LA PRIMERA VEZ QUE VI JE, TU, IL, ELLE


por María del Mar Rosario

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Una tarde de verano, tras una ola de discusiones en las que mi ex me reprochaba por salir a grabar en las noches, esperaba que me vinieran a buscar frente al edificio en la calle 81 donde vivía en Manhattan, con todas mis cosas en el piso, intentando acomodarlas para que se pararan con dignidad. Me respondieron de un cuarto disponible unos estudiantes de maestría que conocí auditando clases de dirección.

En el bachillerato de Estudios Cinematográficos no podías dirigir. En busca de un mentor, le escribí a Ramín Baharani uno de los profesores de dirección de maestría. Ramín me preguntó qué tipo de películas quería hacer. Qué pregunta tan pretenciosa, pensé. ¿Como lo voy yo a saber? Hablé con el pocos minutos y me dio una receta de novelas rusas mezcladas con cualquier tipo de grabación, “Aunque fuese con el celular”.

Era una etapa de muchas primeras impresiones. Sobre todo de películas. Fue la primera vez que miré a través de una mujer. Recuerdo ver Beau Travail (1999) en clase. Pero la única que quedó boba fui yo. Para ese tiempo tenía escrita una lista con melodramas de Fassbinder, Buñuel y Ripstein, creo que por los personajes femeninos atrapados en su condición de género. A Richard Peña, mi profesor, le brillaban los ojos hablando de cine en sus clases. Fue él que me mostró Martha (1974), Los Olvidados (1950), y El Castillo de la Pureza (1972). El último año le dije que estaba pensando explorar el aburrimiento para un ensayo y que tenía en mente a Sofia Coppola y a Antonioni. Esa misma semana me entregó un DVD de Chantal Akerman, “La conoces?” “No”. La película era, Je, Tu, Il, Elle (1975). 

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Flora era austriaca y la más cercana de mis roommates. Me contaba que la noche antes se había logrado zafar de un tipo que la hostigaba en el pawn shop. Grababa un mini doc de requisito para la aplicación de la escuela de cine de Berlín. Nosotras estudiábamos en Columbia y era demasiado cara para su papá, que encima era viudo. Le mostré a Flora la película que me dio el professor Peña. Nos sentamos en mi cama y conectamos el proyector monstruoso que ella me había traído una noche cuando estaban desechando el equipo viejo en Columbia. Pusimos la película y después de 40 minutos en silencio, se escuchó un diálogo. Tardó tanto que le dimos pausa y comentamos cómo se sentía el aislamiento de esta mujer, el tiempo que se tomaba la directora y lo raro que era ver un cine tan introspectivo.

Je, Tu, Il, Elle técnicamente tiene tres partes. Una mujer sola, una mujer con un hombre, y una mujer con una mujer. Aunque es una película que se podría catalogar dentro del cine queer, su experiencia se siente única y a la vez sirve de espejo, es art house, feminista y sobre todo, es honesta. 

En la primera parte, cuando mira a la cámara desde su cama, siento que nos está diciendo que esto es un auto retrato. Es la que está en conversación con Michael Snow, a quien ella abiertamente ha hecho referencia: el cuarto, la luz y el tiempo. Pero está fuera de tiempo con la voz en off. Es claro que la voz sale de un momento diferente al que se grabó la imagen. Establece dos pistas desde el principio. 1) Esto es un autoretrato, 2) Hay algo fuera de tiempo. Pero también: El tiempo no está lleno por las palabras vacías. El vacío se llena con cucharadas de azúcar en una bolsa de papel.  

JE / TU - la primera parte de Je, Tu, Il, Elle: una mujer come azúcar mientras escribe a mano en un papel y cada vez escribe menos y come más. Con cada bocado de azúcar, yo sentía el abismo de un abandono alimentado por cuentos de hadas. Se me abría el subconsciente con un imaginario sembrado por una cultura en donde las mujeres somos la rama de un tallo en forma de falo. En algunas escuelas de cine, te enseñan a contar la misma historia, llena de pistolas, que se ha estado leyendo y viendo desde Aristóteles con un héroe y tres actos. Pero hay sentimientos no identificados que no caben en la narrativa articulada de las películas de género, que era lo que inundaba el mercado en ese tiempo en el que nació esta peli. Akerman explora la imagen desde una profundidad tan inmensa que ni siquiera la entendía, pero la sentía. Creó un espejo en el que se reflejan las construcciones que nos impone la sociedad. Tal vez se está hablando a sí misma y es ahí en donde se distingue el Je del Tu. 

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IL - En la segunda parte, el camionero que la lleva a su destino comienza dando indicaciones de cómo debe ser manipulado su miembro. “Tú ves, esto es lo que importa. Mueve tu mano. Lentamente. No tan rápido. Arriba y abajo. Primero lentamente y después más rápido.” Una vez termina, le habla a Julie (Chantal Akerman) del día que conoció a su esposa, y ahí tengo la duda de hasta qué punto esto es un documental. Él se excede al despotricar cómo su hijo le quita tiempo de tener sexo con su esposa por que está cansado. Se desahoga. El monólogo se convierte en la historia de su vida que termina con él diciendo “ahora soy camionero”. De momento Julie está observando a la gente, y tiene algo de bello escuchar a ese hombre estar tan consiente de su condición existencial. O tal vez tan consiente de sí mismo. Él parece estar en armonía con su Tu. Se compara con su hermano y con su primo. Quiero que mis películas tengan conversaciones como el diálogo del camionero de Je Tu Il Elle.  

De momento me genera conversación con Tiny Furniture (2010) cuando el personaje de Aura (Lena Dunham) tiene sexo con su colega dentro de un tubo en un callejón. En ambas, la experiencia femenina navega lo inevitable, convertirse en un vehículo de placer. Al final de Je, Tu, Il, Elle el cuerpo de Julie se reivindica desde su propio deseo. Pero no creo que Chantal Akerman estuviera pensando mucho en eso. Se siente más como una explosion que un argumento. 

ELLE - En la tercera parte Julie llega a la casa de una mujer. La mujer le sirve pan mientras Julie asume el rol masculino, sentada en la mesa esperando ser servida. Come, seduce y se va. Estas acciones revelan una construcción social y le añaden una capa de verdad a lo que se siente muchas veces como una mentira: un cotidiano en una cultura donde la mujer es representada como sumisa. 

Aunque el 1975 era relativamente tarde para que fuese una de las primeras obras feministas, todavía se sentía radical en el 2014. Al otro día, sin aun entender por qué, al devolverle el DVD al profesor Peña, me oí decirle que ese era el tipo de cine que yo quería hacer. Donde tu experiencia es quien te dicta cual tiene que ser, no al revés.

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Las escuelas de cine en Estados Unidos estaban por los 48K-52K al año. Era mi último año del bachillerato. Era obvio que quería hacer maestría. Peña me dijo “¿Sabes que Chantal Akerman da clases ahí al lado, en City College y no cuesta tanto?”

¿Cómo tardó tanto esta información en llegar a mí? City College fue la única escuela a la que apliqué. Cuando fui a matricularme vi el nombre de Chantal Akerman en un pasillo vacío junto a una puerta, una placa que leía “distinguished lecturer”. Miraba la placa con devoción, pero nunca pregunté si ella estaría realmente presente ese semestre.  

En agosto fue la primera reunión, donde el programa le da la bienvenida a los nuevos estudiantes. Había refrescos y unos ejercicios bochornosos en donde teníamos que decir nuestro nombre, país, y repetir todo lo que dijo cada uno. Cuando entraba alguien, yo miraba hacia la puerta preguntándome si era Chantal.

En la primera clase de guion de mi maestría en City College, nuestro profesor nos puso una película que él mismo había dirigido y me di cuenta de que estaba mal editada. Nos dijo que el que la editó sería nuestro profe de edición. Le pregunté por Chantal y me dijo que estaría de año sabático. Otro profesor me dijo esa semana que ella ya no sería asesora de tesis sino que regresaría a dar un seminario sobre su obra. En octubre, la misma semana que estrenaba su película No Home Movie (2015) en Nueva York, veo la noticia en el NY Times de que había muerto en Paris.

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Sin llamar a más nadie, me fui al cine a ver No Home Movie, un documental intensamente tierno que grabó con su madre. Al salir de la sala reconocí la cara de uno de mis ex-compañeros del programa de Columbia, pero no conseguimos enunciar más de dos palabras, inundados por la tristeza que compartían la película y el momento. Se comentaba que le había invadido una depresión tras la muerte de la madre. Después se confirmó que Chantal Akerman se había suicidado.

Flora se había ido a estudiar a Berlin. Al apartamento habían llegado otros estudiantes, mucho más impersonales. Yo me la pasaba entre clases y sola. Nunca acompañada de mí misma. Tal vez me hacia falta el Tu. Después de todo Chantal Akerman era geminiana, igual que yo. En ese caso, el tú es tu otro yo que te acompaña si se lo permites. Caminaba ese invierno por el campus de City College sin mi Tu, y sin entender bien qué estaba haciendo allí. Tomaba el tren dos paradas más abajo al campus de Columbia para seguir atendiendo clases de maestría, pero comenzaba a sentir pudor por estar ahí robándome una clase de guión de una escuela en la que ni siquiera estaba matriculada. Fui a la oficina de mi asesora para ver cómo podia cambiar de cátedra o tomar clases en otros departamentos. En su oficina mirando un afiche de la EICTV se me ocurrió preguntar si era posible transferirme a San Antonio de los Baños por medio de City College, y así se dio. 

La cámara estaba dentro de un tren que llega mirando hacia afuera. Se ven los rostros de las personas que esperan. La primera semana de clases en Cuba mirábamos un fragmento de D’Est (Akerman, 1993) donde, como en la vida, las personas te miran de vuelta. Sentía un intercambio que me regalaba algo. No tardó mucho Chantal en comenzar a lanzar preguntas desde su obra, mucho más atinadas que las de Ramín. “¿Qué tipo de intercambio quieres generar con tu cine?” Mirando sus películas, pensaba en lo difícil que es ponerse en los zapatos del otro. “¿Cómo dejar que los demás entren en tus zapatos?” Primero, tengo que ocuparlos yo.

Sus clases privadas, desde sus películas, me mostraron planos que parecían pinturas remojadas en tiempo soltándome nudos que tenía amarrados a la domesticidad. Me enseñó que el cine puede ser una búsqueda, una carta, un momento en el que se escapa una verdad escondida, una mujer en una cocina cerrada amasando una carne molida, un tiempo muerto con vida. Después de tres escuelas de cine, Chantal ha sido, de mis profesoras, la más directa de todas.