ESPEJISMOS
Imágenes y significado en Blow-Up (1966) de Michelangelo Antonioni
por Bruna Braga
“Vemos lo que buscamos ver, lo que nos han enseñado a ver, por costumbre o tradición (...) Vemos lo que nos interesa.”
El primer plano de Blow-Up (1966) es una vasta y verde pradera, sobre la cual desfilan los créditos, mecidos por la melodía “groovy” de Herbie Hancock. La tipografía es hueca, permitiéndonos echarle un vistazo a la imagen que se esconde detrás, y que se revela poco a poco — pero sólo para los ojos atentos que se esfuercen por entenderla. ¿Qué vemos exactamente? Antes de que podamos respondernos esa pregunta, aparecen las palabras Blow Up, las letras haciéndose cada vez más grandes hasta ocupar toda la pantalla. Por un segundo, la imagen misteriosa se revela al espectador — una mujer parada en un techo, se quita lentamente la ropa ante un frenético grupo de hombres que la observan desde abajo —, sólo para escaparse de nuevo y desaparecer detrás de los próximos créditos.
Así, Antonioni empieza a develarnos lo que viene. Blow-Up es la metáfora perfecta del poder de las imágenes a la hora de reescribir la historia e inventarse la realidad. Es también el reflejo de nuestro propio deseo — ¿o tal vez la palabra adecuada es necedidad? — de encontrar significado en lo mundano. Somos testigos de la metamorfosis interna de un hombre, Thomas, que ve el mundo a través de la mirada clara y directa del lente de su cámara. Escudriña todo lo que ve intentando encontrar alguna verdad y, como lo hace con las modelos que fotografía, piensa que puede controlar todo lo que lo rodea.
La relación de Thomas con el mundo es claro desde el inicio. En su Rolls-Royce, le da direcciones fríamente a alguien a través de un radio-teléfono situado bajo el dashboard de su carro — “Llama al Western cero-dos-uno-nueve. Dile que estoy en camino, ¿okay?” Más tarde, cuando entra a su estudio de fotografía, vemos a una modelo sentada cómodamente en una silla. Sin embargo, no la vemos realmente a ella, sino que vemos su reflejo en un cristal apoyado en una pared del estudio. Thomas no parece percatarse de la presencia de la joven, y actúa con indiferencia cuando ella le informa que lleva casi una hora esperándolo. El mismo trato frío y arrogante es aplicado a las otras modelos. Ajusta sus poses, les grita, se queja de los errores más triviales y, finalmente, les ordena que cierren los ojos y se relajen — “Les va a hacer bien”, les dice, y luego se va a hacer otra cosa. Estas mujeres se nos presentan a nosotros de la misma manera que se le presentan a él: como imágenes a ser conquistadas y manipuladas.
En la próxima escena, Thomas visita a Bill, un amigo artista que vive al lado. Cuando Thomas pregunta sobre uno de los cuadros en su estudio, el amigo responde despreocupadamente: “No significan nada cuando los pinto — sólo un desorden. Luego encuentran algo a lo que apegarse.” Esta declaración es reveladora y emblemática. Aunque la relaciones de Thomas parezcan pasar por un filtro que crea una distancia infranqueable entre él y todo lo demás, él todavía parece querer ir más allá, “encontrar algo a lo que apegarse”. En una de las escenas esenciales de la película, Thomas estudia con cuidado las fotos que tomó de una pareja en el parque. Nota una mancha oscura en el piso en una de las imágenes, cerca de los arbustos a los pies de la chica. Luego procede a ampliar otras dos imágenes y las cuelga al lado de la primera. En el próximo plano, somos testigos de algo magistral: Thomas se aparta, y la cámara — el ojo de Antonioni — se acerca a dos de las fotos, primero una, después la otra, y luego de vuelta a la primera. Las dos fotos sugieren que la mancha cerca de los arbustos es un cadáver tendido en la hierba. Las fotos ocupan la pantalla por completo, y se suceden en el orden arreglado por Thomas, y cada vez se nos enseña un close-up distinto. De esta manera, la mirada del fotógrafo se alinea con la del director, y estas fotos adquieren su propia realidad. De pronto nos hacemos conscientes de que no tenemos manera de conocer “la verdad” — si es que hay una.
Blow-Up es un fascinante retrato de la experiencia cinematográfica. Analizamos las imágenes en la pantalla de la misma manera en que Thomas analiza las fotos que tomó en el parque, intentando darles un significado. Las desglosamos y las volvemos a armar, intentando encontrar una historia que nos haga sentido. Al final, lo que vemos en una imagen está a menudo muy alejado de lo que realmente está ahí, pero es justamente en ese espacio entre la evidencia y la percepción que vive el poder que tienen las imágenes de crear sus propias realidades.
¹ Nelson, G. (2017). A World God Never Made. How to see. Visual Adventures in a World God Never Made. London: Phaidon Press Limited.