VISIONES DESDE UN MUNDO INVERTIDO
Una entrevista a Russell Porter
por Julia Scrive-Loyer
Le hice esta entrevista al documentalista, humanista y aventurero Russell Porter en el 2012, cuando él estaba en otro momento de su vida. Le escribí hace poco para preguntarle si podía publicar este texto, como retrato de un hombre al que siempre admiré por su eterna curiosidad hacia el otro, y por su amor hacia todo lo que compone el mundo y el universo. Aunque él se sienta distinto ahora a como se sentía en el momento en el que hicimos esta entrevista, siento que su esencia sigue ahí, aunque hoy en día la canalice por otras vías y otras formas de arte, entre ellas la música, la pintura y la escultura.
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Lo primero que hay que saber sobre Russell Porter es que es un cuentista y un hombre de experiencias, lo cual va muchas veces de la mano, si se tiene el don. No suena tan simple haber sido veinteañero en los sesenta, por más románticos que queramos ser, cuando en Australia obligaban a los jóvenes a participar en la guerra de Vietnam. Sin embargo Russell Porter logró escapar bastante rápido de ese destino militar que no era para nada el suyo, embarcándose en el Fairsky junto a Lena, su esposa en aquel entonces, y otros jóvenes que como él y muchos australianos, necesitaban salir a buscar sus raíces, salir a buscar si de verdad existía algún “centro del mundo”. Sin embargo la búsqueda de este documentalista va más allá del centro del mundo: humanista y aventurero, hará una reflexión sobre el ser humano y su posición en el mundo y con respecto a la naturaleza.
Russell Porter dice haber “basado su vida en la experiencia empírica”, y tras escuchar sus historias, le tenemos que creer. Salió de Australia por primera vez a los 23 años, con Lena, en dirección a América Latina. “La mayoría de los jóvenes de mi generación en aquella época hacían más bien la ruta hippie”, es decir, elegían las rutas asiáticas para pasar por Indonesia, Asia del Sudoeste, Tailandia, Cambodia y la India, o se iban a Europa. Sin embargo él no se consideraba hippie, “sí, tenía el cabello largo y llevaba barba, pero sentía demasiada curiosidad por el mundo”. Prefirió trabajar haciendo corrección cotidiana en un periódico de Sidney hasta que se encontró con una pareja que había cruzado el pacífico en un velero, llegando hasta el Canal de Panamá, subiendo luego todo el Amazonas. Fascinado por esta aventura, Russell Porter decide vivirla a su vez. Por eso elije América Latina como destino. Este viaje, producto de esta curiosidad y esta necesidad de saber cómo es el mundo, fue también una “exploración personal”.
Porter estudió Filosofía en la universidad, lo que le dio a su vida esas normas empíricas sobre las cuales siempre se ha basado. Dice “no tener tiempo para el espiritualismo”, por eso en parte no era hippie. Necesitaba ver las cosas y explorarlas empíricamente. De ahí sus viajes. De ahí su impulso a explorar y a volverse cineasta para seguir explorando: “el documental es una buena excusa para meterme dentro de las comunidades y ver cómo viven”. Quiere explorar la naturaleza “a través de una exploración intelectual”, como los pintores, escritores, poetas. Dice siempre haberse identificado con los poetas - “un poeta malísimo, pero un poeta”. De hecho, este amor al arte, a las artes clásicas, a la arquitectura, es lo único que le queda de su infancia religiosa, de la cual escapó en cuanto pudo, al igual que su destino militar.
Lo importante para Russell Porter son los cambios. “Todos los cambios son buenos”, me dice, “hay que correr riesgos para poder avanzar, si no se corren riesgos, se vive con remordimientos durante toda la vida”. Esta idea está con él desde entonces, desde el Fairsky y seguro incluso desde antes, desde antes de haber escuchado a esa pareja contándole cómo había subido por el Amazonas. Y dice que ha sido fiel a ese impulso, “no quería, ni quiero, envejecer con remordimientos por lo que no hice”. Claro está, dice Porter, con el paso del tiempo ya se está menos dispuesto a correr riesgos, pero ¿qué remordimientos va a tener? Si lleva consigo un bagaje de conocimiento y de experiencias que aún no acaba de llenarse.
Sí, llegaron al Amazonas. No en el mismo 1968, que fue el año en el que embarcaron en el Fairsky, pero meses más tarde. Se pasaron ocho meses en Medellín, Colombia, trabajando como profesores de inglés en una escuela, mientras los alumnos les enseñaban a ellos español. Se quedaban en la casa del “único otro australiano del país”, un veterinario que vivía con una inglesa que estaba “muy aburrida” y a la cual al parecer le encantó tener compañía. Estuvo ahí en el 1969, cuando Neil Armstrong llegó a la luna, y presenció el horror de los campesinos que decían “No, la luna no pertenece a los gringos, ¡es nuestra luna!”. La necesitaban para la cosecha. En esa época, nos cuenta Porter, Medellín no tenía nada que ver con lo que es ahora, “era muy tranquila”. Dijo incluso en otra entrevista para una revista de Chicago, Jettison Quarterly, que al contarles sus experiencias a unos estudiantes en Bogotá, ya en los años 2000, sentía que ellos le tenían celos por haber podido hacer algo en aquel entonces que ahora ellos no podrían hacer en su propio país. Pero como nuestro aventurero él mismo dice “esa es otra historia”. Después de ocho meses en Medellín, pasaron por Perú y Ecuador, y ahí se quedaron en un rancho donde estaban reunidos antropólogos, hippies, personas escapando la guerra de Vietnam, y también jaguares, monos y anacondas. Ahí se les unió a Russell y a Lena, Dennis, un escultor de Minnesota, que por mal de amores le interesó la idea de irse a explorar el Amazonas. Tres meses después, habían construido una balsa y se adentraban en el río Napo de un poco más de 1000 kilómetros de largo, y uno de los principales ríos que lleva a su vez al Amazonas. Más allá de las aventuras que tuvo Russell al otro lado del espejo, una de las cosas más importantes de esta aventura (recordemos que era la primera vez que salía de Australia), es que fue un gran punto de giro. Descubrió su propia mortalidad. Russell Porter se dio cuenta entonces que era “un hombre mortal como cualquier otro, y frágil”. Pero no se queda ahí, “hay que dar un paso fuera de su zona de seguridad para poder crecer”. Es un punto de giro necesario, y si seguimos el ejemplo de este documentalista, que nos invita a arriesgarnos siempre que podamos, tendremos que acostumbrarnos a la idea de que la vida está llena de puntos de giro.
Otro punto de giro importante, y que le hizo replantearse sus valores, fue el encuentro con el chamán de la comunidad Walpiri, en Australia. El chamán se llamaba Darby Jampijinpa Ross y quiso llevarlo a su terreno sagrado, es decir, el lugar que forma la base de su identidad, la de él y de toda su comunidad. Para poder hacer esto, Darcy tuvo que darle un nombre de piel. Todo el camino le fue cantando a las rocas, a los árboles y a las montañas, pidiéndoles permiso para que el hombre blanco pudiese entrar en terreno sagrado. “Esto me transformó y me hizo abandonar mi arrogancia adolescente de pensar que todo podía ser entendido empíricamente” como le habían enseñado en la universidad. Dejó a un lado sus preconceptos para admitir que también había un sentido profundo en el corazón de las cosas. “Claro está”, nos dice, “no soy de esa cultura”, pero igual puede llegar a entenderla y a aceptarla como otra posibilidad. Incluso dijo envidiar esa “relación numinosa” entre el hombre y su cultura, el ser humano y la naturaleza que lo rodea.
Aquí entramos en uno de los temas más importantes para Russell Porter, y es la relación entre el ser humano y su entorno natural. Le pregunté si como humanista que es, después de haber estado buscando cuál era el centro del mundo, pensaba que la respuesta estaba en el centro. Me respondió con un “no” rotundo. “El gran error que hicimos como especie fue pensar que no somos parte de la naturaleza, que el ser humano está hecho a la imagen de Dios, y que por lo tanto está por encima del mundo natural”, me dice que le contó una vez un amigo. Y luego agrega, “eso justifica el daño que le hacemos. Es importante la inteligencia colectiva del ser humano”, es admirable, según él, la manera en la que se pueden construir cosas en conjunto, poniendo nuestros saberes en común. Sin embargo, después de las dos primeras Revoluciones Industriales, “hemos perdido el sentido de construir con cuidado”.
Pero como ya lo dije, el señor Porter dice ser un “humanista, ante todo”. Y aquí vengo a explicarles qué es eso de un “mundo invertido”. Al preguntarle de nuevo, cuál era entonces el centro del mundo, si había alguno, me dice que no hay: “cada lugar tiene su propia validez”. Explica que en el sur ha quedado la mentalidad de que “somos países colonizados, no tenemos la misma profundidad de cultura, somos países secundarios”. Sin embargo, en un encuentro con Fernando Birri, cineasta argentino, uno de los fundadores de la EICTV en Cuba, y primer director de ésta, hablaron del concepto del “mundo invertido”. Parte de la idea de que hay que imaginar que el mapa del mundo siempre fue dibujado por cartógrafos del norte, y que entonces en realidad también puede ser al revés. Si fuera al revés, por gravedad, la mentalidad y los valores del sur también influenciarían al resto del mundo. “Hay que aprender de los países del sur”, dice Russell, “esto me han enseñado los aborígenes de Australia”.
Y qué no ha aprendido Russell Porter en sus aventuras, y qué no ha valorado. Si se nota en sus ojos y en su entusiasmo al hablar, que ha logrado hasta ahora (y sigue) vivir la vida de documentalista, explorador y aventurero que buscaba vivir desde ya muy joven, en los años sesenta, mientras buscaba la manera de escapar. Lo que hemos contado aquí, no son más que algunos de sus viajes, algunos de los personajes que ha conocido, y más que conocido, con los cuales ha entamado una relación, qua hace que no olvide ninguno de sus nombres ni el conocimiento que le han aportado. Hace relativamente poco logró por fin gracias a la EICTV y a Tanya Valette, directora de ésta hasta el año pasado, realizar la serie documental Ser un Ser Humano, que aunque no haya sido dirigida por él, si no por estudiantes de escuelas de cine a través del mundo, la premisa y la idea inicial son suyas, y en ellas se refleja lo que hemos hablado hasta ahora: en Kenia conoció a una señora que le dijo que “lo que tenemos en común es muy grande, y lo que nos diferencia, muy interesante”. Así que ¿por qué no arriesgarse a descubrir esas otras visiones del mundo que nos regalan cuando viajamos, si no los habitantes del lugar, sus paisajes y construcciones? Demos un paso fuera de nuestra “zona de seguridad”, divirtámonos a imaginar el mundo invertido, y ¿por qué no creérnoslo? Arriesguémonos a buscar otras visiones del mundo, que todavía podemos crecer, a lo largo y a lo ancho, que todavía nos quedan muchos puntos de giro por delante.