HIGROSCÓPICAS
por Ernesto Rivera
por Ernesto Rivera
Primera aparición, 2013.
Mi cercanía con el poeta fue una revelación temprana de las cosas póstumas. En el análisis sobre el búho en El Insomnio tercero de José Gorostiza escribe una nota al pie. Coincidiendo con otros autores dice que en cada nueva lectura de un poema aparecen “ingenios” donde antes no eran posibles. Él piensa que en una suerte de sabiduría arcana, las palabras anticipan nuestras intenciones inmediatas y los nuevos usos lingüísticos que se agregarán con el tiempo.
Su libro de ensayos Gótica del búho¹ presta especial atención a los descriptores acústicos. Pero en mi memoria, que es también otro espacio de extrañamientos, el sonido es quien anuncia las palabras. Los fragmentos del ruido de sus botas avanzando recrean la imagen de una voz profunda, los ojos irreverentes, las manos pulcras y el esplendor de una mente brillante llegando siempre tarde para teorizar sobre escritores muertos. Rodrigo es así. Una bestia extraña, serena y poderosa en saberes. Lo recuerdo como oculto detrás de una niebla.
Los miércoles, cuando teníamos el recreo de treinta minutos para merendar bajo las jacarandas, sus pasatiempos eran otros. Lo mismo que de libros y películas nos repasaba los disfrutes de la carne. Sexo y comida. Dicho así, sin distinciones. Pero fue en uno de estos encuentros donde mencionó Colección de Arena² y el filme El Color de las Granadas³.
Un día cualquiera me habló del erizo.
Nueva York, 2018.
El 25 Este de la calle 13 es un estuche. La fila de los que esperan el ascensor desborda capacidad y cuando las puertas finalmente abren sólo dan pequeños mordiscos de gente. La única escalera de la escuela es estrecha y empinada, es decir, insufrible. Subirla no es una opción. Todos esperamos y también ella, haciendo uso de su voz potente y esa actitud dominante que la separa del resto. Yo elaboraba un juicio en su contra. Pero no hizo falta porque me habló del erizo. Esta fue la segunda aparición.
En la tarde de ese mismo día estábamos sentados en su comedor rodeado del humo de sus cigarrillos y el vapor del verano. La sala del 18 tenía infinidad de libros, todos apilados y en la cocina los cúmulos de trastes, cajas, papeles, materiales para trabajar. Allí la obsesión por los índices estaba maridada con el desorden. Pero así fue como conocí a la amante de Nabokov y de los libros de Nabokov, quien pese al calor no paraba de fumar. Pienso en Vica como una mujer precoz, muy newyorkina para ser “americana”. En los días por venir, mis pronunciaciones improbables del inglés y su dicción perfecta animaron conversaciones largas seguidas por caminatas sin rumbo. No nos sentábamos a contar las estrellas sino la vida.
¿No es maravilloso que estemos juntos otra vez?
Así como un erizo que desciende para ver por sí mismo si es posible respirar en el interior de la niebla fui atraído por la curiosidad de estas dos figuras singulares. Fue imposible anticipar los elementos fortuitos de nuestros intercambios o las valoraciones auténticas de las cosas simples que logramos ver juntos. Y aún hoy me cuesta comprender de qué se trata nuestra historia realmente.
Para Rimbaud “(el cuento) es la visión instantánea que nos hace descubrir lo desconocido en el corazón de lo inmediato”. Para Piglia narrar es malinterpretar los signos. Tal cual, leer mal, que es otra forma de decir “pensar diferente” es artificio y libertad a la vez. Esa energía del pensamiento no exenta de peligros parece ser esencial para contrastar la conformidad de las cosas con nuestras convicciones. El Erizo en la Niebla de Yuriy Norshteyn sabe que avanza elaborando reconocimientos y en el proceso articula una identidad individual. Jamás será el mismo.
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Pueden ver El Erizo en la Niebla aquí
¹ García Bonillas, Rodrigo. Gótica del búho –Sobre el Insomnio tercero de José Gorostiza. Siglo Veintiuno Ediciones. México D.F., 2018.
² Colección de Arena de Ítalo Calvino. Siruela. Madrid, 2015.
³ The Color of Pomegranates, (1969) por Sergei Parajanov.