Y SIGUE LLOVIENDO
por Maia Otero
Enamorarse por primera vez no es estar enamorado. Es inventar el amor. Es amar más que nadie ha amado desde que existimos. Es saber que nada importa porque estamos enamorados. Atrapados como estamos en el siglo XXI, entre novelas románticas y el malaise capitalista, el amor se vuelve a la vez algo inalcanzable, reservado para quienes ganan la lotería cósmica, y el último eslabón en la vida preempaquetada que nos quieren vender. ¿Qué significa enamorarse para nosotros que vivimos el fin del estigma del divorcio y el boom de las relaciones casuales? Se cree que mientras más dura el amor, más real es, y que el verdadero amor es para siempre. Demy nos ayuda a entender que el amor no depende de una construcción como el tiempo, pero de cuánto nos permitimos sentirlo.
Si definimos la tontería como ingenuidad, vemos tanta inocencia en Geneviève declarando su amor por Guy, que es posible pensar amar si es de tontos - tanta inocencia que aceptamos que Catherine Deneuve diga tener 17 años en la película. ¿Es de tontos pensar que nuestro amor es absoluto, o es esa una manera de protegernos? Enamorarnos también es entender el amor por primera vez, y entendernos a nosotros mismos. ¿Qué quiero? ¿Qué busco? ¿Busca Geneviève algo que Guy le pueda dar, y vice versa? Pensar en el amor como algo infinito lo despoja de su complejidad humana. Ambos se esconden tras la noción del amor para siempre para no enfrentarse a la dificultad de un encuentro con el otro. El amor mundano tal vez no es tan novelesco, pero es transcendental.
Al estar separada de Guy, Geneviève se cuestiona si su amor es real. Se encuentra sola sin poder compartir el amor que siente, coexistiendo con la tristeza de la distancia. Nos enfocamos tanto en esa noción del romance que vemos en las novelas epistolares, que olvidamos que el amor es humano y cotidiano - y necesita más que amor para florecer. Me pregunto por qué lloro al final. Guy le da la espalda a Geneviève y abraza a su hijo que corre hacia él. Los dos tienen nuevas vidas, y han dejado atrás a esos jóvenes amantes que una noche fueron al teatro. No se han dejado de amar, pero han dejado de ser la persona que el otro amaba. Y han encontrado felicidad. La tía Elise dijo al principio, “Es tal vez la felicidad que nos pone triste”. Quizá lloro porque no siento que el amor sea transferible y finito, sino mutable y expandible.
Les Parapluies de Cherbourg es una carta de amor al primer amor y al sentimiento de enamorarse. Es también una carta de amor a la pérdida del amor, el desplazamiento de el amor hacia otro lugar donde no se define por ser eterno, pero por ser generoso.