TENTACIÓN #1

Artículo escrito por Rita Lozano

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En este espacio hablaremos de animación, pero no sólo de las películas animadas, aunque todo irá siempre enfocado al cine, pues es lo que nos reúne aquí. Sin embargo, no podemos extirpar a las películas animadas de un enramaje que se viene urdiendo desde hace miles de años en la humanidad y se ha permeado en distintos medios. 

La representación del ser humano es poderosa, se es y no se es al mismo tiempo. No estoy hablando del dibujo que pretende ser igual o lo más parecido al modelo, sino de las imágenes a las cuales se les otorgan características distintas, pero que en esencia son o llegan a ser aquella significación que le otorguemos. Al tener esa ruptura con la percepción física de lo real, Se abre un resquicio por el cual puede colarse cualquier valor, detrimento o divinidad que se desee añadir. Está en los códices precolombinos, en donde los tlacuilos o escribanos no es que dibujaran mal, sino que se apegaban a representaciones intrincadas que no sólo hablaban de un personaje, sino también de fechas y lugares. Nos podemos remontar a las cuevas en la Sierra de San Francisco en Baja California, con pinturas que datan de hace 7,500 años; las cuevas en Borneo Oriental, que son consideradas el arte figurativo más antiguo hecho por el ser humano (40,000 años). El arte encontrado en las cuevas de la Pasiega y Maltravieso en España, al parecer fueron hechas por neandertales y yo esperaría que en las siguientes décadas se encontrara alguna pintura más antigua en China, ya que ahí, la presencia humana data desde hace 120,000 años. Pero ¿por qué es importante todo esto?

Porque primordialmente el arte ha sido la válvula de escape que responde a la necesidad del ser humano de expresar aquello que ha pasado por el filtro de sus sentidos, de sus emociones y de sus pensamientos; es un resultado constante del razonamiento abstracto y el pensamiento simbólico. Con el tiempo, a las representaciones de la realidad hechas por artistas se les pudo añadir el movimiento, y así surgió la animación, palabra que viene de la raíz griega “ánima” (alma) y/o del vocablo latín animus (soplo de vida/movimiento). Nuestras representaciones simbólicas ahora poseían alma y movimiento ante nuestros ojos, pero si queremos creer que la primera animación es la película argentina “el apóstol” de 1917… pensémoslo nuevamente, aquello que en occidente conocíamos como teatro chino de sombras, tiene su origen en la isla de Java y se llama Wayang kulit, cientos de años antes del cinematógrafo.

Entonces desde hace siglos, esos entes poderosos creados a partir de la imaginación de la humanidad, fueron adquiriendo un alma a través del movimiento. Por ello, no es de extrañar que hoy en día la animación se haya filtrado en tantos ámbitos de nuestra realidad; no sólo la vemos en las películas, sino también en las series de televisión, videojuegos, comics, cortometrajes, animé, anuncios publicitarios, GIFs y también como recurso narrativo importante en las películas de live action. El resultado es que la animación nos habla a distintos niveles, por ello nos conmueve o nos desagrada en extremo, e incluso nos convence. Es una vía encantadora y poderosa, que nos permite jugar con lo onírico desde nuestra realidad actual, con ecos que posiblemente reverberen las inquietudes que hemos venido heredando desde hace miles de años.

Como podrán ver, me apasiona la animación en todas sus vertientes. En este espacio hablaremos de cine de animación. Y para este momento, tal vez se estén preguntando que tiene que ver Robert Altman en todo esto, si él no hizo películas de animación. Sucede que estos productos cinematográficos animados, han ido ocupando el lugar primordial que otrora ocuparan los cuentos de hadas en la sociedad; son vehículo de entretenimiento y enseñanzas. 

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Cuando Robert Evans, productor de la Paramount no obtiene los derechos para hacer la adaptación del musical de Brodway “Anita la huerfanita” - posiblemente porque Paramount hizo dos adaptaciones previas de la tira cómica de Gray, las cuales fueron duramente criticadas y consideradas un fracaso -, decide contragolpear con otro ícono de su infancia.

Robert Evans nació en 1930. Anita la huerfanita era en ese entonces una tira cómica que aparecía en el periódico Daily News desde 1924. Muy probablemente no sólo creció leyendo esas tiras, sino que cuando fue la segunda guerra mundial y Estados Unidos entró en el conflicto, en las historietas, Anita hizo unos comandos juveniles, hundió un submarino nazi y también, junto con sus amigos recolectaban chatarra para la fabricación de armamentos. Esto originó que en lugares como Boston se organizaran grupos de padres e hijos a ejemplo de la tira. 

Contrató al caricaturista Jules Feiffer (1929) para que hiciera el guión, y deseaba que Dustin Hoffman fuera el protagonista. Sin embargo, ni el elenco, ni el director que él había pensado se pudieron comprometer con su proyecto. Es entonces cuando entra Disney para co-producir la película con Paramount y le ofrecen dirigir la película de Popeye a Robert Altman.

Ahora, imaginen a Robert Altman, nacido en 1925, habiendo muy probablemente visto innumerables aventuras de Popeye durante su infancia. Estas aventuras, por cierto, al verlas hoy en día pueden resultar política y socialmente incorrectas en muchos sentidos. Para muestra un botón: si buscan en internet el corto de “Popeye el marino conoce a Simbad el marino”, podrán ver - sin tomar en cuenta los golpes entre Popeye y Simbad -, violencia animal, violencia de género, un secuestro, y bulling, en algo que era expresamente para los niños. Claro que eran otros tiempos, e incluso, hasta la década de los 70 y 80, se jugaba a la guerra. Si bien iban desapareciendo los conflictos armados, se vivía una guerra fría en todo el mundo, porque todo el orbe vivía aterrorizado de lo que se vio que pudo hacer la bomba atómica y de las constantes provocaciones entre Rusia y EEUU.

Total, que estos tres hombres que crecieron viendo a Popeye, un marinero judío - porque el creador de la tira, Crisler Segar, era judío y hay algunas referencias en las tiras y en las series animadas. Tenían esa encomienda. Sin embargo, me atrevo a sospechar que ni Disney ni Paramount se entregaron enteramente al proyecto, ya que contrariamente a la tendencia que se venía observando, el presupuesto para realizar la cinta Popeye era bajo - 20 millones de dólares -, comparado, por ejemplo, con lo que se invirtió para hacer Superman, dos años antes - 50 millones de dólares. Y es que, en todo ello, había una variable que no podían ignorar: Altman.

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Cuando tenía 7 años, fui a ver al cine la película de Popeye con mis padres, recuerdo que a ellos no les gustaba tanto el cine, pero ante la insistencia de sus críos, no tuvieron opción. A esa edad y para ese entonces, éramos una generación que veía las caricaturas de Hanna Barbera a diario, entre ellas el programa de Popeye. Sí, comíamos espinacas solamente porque Popeye lo hacía, creyendo la promesa de crecer fuertes como él.  Por eso, para muchos de nosotros, fue como una traición que a él no le gustaran, una traición que para los que sí nos comíamos las espinacas, duró gran parte de la película. Aunque ya con más años, parece que querían aludir a todos aquellos pequeños que no gustan de ese vegetal en particular. 

De niña, recuerdo que me gustó mucho que en el ring golpeara igual que en las caricaturas. De algún modo eso era extraño, pensarlo de alguien en la vida real. Como niña, aunque sabía que serían actores, daba una inmensa curiosidad ver cómo serían si existieran. Altman tuvo ese buen tino de caricaturizar a los actores: a Oliva con sus enormes zapatos y los olanes, los brazos de Popeye y Pilón estaba igualito a la imagen que los dibujos animados habían formado en nuestros pueriles pensamientos.

Si algo fue diferente a lo que los niños esperábamos ver en ese entonces, además de que Popeye no era calvo, era ver que el pueblo estaba lleno de gente y de movimiento. Con los años comprendería que en las caricaturas había muy pocos personajes porque el costo, así como el tiempo de producción, aumentan con la cantidad de personajes animados.

Sin embargo nos acercó a un punto medio entre la animación y la realidad; no de una manera directa o casi brutal, como se hizo en la película de los increíbles, cuando el personaje de Hellen le dice a sus hijos para alertarlos de las malas personas “…ellos no se detendrían sólo porque ustedes son niños, ellos los dañarán si tienen la oportunidad”. Sino que lo hizo con mucha delicadeza. Sí, nos habló de Popeye, pero también nos habló de la vida, con temas que quizá en ese momento no comprendíamos, incluso con chistes que aunque preguntamos a nuestros padres, no nos explicaron el por qué de sus risas. Con una canción de entrada que habla de que hay un Dios (sin importar en cual creas, no se especifica), y lanzando críticas a la sociedad, como acostumbraba, desde la primer escena: el cobro de los impuestos, compromisos por interés, peligros, violencia, egoísmo, madres que solapan los malos pasos de sus hijos. Pero también nos habló del amor, la bondad, la familia y ser uno mismo. 

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Muchos críticos de cine de habla inglesa relacionan la película con la canción ”I yam what I yam” que desde 1933, fue el cierre de muchos episodios. Parte de las maravillosas composiciones del rumano Sammy Lerner, aunque para la versión de 1980, Harry Nilsson, hizo una versión más larga. Coincido con la idea de que Altman acabó imprimiendo su genialidad en esta adaptación, lo cual me parece maravilloso, porque quien se conoce a si mismo, siempre acaba rindiéndose felizmente ante la congruencia. Creo también que puso todo el corazón en esta obra, que es parte de su legado, si no, ¿por qué razón incluiría a su nieto en el papel de Cocoliso? Yo creo que fue porque él sabía que se saldría con la suya. A este respecto, tanto a Evans, como a los ejecutivos de la Paramount y de Disney, si esperaban que Altman hiciera algo diferente, les hubiera hecho bien conocer el dicho mexicano que dice “Si ya saben cómo soy… ¿pa’ qué me invitan?”