LOS FINALES MÁS FELICES


por Erik Alfredo

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Lo bueno de las películas es que tienen la posibilidad de terminar en el mejor momento. Sólo en el cine puede un final feliz ser definitivo. Por eso, hoy que está cayendo la primera lluvia de Mayo, he decidido recordar algunos de los finales más memorables que he visto al día de hoy, en orden anti-cronológico.

LONG DAY’S JOURNEY INTO NIGHT (2018) - En El jardín de senderos que se bifurcan, Borges hace a un personaje preguntarle a otro cuál es la única palabra prohibida en una adivinanza cuya respuesta es el tiempo. El otro responde, acertadamente, que la palabra tiempo¹ —por eso he procurado no mencionar la palabra esperanza en ninguna parte de este texto—. En Long Day’s Journey Into Night, yo creo que la respuesta del acertijo casi se menciona, no sólo en el título sino también en las imágenes. Por ejemplo, en la imagen de un vaso a punto de caer de una mesa por la vibración del paso de un tren, pero que no llega a caer por el corte a otro plano. En otra escena cerca del final de la película, uno de los personajes, al recibir como regalo una pirotecnia, se atreve a decir en su diálogo que eso es un mal regalo, porque una pirotecnia es símbolo de lo efímero. Después, la última imagen de la película es una chispa corriendo por la mecha de una pirotecnia a punto de estallar, pero antes de que ocurra, la imagen se corta a negro.

THE DREAMERS (2003) - Cuando vi The Dreamers por primera vez y los créditos finales marchaban al ritmo de “Non je ne regrette rien”, yo estaba convencido de haber visto la última película posible. La vida de Isabelle, Théo y Matthew era una recreación de lo que ya se había hecho en cine —como habían visto en Bande à part, Freaks, Mouchette—. Pero al terminar la película, Eva Green y Louis Garrel ya han abandonado el interior de su apartamento —lleno de utopía, sueños, películas— en favor de la calle, donde espera la gente, la lucha, el supuesto mundo real, y dejan a Matthew perderse entre la multitud de la protesta sin ningún rumbo. Este acto, creí yo en ese momento, sugería la muerte del cine —y si no, al menos la muerte de su utilidad—.

PIERROT LE FOU (1965) - El último segmento de la película lleva el título de L’art. La mort. Pierrot corre hacia la costa del mediterráneo, se amarra unos explosivos a la cabeza y enciende la mecha. Parece arrepentirse a último momento, pero los explosivos estallan, esta vez antes del corte final. Y por poco la película termina así, con el final más trágico posible. Pero en los últimos segundos la cámara desvía la mirada al mar, y se escucha el voice-over de Anna Karina y Jean-Paul Belmondo, tal vez sus fantasmas: “La encontramos otra vez”. “El qué?”. “La eternidad”. Y las dos voces van interrumpiéndose y completándose como si fueran una sola.

OTTO E MEZZO (1963) - Este es el último de todos los finales. Guido ha decidido abandonar el rodaje de su película, que ni él ni nosotros sabemos muy bien de qué va. Cuando se monta al carro para irse del set de ciencia ficción construido en medio de la nada, su amigo Carini, un crítico, comienza a consolarle: “Destruir es mejor que crear cuando no estamos creando esas pocas cosas verdaderamente necesarias. Estamos sofocados de imágenes, palabras y sonidos que no tienen derecho a existir, viniendo de, o destinados a, la nada.” Fellini interrumpe el primer plano parlante de Carini por planos de todos los personajes que han sido parte de la vida de Guido, sonriendo a la cámara, ondeándole los cabellos por una brisa. El diálogo de Carini sigue superponiéndose con estas imágenes: “De un artista verdaderamente digno del nombre no debemos pedir nada excepto este acto de fe: aprender a hacer silencio.” Finalmente la voz de Carini desaparece y quedan los planos conjuntos de todos los personajes marchando una música de circo en las luces que quedaron del set de filmación.

Ahora me doy cuenta de que estos finales no son tan felices después de todo. Tal vez un final verdaderamente feliz no sea el que nos deje con ganas de seguir viviendo la película, sino el que nos deje con ganas de regresar a nuestras vidas.

¹ Jorge Luis Borges. El jardín de senderos que se bifurcan, 1941

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