PARA DÓNDE HUIMOS CUANDO SE NOS VA LA FELICIDAD
por Latina Melancolia
Por circunstancias de la vida, en un mundo pandémico y de futuro oscuro e incierto, las curvas del camino me hicieron regresar a la casa de mi infancia, ésta en donde escribo ahora mismo y en donde también viví mis primeros 10 años de existencia. El apartamento 22, en el edificio Hortensia, uno de los tantos que llevan nombres de flor y que le confieren gracia al nombre del condominio, Florida.
Esto no había sido planeado, sino más bien un evento que sucedió de un día a otro, y de pronto yo estaba acá, totalmente inmersa en memorias de lo que hoy se siente como otra vida, en la que yo era otra persona, el mundo era otro mundo y la felicidad no sólo parecía alcanzable, sino que con frecuencia se materializaba en forma de un helado o tarde de juegos con los otros compañeros del edificio.
No sabría decir muy bien ni cómo ni por qué, pero fue en este contexto, en una tarde de domingo que finalmente decidí mirar The Florida Project. La película la tenía desde hace mucho tiempo en la computadora, mis amigos cercanos ya me la habían recomendado pero nunca me parecía el momento de verla. Hasta que volví a este punto de inicio personal, a mi propio proyecto florida (¡vaya coincidencia!), conviviendo con los fantasmas y fantasías de mi niñez. Qué momentazo para conectarme con Moone — una protagonista espectacular —, con su mundo, con su imaginación, con sus anécdotas y con sus dolores. Qué regalo poder vislumbrar la perspectiva de la vida a través de la mirada de una niña lista y audaz, a la vez que reconfiguro y actualizo la versión adulta del mundo que una vez conocí de pequeña.
The Florida Project contiene dimensiones maravillosas, inmensas en la propia sutileza cinematográfica de una narrativa llena de complejidades. Capas de posibilidades de mundos que se construyen y coexisten en la frontera entre la libertad, la belleza y la dureza de la vida misma, en su esencia.
Yo no crecí cerca de Disneylandia. Tampoco fui criada por una joven madre soltera, en medio a dificultades económicas y sociales que demandan medidas drásticas e incluso ilegales — la ironía de una realidad brutal rodeada de promesas de una supuesta felicidad. Sin embargo, nada más fuerte contra el mal gusto del mundo que el sentimiento puro de ser uno mismo sin ningún disfraz, la capacidad de tener el pecho abierto a toda la experiencia de estar vivo. Esta hazaña potente que poseemos todos al inicio de nuestra trayectoria y que se nos va quizás por pura negligencia con nuestras verdades frente al mundo.
La vida de Moone va a cambiar completamente en sus vacaciones de verano, pero hasta el fatídico momento yo, como ella, me dejé llevar por la potencia de la autenticidad, de hacer magia con lo que tengas, con el poder de la imaginación de aquellos niños vecinos de Mickey Mouse. Mientras miraba la película desde la sala en donde veía mis dibujos animados en los 90, el encuentro con el mundo de Proyecto Florida era casi un inception de mi propia historia, un portal que me conectaba a aquel universo más allá de las diferencias entre las narrativas.
¿En qué momento dejamos de ser niños? ¿Qué nos define como adultos? Será posible medir cuánto de nuestra inocencia y honestidad nos quita la salvajería e injusticia del mundo? The Florida Project me hizo pensar sobre el proceso de convertirnos en quienes somos, sea lo que sea, y que quizás hay algo desde el inicio que por más desgastado que se quede con la tenacidad del paso del tiempo, estará siempre dentro de nosotros. Como si la respuesta fuéramos nosotros mismos, en un eterno pelar de capas que nos acerca al núcleo de nuestro ser.
Si es que la astrología tiene su veracidad, yo, al borde de mis treinta años, encuentro mi notorio retorno de saturno un tanto perplejo por las sincronías que la vida me brinda en este momento, sea por retornar a mi primera casa, sea por impactarse con la representación de la infancia en una película tan bella. Moone, cuando se depara con la desesperación inminente frente a su universo a punto de romperse, sale en búsqueda de su mejor amiga y juntas huyen hacia el refugio mágico que nadie les puede quitar pues está en ellas, en la fuerza de una amistad que comparte todo un cosmos paralelo inalcanzable para los que ya no tienen fuerzas para imaginar. Por circunstancias de la vida, en un mundo pandémico y de futuro oscuro e incierto, yo, como Moone, corrí hacia el mundo mágico al que una vez pertenecí y allí me encontré a mi misma, en tantas versiones anteriores, y junto a ellas poco a poco construyo mi propia fortaleza encantada.