MORIR DIGNAMENTE
Un homenaje a James Ivory inspirado por E.M Forster y Kazuo Ishiguro
por Manel Dominguez Romero
Discúlpeme si se trata de un triste recuerdo, pero nunca olvidaré aquel día en que ambos vimos a su padre paseándose delante del cenador, escrutando el suelo como si esperase encontrar alguna piedra preciosa que hubiese perdido.
Kazuo Ishiguro- The Remains of the Day
Un mayordomo y una ama de llaves contemplan desde la ventana a un criado de avanzada edad ensayando movimientos con las manos. Practicando ademanes de servilismo, aparenta servir una bandeja. El hombre, que debido a la fragilidad de unas septuagenarias y reumáticas articulaciones se había estrellado contra el suelo en pleno acto de servicio días antes, repasa las caligrafías de jerarquías moribundas de un ideario en ruta hacia el olvido. Acabamos de asistir a la muerte del gentleman.
Si bien es cierto que este preámbulo parece no invitar demasiado a la esperanza, encuentro de vital importancia poner de manifiesto mi vínculo con una idea que me asaltó cuando me propuse el reto de aplacar mi rebeldía para tratar de aportar algo a la línea editorial establecida por Julia. No hacía mucho que había visto “A Room With a View”, la sofisticada comedia romántica del director estadounidense James Ivory. Al leer “esperanza” no pude evitar ser asaltado por todo tipo de imágenes remitentes a las ventanas que aparecen en esa película y de las hermosas ideas que encarnan.
Mi periplo con el cine de James Ivory había comenzado más bien tarde, con “Howards End”. Tan tardío acercamiento se debe a la relación pudorosa de una parte prominente de mi generación hacia cierto tipo de cine romántico, amparada bajo la excusa del nihilismo juvenil. Creo de veras que no ha sido hasta que hemos consumado nuestro desencanto con la crueldad trasnochada y con las sinfonías del sufrimiento disfrazadas de actitudes altivas que comenzamos a comprender como esta dictadura del miedo a la sobre explicación provoca que en muchas ocasiones parezca que las películas estén filmadas por neveras, y no por seres humanos. En mi caso, obligó a preguntarme porque achacamos la expresividad del amor melodramático a una mera cuestión de subrayado ¿Acaso no supone un privilegio haber hallado el cine como medio expresivo? ¿Y no es lo contrario un ejercicio de cinismo pueril?
Siempre fui como los griegos, aunque ni lo supiera.
Maurice- E.M Forster
Desde ese instante, siempre encontré que al cine de Ivory lo atraviesa el más sano de los sentimentalismos. Un cine desprejuiciado y abierto tanto a invocar al hedonismo de la cultura grecorromana en un coming of age queer de la Inglaterra pecaminosa como a desnudar el intricado armazón del clasismo. Me resulta de un optimismo desarmante en el que difícilmente puedo disentir. Gracias a esta supuesta sensiblería Ivory nunca ha temido en definirse en sus películas como un autor afincado en el academicismo de la tradición literaria modélica. Por ende, me resulta desacertado desprender su nombre al de E.M Forster. Tres de las películas que se comentan en esta ofrenda –“Maurice” (1987), “A Room With a View” (1985) y “Howards End” (1992) — trazan una trilogía dentro de su filmografía, un encadenado que revela las luces y las sombras de una bisagra temporal, el paso de la era Victoriana a la Edwardiana. Si Bertolucci se constataba como cronista de la Italia que dejó la muerte de Giuseppe Verdi en “Novecento” (1976), Forster hizo lo propio con el desvanecimiento del gran icono del esplendor británico, la Reina Victoria, y de la muerte de las ideas que se llevó consigo. En conjunto, este periodo de la obra de Forster ubicado en la erosión sociocultural de la Belle Époque encara los primeros pasos hacia la extinción total del Imperio ya en el reinado de Jorge VI.
“A Room With a View” no sería el primer ejercicio revisionista del crepúsculo de dicha Inglaterra imperial, ya que como bien indica Román Gubern, la manifestación del obituario post-imperial en el cine vivió un resurgimiento tardío durante los años 80 con la aparición de películas que, desde un prisma nostálgico típico de postal preciosista, reflexionaban sobre las atrocidades cometidas y estudiaban los nexos de vasallaje en el colonialismo hindú. Películas como “Passage to India” (1984), de David Lean -de nuevo el fetiche por E.M Forster- o “Heat and Dust” (1983), el primer gran éxito del trinomio James Ivory, Ismail Merchant — su pareja sentimental e inseparable colaborador — y la guionista/novelista Ruth Prawer Jhabvala. Un film que presenta el territorio hindú como espacio dramático y que pone en entredicho la idea de “esplendor” del Raj, imagen paisajística que se había mercantilizado durante décadas para mitigar el sentimiento derrotista tras la independencia del feudo. Ivory comenta, a propósito de la génesis de “A Room With a View”, que las estancias en India y la larga amistad que contrajo con Satyajit Ray lo curtieron enormemente como cineasta. Fue durante esa etapa cuando se descubría a la literatura de Forster, autor que, por otro lado, Ray ya había barajado adaptar sin el beneplácito académico, tan relevante en este tipo de cuestiones.
Siempre quise volver a Italia para hacer una película. No había estado allí en más de 20 años. Así que le preguntamos a la King’s College de Cambridge si en lugar de hacer “Passage to India”, el libro de Forster que nos habían ofrecido adaptar, podríamos adquirir los derechos de “A Room With a View”. Sus mandíbulas se desencajaron: “¿En serio? ¿Esa novelita?”
James Ivory
Cierto es que, debido al carácter folletinesco y la finura de la distancia irónica, a uno se le pueda pasar por alto el hecho de que en “A Room With A View” subyazca la figura de un autor cuyo compromiso con el espectro político de las emociones de sus personajes pase por la apuesta sin concesiones al poder de la ingenuidad. Sin lugar a duda el dueto esgrime que la lógica del amor debe reclamar su legitimidad espiritual. Discurso que se hilvana en el film mencionado y su consiguiente, el drama queer “Maurice”. Ambos relatos de auge romántico en los que el autor se involucra con cuerpos abandonados a las agridulces mieles de la respetabilidad social, así como el autoengaño. Cuerpos que tarde o pronto abrazarán su asincronía para subyugarse al amor fou.
En sus novelas, Forster sublima este gesto aludiendo a la dimensión liberadora del conocimiento. No hay que olvidar que Clive y Maurice se despojan el uno ante el otro gracias al coraje que les brinda la lectura de “El Banquete” de Platón, donde se explicita el epicureísmo libérrimo. Ni que en “Howards End” el oficinista Leonard Bast se sumerge en la lectura onírica para huir de la aplastante realidad laboral en la que vive. Ni por supuesto descuidar que las lecturas de ciertos “literatos subversivos” — Byron, Goethe… — que lleva a cabo George Emerson en “A Room With a View” le impidan ver a Lucy como un trofeo a diferencia de Cecil, que a la contra exhibe sus manierismos chulescos como una parodia del arquetipo de caballero esclavizado a la autocracia de la letra escrita — lo que le transforma en un ser inerte, carente de empatía, un machista de manual.
La liquidez de la fluctuación de arcos dramáticos tan ricos a nivel expresivo — Ivory cosifica con atino el concepto del enamoramiento embarrado de Forster — fuerza a que sobresalga otro de los memorables resortes de su cine. Encuentro a un autor que desnuda el artefacto emocional a través del cuerpo del actor. Sin ir más lejos, uno de los gestos más hermosos que recuerdo es el impagable acto de justicia poética que tiene lugar en la relación de amistad maternofilial que contraen los personajes de Emma Thompson y Vannessa Redgrave en “Howards End”. En el que no solamente se ejemplifica el intercambio de pensamientos intergeneracionales de corte feminista -y de la relevancia política que reside en desoír a nuestros mayores- que propició la pujanza del sufragismo, sino también el relevo generacional de toda una tradición interpretativa femenina que había marcado al clasicismo inglés, rememorando, a través del gesto de Redgrave, inestimables herencias artísticas que siguen vigentes. De repente el cine invoca, en el afable rostro de Thompson, una transmisión cultural.
Pero volvamos por un momento a la Florencia del turismo “grand-tour” y postales de Botticelli. Concretamente a la conflictiva habitación con vistas de la pensión Bertolini que pone en jaque la refinada educación inglesa de Lucy Honeychurch y su prima Charlotte. Una ventana cuyas vistas exteriorizan la esencia de nuestros anhelos románticos. En esencia, es el mismo recurso vibrante al que nos invita el cine, que al final, no deja de ser un acto de fe a través de un recuadro tras el cual esconde sus particulares ritmos vitales y sus propios deseos. Una rima visual de distinto calado que opera como espacio seguro del romance punible en “Maurice” — el amor fugaz siempre aparece a través de la ventana — hasta la efigie fantasmal y nostálgica de un pasado en el que la “dignidad” del caballerismo fanfarroneaba sobre su intocabilidad en “The Remains of the Day” (1993) — una ventana al levantamiento del fascismo en Reino Unido.
Todo este largo camino de deferencias poéticas y didacticismo histórico me lleva a hablar del papel central de la mirada en toda esta serie de películas. Y es que Ivory nos recuerda que, dentro de las arquitecturas dialécticas de la presión social, la castidad y el matrimonio contractual, el impulso de mirar al otro -de descubrirse- se erige como el más poderoso de los reductos de resistencia política. Solamente el Godard de “Notre Musique” (2004) podría discutirle la vitalidad que encierran sus juegos de plano-contraplano. Nadie ha logrado que quiera llorar tanto en los primeros compases de una película como en “The Remains of the Day”.
Todo un partisano contra las construcciones fascistoides del aparato de la corrección moral — cabe recordar que la debacle del lord de Darlington Hall viene dada por la seducción del embrujo nazi —, Ivory toma el papel de cronista del declive de la figura misógina y disonante del gentleman británico y aplica su optimismo tanto en la pasión del amor fou como en la emancipación de la feminidad. Tan sólo la tenue fricción de una caricia sincera y el llanto desconsolado ante la cámara pueden llegar a resquebrajar el dogma estoico de la masculinidad. Ivory y Forster le han devuelto al hombre su fragilidad. Han puesto fin al invierno del medievo afectivo.
No sólo es todo un acto de justicia poética que le dedique su última gran película -de nuevo, “The Remains of the Day”- a un mayordomo y a la mansión a la que cuida, sino que supone toda una declaración de intenciones que también les otorgue la palabra y la mirada, respectivamente, dentro de una película en la que parece que las paredes filmen y sirvan como cómplices confesos de los diminutos triunfos enternecedores de los personajes. Lo que la convierte en un testamento de legados y orfandades.
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Crítica de Lawrence Van Gelder de la película “The Tree”
Entrevista a James Ivory por Christopher Bollen a propósito de “Call Me By Your Name” (2017)
Historia del Cine (actualizado por última vez en 2014), Román Gubern. Anagrama
Los Restos del Día (1989), “The Remains of the Day”, Kazuo Ishiguro. Anagrama
Una Habitación con Vistas (1908), “A Room With a View”, E.M Forster. Alianza Editorial
“Maurice” (1971), E.M Forster. Penguin
“Howards End” (1910), E.M Forster. Penguin