a tanta alegría.
Cuando filma una película como Gap-Toothed Women (1987), no está realmente haciendo un comentario sobre la tiranía de ciertos estándares de belleza que excluyen a alguna gente. Las mujeres entrevistadas hablan sobre eso, claro, pero el subtexto es más bien el mismo que en todas sus películas: cómo encontrar alegría en la vida, cómo hacer algo con lo que te da el destino. Algunas de esas mujeres son objetivamente hermosas (a pesar, o tal vez como resultado de, su diastema — el término científico), algunas no. Pero todas transmiten una energía contagiosa en las formas que han encontrado para lidiar con su “problema”, mayormente a través del arte, pero también en la forma como se expresan, en la forma como se ríen. Eso hace que uno quiera estar en la compañía de ellas para poder beneficiarse un poco de esa alegría y esa hermosura en persona. El director simplemente tenía un gusto particular por mujeres con esa característica y decidió explorarlo, de una forma respetuosa — nunca se siente lascivo ni vulgar.
Ese es el tipo de particularidad que le da color a la vida. Si algo tienen las películas de Les Blank, es color. Yo no sé nada de cinematografía ni sé por qué a los (mayormente) descendientes de polacos en la película sobre la Polka se les ven los ojos tan claros que uno no sabe si son verdes o azules. Sí sé que esa característica los hace verse como poseídos de algún espíritu ancestral de la Polka. Hay color en los potes donde se cocinan todas las variedades de sopas, en el pimiento cayena, en los crustáceos. Hay color en los disfraces de los Tchopitoulas. También, claro está por lo dicho arriba, hay mucho color musical.
Todo esto es una forma de decir que estas películas son productos muy personales. No son producciones de Netflix. No son episodios estructurados de una serie sobre chefs talentosos y sus historias de formación y sus viajes de autodescubrimiento, ni tampoco son análisis o desgloses de los componentes de una cocina universal. Tampoco son estudios sociológicos. No están buscando transmitir pequeñas joyitas de sabiduría para uno poder llevarse consigo y conversar en una fiesta. Son expresiones personales, más como poemas, que buscan transmitir algo más profundo, algo que tiene que ver con la totalidad de las cosas y nuestro lugar en ella. Cómo se logra esto es siempre un misterio. No hay una fórmula única y cada artista va a encontrar su lenguaje distinto, aunque éste caiga dentro de una tradición.
Si hay un hilo en todas estas películas es posiblemente el valor de la tradición. Creo que eso es un punto importante en el cual vale la pena detenerse un último momento. Lo que es común en cualquier tradición, sea de comida, de música o de arte, es la imposibilidad de realmente explicar de dónde sale, o por qué sale de esa manera específica. Las tradiciones surgen como por generación espontánea. Se puede trazar una historia en retrospecto, se pueden encontrar influencias, se puede saber cuáles eran las materias primas con las cuales se podía trabajar, pero no por qué se eligió una posibilidad entre todas las otras y se desarrolló y se construyó sobre esa y se siguió construyendo hasta llegar donde uno está ahora. La gente que participa de las tradiciones no sabe mejor que la gente externa a ellas de dónde viene la sabiduría que tiene. Si se echa un poco para atrás y se reflexiona, uno se encuentra simplemente en un estado de asombro por el hecho de que una comunidad de gente sin prácticamente ninguna educación de ningún tipo sea capaz de sacar el sabor de un pescado de la mejor forma posible utilizando una combinación de especies e ingredientes con tan sólo una paila puesta sobre una fogata en el medio del bosque. Igualmente, uno se queda en un estado de asombro por el poder que tiene un músico de buscar en la tradición algo que le permita expresarse de tal manera que con su tambora pueda “hacer sudar a las paredes”³. Uno se queda en un estado de asombro por la capacidad del arte de coger un material inerte y transformarlo en una “obra de arte”, en una ocasión para sentir asombro. Viendo estas películas uno siente asombro, específicamente, que alguien como Les Blank, buscando con una mente abierta en tradiciones americanas no siempre visibles y en la gente que las interpreta, pueda haberse hecho un refugio en un mundo frecuentemente cruel, su pequeño pedazo de paraíso, pero un paraíso muy personal, consistiendo de ajo y de langostinos y de queso de hocico y de bailadores de polka y de mujeres con un hoyo entre los dientes frontales y de cantantes de blues y violinistas de bluegrass, y de Werner Herzog y del Maestro, y de los atuendos de los Tchopitoulas, y de Cajunes y de Creoles, especialmente al final de su dia de trabajo, y de Mardi Gras y de St. Patrick’s y de gente que quiere hablar con él, compartir con él, cocinar, tocar música y bailar.
Uno se queda sintiendo asombro simplemente por existir. Eso es algo a celebrar.
When you’re dead you’re gone. Long live the living!
Los documentales de Les Blank están disponibles en la colección “Documentaries by Les Blank: Sixteen Films” del Criterion Channel, así como en el boxset “Les Blank: Always for Pleasure” de la colección Criterion.