RECUERDO EN LA TORMENTA


por Rosa Valdez

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el mito

En la mitología griega Orfeo era un músico talentoso que generaba melodías tan hermosas con su lira que era capaz de apaciguar las almas de todo aquel que lo escuchara. En el trayecto de una de sus aventuras en tierras lejanas conoce a Eurídice, una ninfa del bosque que cautiva su alma y también se enamora de él. Poco tiempo después se casan y comparten apasionadamente sus vidas, hasta un día en el que Eurídice pasea por sus tierras y sufre un intento de rapto por un hombre que se siente atraído por ella pero es rechazado. En su huída, una serpiente la muerde en la pierna causándole una muerte casi inmediata. Orfeo, triste e inconsolable al enterarse de la muerte de su amada, desciende al infierno a buscarla. Al llegar, logra detener por un instante la agonía de las almas con sus melodías, conmoviendo también a Hades y a Perséfone, dioses del inframundo. Estos le permiten llevarse a Eurídice de vuelta al mundo de los vivos, pero con la condición de que no la mire hasta llegar a la superficie, o el favor se anulará. Orfeo en varios momentos pensó que podría ser un engaño y estuvo plagado de dudas durante todo el camino, pero se resistió. Sin embargo, a punto de llegar a la superficie, Orfeo voltea impacientemente para ver el rostro de su amada. Eurídice se desvanece.

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la mirada

En Retrato de una Mujer en Llamas, Céline Sciamma traduce la tragedia al plano de lo real, recurriendo a una trama que parece ser sencilla pero carga una gran complejidad emocional. La mirada genera un conflicto que logra disfrutarse en sus principios, pero que luego provoca un profundo sufrimiento y una sensación que merece ser añorada.

En Francia, a finales del siglo XVIII, Marianne es una pintora a la que le encargan realizar un retrato de bodas de Héloïse sin que ella lo sepa. Marianne empieza entonces a pintarla desde el recuerdo que tiene de su rostro, y entre caminatas y miradas llegan a conocerse y a enamorarse profundamente aun sabiendo que su tiempo juntas es limitado.

Hoy, confinados, deseamos más que nunca entender el tiempo, el que se nos da y en qué lo utilizamos. Al terminar este filme me pregunté ¿cuándo nos volveremos a mirar? ¿Por cuánto tiempo nos tendremos que comunicar a través de plataformas que no nos permiten sentir verdadera energía humana? ¿Seríamos capaces de crear una imagen vívida en nuestras mentes del rostro de aquel amigo que vimos por última vez antes de que empezara el aislamiento? Podríamos recurrir a fotografías, aunque usualmente son un recuerdo que capturan muy poco de lo que realmente se vivió en ese momento o, los que tenemos más suerte, a una videollamada, donde las conexiones pueden a llegarse a sentir tan artificiosas como el programa. O la memoria, un recurso tan romántico, desperdiciado si en el pasado no aprovechamos el tiempo y los detalles. Y mi respuesta (aun plagada de preguntas) que surge por la ficción, me lleva a responderla con ella: Estoy segura de que Marianne recuerda con exactitud todos los rasgos del rostro de Héloïse como si estuviera frente a ella y viceversa, y sé que tendrán en su memoria el rostro de la otra, porque se conocieron a través del gesto y no la palabra. Prestaron atención a la reacción y al pensamiento, y en días conocieron cosas que después de años no serían capaces de olvidar. ¿Podemos nosotros decir lo mismo? ¿Qué hemos olvidado estas semanas y qué nos hemos perdido de nuestras vidas que hoy extrañamos? ¿Nos prestaremos más atención cuando esto finalice? Algo debería cambiar en nosotros en la forma en la que percibimos el mundo y lo que hacemos con lo que tenemos.

Lo que parece ser el primer punto de giro ocurre cuando Marianne confiesa que es pintora y ya ha terminado su retrato y claro, esto le duele a Héloïse aunque no le sorprenda. Cuando ve el cuadro pregunta: “¿Esa soy yo?... ¿Es así como me ves... ¿Quieres decir que no hay vida?” Claramente un retrato puede ser que cumpla con ejecutar correctamente las características físicas de alguien, pero podría no tener alma — sería inexpresivo y aburridamente técnico, como el rostro de Héloïse en esta pintura, o como podría serlo una fotografía. Esto termina siendo ofensivo para las dos: una pintora que fracasa un retrato humano, y una musa que no se reconoce. Marianne entonces destruye el rostro vacío para volver a empezar, aplazando su fecha de partida, pero esta vez contando con la participación activa de Héloïse. Esto le da una oportunidad de corregirse, y una circunstancia para poder capturar mejor lo humano. Una oportunidad para dedicarle más tiempo al sujeto que al objeto.

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la tormenta

En una escena, Héloïse confiesa nunca haber escuchado una orquesta y Marianne empieza a tocar unos acordes en el piano. “¿Es alegre?” Héloïse pregunta. “No es alegre, pero es vívida” responde Marianne y empieza a tocar el tercer movimiento del “Verano” de Antonio Vivaldi, una obra musical que definirá la relación de estas mujeres, relacionándola con el símbolo de una tormenta: algo que sabes que esta por suceder pero nunca estás preparado para cuando ocurre — una fuerza enérgica. Los insectos la perciben y se agitan, fulmina el cielo. Podemos entender lo que no se atreven a decirse; Héloïse la mira intensamente con lo que parece ser una sonrisa que intenta contener, y Marianne se va olvidando de los acordes, quién sabe si producto de su distracción. Es la primera vez que escuchamos música en lo que va del filme — es un punto de no retorno.

Hay una elipsis. En los últimos minutos nos enteramos de que nuestras protagonistas llevan años sin verse. Marianne va a una Orquesta donde también hay una exposición en la que se presenta uno de sus cuadros — uno que retrata el mito de Orfeo y Eurídice, una versión en la que los amantes logran despedirse, dándole una enunciación diferente al final de esta historia, una con un final menos trágico y más poético, cambiando la representación usual del color de la vestimenta de Orfeo, de un rojo intenso a un azul que nos relata algo de melancolía, como el vestido que lleva puesto. En la exposición se encuentra con un retrato de Héloïse, que primero parece ser plano y genera una sensación extraña en la que vemos un rostro conocido pero con el que no compartimos nada en la imagen. Pero luego, cuando Marianne se fija en los detalles, se da cuenta de que se forma un diálogo: en el retrato hay un recuerdo que sólo ellas dos comparten, un secreto de amantes. Sabe que ella esta allí.

Cuando Marianne entra en la orquesta, desde su butaca ve por última vez a Héloïse, pero ella no la ve, y en vez de desvanecerse, su imagen es estable y poderosamente expresiva. No creo que ésta sea la primera vez que Héloïse escucha una orquesta después de tantos años, pero estoy segura de que es la primera vez que escucha orquestado el tercer movimiento de “Verano”, porque desde que empieza la música hay una tormenta en su rostro. El tempo expresa la intensidad con la que siente: en ese momento recuerda, sufre, añora y ama, llora, sonríe y se queda sin aliento, y conocemos la vívida imagen que está en su memoria.

Rosa ValdezComment