EL ACTO DE MIRAR


por Samuel Caraballo

Diario de un Principiante de Elia Suleiman es uno de los cortometrajes que conforman la película 7 Días en La Habana, en la que 7 directores tornaron sus miradas sobre esta capital. Cargado de un humor sobrio, Suleiman nos muestra su vaivén entre la embajada y el hotel en el intento de conseguir una entrevista con Fidel Castro. En ese proceso, nos da un breve recorrido por situaciones que se presentan como cuadros sobre una misma idea — una idea que se va amplificando a través de su repetición a lo largo de la historia.

Desde que empieza la película, Suleiman nos está contando que su mirada no es solamente la de un turista más dando vueltas por la Habana — es la mirada de un observador crítico. Durante su trayecto notamos cómo se va haciendo consciente de su papel en esta ciudad y cómo cuestiona el de los demás turistas. Esto se hace evidente en su rostro inexpresivo, así como en la constante contraposición de planos cargados de ironía y de absurdos.

El lenguaje mímico del director le hace eco al de Jacques Tati: ambos se expresan a través del lenguaje corporal, de los silencios, los gestos, las muecas y las reacciones. Las expresiones faciales de Suleiman son reducidas, pero a través del uso del montaje entendemos que no para de cuestionarse sobre lo que observa. Demuestra ser paciente y metódico, dándole tiempo al espectador para que medite no sólo sobre lo que ve en pantalla, sino también sobre lo que pasa por la cabeza de su personaje — la ironía se construye en su inexpresividad frente al absurdo de las situaciones que nos muestra. Porque aunque su expresión sea monótona, hay un sentido constante de verificación que se plasma contraponiendo su rostro a cada plano en el que ocurre una acción.

La película genera sentido a partir de la repetición de elementos que se relacionan entre sí a lo largo de la película. Estos elementos individuales se combinan en el montaje: un plano de los trabajadores cubanos seguido por uno de turistas tomándose fotos, por ejemplo. Pero también genera sentido haciendo uso del contraste en la composición misma de los encuadres o relacionando un plano con el siguiente. Por ejemplo, vemos a Fidel, solemne, dando su discurso kilométrico por televisión, mientras vemos también a Suleiman, paciente, tranquilo, quien no ha dicho una sola palabra — un espectador más que pasó a la pantalla. Encontramos este contraste también en el plano del hombre que trata de tomarse fotos con una mujer sanky panky, quien claramente no tiene muchos deseos de estar ahí.

Elia es muy consciente de sí mismo — se siente fuera de lugar. Su no pertenencia nos lleva a cuestionarnos la imagen que se ha creado de Cuba, un caso parecido al nuestro en República Dominicana, donde los centros turísticos de la nación construyen una idea artificial de nuestra identidad. Los turistas consumen esta idea al tomarse fotos en vehículos de condiciones paupérrimas, sobre memorias coloniales como el Cañón, con mujeres ‘exóticas’ y tríos musicales tocando música típica. Estos elementos contrastados se cristalizan en la secuencia del zoológico: un lugar abandonado, sin ningún animal, deteriorado por el paso del tiempo, donde nos encontramos con un payaso triste que mira directamente a Elia. Tal vez va a ejercer su trabajo, sin embargo su expresión emana melancolía, aburrimiento, enojo, cansancio e indiferencia. Todo menos alegría — ese adjetivo con el que se nos suele describir a los latinos y caribeños.

Cada una de estos planos y escenas son holísticos, como diría Raul Ruíz. Se nos muestra la idea de la película una y otra vez en estos cuadros: el payaso triste, los coches irreparables cargados de nostalgia, las mujeres en el Cañón, el hombre y su dama de compañía.

La película es una meditación sobre la identidad mediante la observación. Esta forma y este estilo de filmar son esenciales para poder entender y desfragmentar la perspectiva de Suleiman. El uso del contraste nos permite ver Cuba de otra forma, siendo extranjero pero tomando en cuenta a los mismos ciudadanos. El título ya nos lo anticipa: es el diario de un turista primerizo y de un cineasta que — al igual que todos —, no puede ahorrarse el gesto de mirar.