LA IGNORANCIA COMO ÚNICA CONDICIÓN POSIBLE PARA EL OPTIMISMO

En Cándido de Voltaire


por Julia Scrive-Loyer

Alan Odle

Alan Odle

“Tenemos que cultivar nuestro jardín”, dice Cándido al final de la novela de Voltaire. Éste último fue un optimista en el medio del siglo XVIII. Ese gran siglo lleno de confusiones pero también de mucho espíritu. Siglo sangriento, por primera vez, por una causa que parecía afectar a la humanidad entera. De ahí la importancia que tuvo La Declaración Universal de los Derechos Humanos en el mundo, siendo punto de partida para futuras independencias - especialmente la de Haití, lo cual me parece de una justicia poética hermosa. Voltaire se preocupó mucho por el ser humano y su condición. Denunció la esclavitud y la ignorancia; condenó el absolutismo. Si Voltaire rechaza la ignorancia - podemos verlo también en Micromegas - ¿es correcto decir que en Cándido, la única condición posible para ser feliz es siendo naif? Cuesta un poco creerlo, ya que Barthes dijo que Voltaire fue “el último escritor feliz”. Ser naif vendría a ser aquí sinónimo de ignorancia. Ignorancia a nuestro pesar, tal vez, pero ignorancia. ¿Somos realmente conscientes de ser ignorantes cuando lo somos? Si somos naif es porque no lo sabemos todo. Es verdad que ante la ignorancia total, el mundo parecería mucho más simple. ¿Cuáles son entonces los peligros de cultivar nuestro jardín? Nos centraremos en tres aspectos de la obra, tres etapas; la primera es el paraíso. La segunda es la catástrofe, el caos al descubrir que el optimismo no es más que “la rabia de sostener que todo está bien cuando todo está mal”. La última parte es el paraíso consciente. 

Benny Thomas

Benny Thomas

Godard dijo que “la pureza no es de este mundo”, pero en Cándido somos testigos de cosas que parecen paraísos terrestres. Hay uno mucho más completo y por lo tanto inverosímil, y otro al inicio, mucho más subjetivo, y que se destruye muy pronto. 

El primer lugar que se nos presenta como un paraíso del punto de vista de Cándido y de Pangloss es Westphalie. Según Cándido, que no conoce ningún otro lugar, Westphalie es en efecto un paraíso terrestre. Pero el problema está ahí; ignora cómo son los otros lugares en el mundo. Sólo conoce el resto del planeta a través de Pangloss, que le dice que viven en “el mejor de los mundos posibles”. Todo está hecho para fines extraordinarios. 

Nos parece entonces normal que Cándido, que no conoce el mundo exterior, decida creer inocentemente los elogios que hace Pangloss del lugar donde viven, y que se extienden al planeta tierra. Pangloss es sus ojos, sus orejas, su tacto. Todo pasa a través de su pensamiento. Es lo que Spinoza calificó como un conocimiento que se basa en la creencia, opuesto al conocimiento empírico donde es obligatorio estar frente al objeto para saber que existe. Por lo tanto ¿cómo puede saber Cándido cuánto ignora del mundo, si no conoce nada de lo que ignora? No tiene nada para contrastar o comparar la visión del mundo que le proporciona Pangloss. Se ha utilizado muchas veces en literatura personajes “vírgenes” que son llevados a descubrir el mundo a su pesar. Ese dispositivo no le sirve únicamente al personaje para crecer, ni al autor para desarrollar su historia: le sirve también al lector para descubrir el mundo que lo rodea a través de otros ojos. Cándido piensa que Westphalie es el paraíso terrestre porque nunca ha conocido nada más, no llega ni siquiera a entender el mal que ya existe ahí. Tendrá que crecer mucho a través de la novela.

El segundo paraíso terrestre es mucho más total e inverosímil: Eldorado [sic]. La llegada de Cacambo y Cándido a Eldorado es una de las partes más extensas de la novela, y es uno de los lugares donde se queda más tiempo. Eldorado parece realmente ser el paraíso, lleno de oro y otras riquezas; frutas exóticas, ajeno a la violencia y las catástrofes naturales. Entre Westphalie y Eldorado, Cándido ha tenido que ser testigo de numerosas atrocidades. Una de las razones principales por la que Eldorado es tan rico y puro, es que ningún extranjero ha llegado hasta ahí. 

Los españoles tienen un conocimiento confuso de ese país, lo llamaron Eldorado, y un inglés llamado el caballero Raleigh se acercó hace aproximadamente cien años; pero, como estamos rodeados de rocas inabordables y de precipicios, hemos estado hasta ahora a salvo de la rapacidad de las naciones europeas (…)

Así, lo que hace de Eldorado un paraíso es su virginidad. La ausencia total de conocimiento hacia el mundo exterior del que están protegidos. Lo que pasaba en aquella época cuando los colonizadores europeos llegaban a esas tierras nuevas es lamentablemente conocido: explotación de recursos, esclavitud, apropiación de tierra y genocidio. Todas cosas que Voltaire conocía bien y que condenó a menudo. Es interesante leer lo que le dice el anfitrión del lugar donde se quedan Cándido y Cacambo: “soy muy ignorante, y estoy feliz de serlo”. Encontramos en ese señor un poco de la felicidad de Cándido en Westphalie. Su ignorancia del mundo que lo rodeaba, la felicidad de no saber nada, ya que no sabía que no sabía nada - estaba a un sólo paso de la paradoja Socrática.

Voltaire nos presenta entonces dos paraísos, uno al inicio de la novela, y otro exactamente en el medio. Habrá un tercero, pero éste será muy distinto. Estos dos primeros paraísos que estudiamos se basan en la ignorancia, en la ausencia de relación con el mundo. Sin embargo, veamos justamente lo que está pasando afuera.

Clavé

Clavé

Cuando Cándido descubre el mundo, se da cuenta muy pronto de que no es “el mejor posible”. Se ve frente a catástrofes naturales, humanas y morales, que le cuesta comprender. Julian Barnes nos dice:

Somos muchos en venir al mundo con la misma inocencia y las mismas esperanzas que Cándido, incluso si la mayoría de nosotros descubre, lenta o rápidamente, que ninguna armonía preestablecida le precede a la vida.

En el mundo hay catástrofes naturales graves. Una de las más desgarradores que vemos en Cándido es el temblor de tierra en Portugal. Una catástrofe natural es traumática por ser inesperada. En estos días, es posible prever algunos temblores y tsunamis, pero no es siempre evidente y resultan todavía en tragedia. Lo que consterna de este tipo de catástrofes, es que no vienen de la mano del hombre. No pueden por lo tanto ser detenidas, controladas, a diferencia de las catástrofes humanas, más conscientes - y por lo tanto más graves. Voltaire quedó muy perturbado por este temblor de tierra real que sucedió en Portugal. Escribió: “El mal está en la tierra. Y sería burlarse de mí decirme que mil desafortunados componen la felicidad.” (Voltaire, 1756)

Las otras catástrofes que encontramos son del orden moral, y varían en rango. Entre estas catástrofes podemos encontrar “los poderes que dominan el mundo - el dinero, el rango, la violencia (…)” (Barnes, 2011) y no excluye la religión en su obscurantismo y su intolerancia, así como “todos los sistemas prefabricados de pensamientos y creencias” (ibid). El dinero y el oro en esta novela provocan un sinfín de miserias; Cándido encuentra a Paquette con un hombre llamado Frère Giroflée y decide ayudarlos económicamente dándoles tres mil “piastres” en total: “Le respondo, dice [Cándido], que con eso serán más felices. - No creo, dice Martin; tal vez lo vuelve con ese dinero mucho más desgraciado. - Será lo que sea, dice Cándido.” En el último capítulo del libro, en la conclusión, vuelven a ver a Paquette y Giroflée en una miseria absoluta. 

La religión ha entrenado frecuentemente a la violencia, “en todas partes del mundo, la intolerancia y el odio toman como pretexto la religión para provocar la guerra” (Delon, 2002). Esto se ve claramente en el sexto capítulo; los sabios de Lisboa deciden que para evitar el temblor de tierra, es decir, para evitar lo inevitable, nada mejor que un pequeño auto-da-fe; “Se había decidido en la Universidad de Coimbra que el espectáculo de algunas personas quemadas de a poquito, en una gran ceremonia, es un secreto infalible para evitar el temblor de tierra”.

Finalmente, tenemos lo que llamaremos catástrofes humanas, es decir, las guerras, la esclavitud, la colonización, el absolutismo. Esas catástrofes tienen un rango humanista y universal. Son los grandes pilares a destruir para avanzar hacia una sociedad nueva. Voltaire “anima a sus contemporáneos a establecer una sociedad próspera, fundada en la tolerancia y el trabajo” (Waterlot, 2010). La guerra, Cándido la conoce desde que sale de Westphalie. Cuando Cándido se vuelve a encontrar con Pangloss por primera vez, el filósofo le cuenta los resultados de la guerra en la que Cándido participó. Éste exclama “¡Ah! Mejor de los mundos, ¿Dónde estás?”

En Surinam, Martin y Cándido se encuentran con un esclavo que “no tiene más que la mitad de su ropa, es decir un calzón de tela azul; le falta a ese pobre hombre la pierna izquierda y la mano derecha”. El esclavo le cuenta sus miserias, cómo tuvo que adorar a los dioses de otros - cosa que los colonos usaron para destruir la identidad personal y cultural de los que utilizaban. Es decir, el esclavo pierde su identidad, y se vuelve en nada más que un esclavo. Pierde también su cuerpo, y hay entonces un deterioro físico no sólo por el trabajo que  tiene que hacer, ni por los accidentes producidos por ese trabajo, sino también por su impulso hacia la libertad. Ante las palabras del esclavo, Cándido grita, “¡Oh, Pangloss! (…) no habías adivinado esta abominación; voy a tener que renunciar entonces a tu optimismo.”

Esos dos casos son los más extremos que encontramos en la novela. Sin embargo Voltaire hace también alusión a la colonización y al absolutismo, esa especie de “cena” en la que se encuentran Cándido y Martin en el capítulo veintiséis. Es interesante ver cómo en esta parte Voltaire parece anunciar la futura revolución, escribiendo en 1759: “La verdad, Sire, no quieren dar crédito a Su Majestad, ni a mí tampoco; podrían enrejarnos esta noche, a usted y a mí: voy a recoger mis cosas; adiós.” Los reyes empiezan a explicar su situación y su historia; todos han sido destronados.

A través de los ojos de Cándido, Voltaire hace una crítica aguda de los males morales y humanos de la sociedad. Cándido ve su optimismo quebrado varias veces y no parecería imposible que se vuelva él también como Martin a quién reprocha de ser “demasiado duro”. Martin le responde “es que he vivido”. Sin embargo, veremos a continuación que el espíritu de nuestro joven héroe no se nutre necesariamente de amargura al final de la novela.

Sir Quentin Blake

Sir Quentin Blake

Encontramos al final el tercer paraíso. Como dijimos, es un paraíso distinto a los demás, cuya condición era la ignorancia.¿Por qué podemos decir que ese último lugar en el que se encuentran Cándido y sus amigos es un paraíso? Ante todo, están juntos. Es verdad que Cándido ya no quiere a Cunégonde, que Pangloss está en muy mal estado, que Cándido ha visto demasiado. Sin embargo, están todos ahí. Pangloss compara incluso a ese jardín con el Edén: “cuando el hombre se puso en el jardín de Edén, su puso ahí en ut operateur eum, para que trabajase”. El Edén es una de las imágenes del paraíso por excelencia. Sin embargo, es curioso notar que la razón por la que Adán y Eva fueron expulsados fue justamente por acercarse al conocimiento. Este paraíso que nos describe Voltaire al final del relato es diferente; tienen que cultivar para ver los frutos de su trabajo. Pero trabajan todos y están ocupados; no tienen tiempo de pensar.

Ahora, pensemos por qué este paraíso es consciente. Es cierto que prefieren no pensar ni razonar, pero hay algo que está ahí sin que tengan que detenerse en ello: la experiencia. La consciencia moral como fruto de la experiencia. Es la teoría empírica de la consciencia moral: “Es una actitud según la cual el conocimiento viene de la experiencia (…) El empirismo explica entonces la consciencia moral desde afuera, a través de la experiencia, bajo la forma más precisa de la educación.” (Fontaine, 2001)

¿Pero la educación es realmente empírica? La educación recibida de Pangloss por ejemplo, termina por no acordarse en nada con la realidad. Como ya mencionamos, es el conocimiento por creencia. Cuando Cándido logra por fin ve el mundo y lo que lo compone, toma conciencia del mal que lo rodea y de la posición moral a adoptar. 

¿Qué hacer entonces con nuestro cultivo? Y ¿por qué cultivar nuestro jardín? Tal vez hay que cultivarlo para, como decía Bergson, “ser plenamente autor de nuestra obra”. Según Bergson, este es el grado más alto de libertad - tener las herramientas para crearla. Así, Cándido y los otros viven ellos mismos de lo que cultivan. Esto es si tomamos el jardín en el sentido literal de la palabra. El jardín es también el espíritu. 

Es verdad que Cándido le pide a todos que no razonen. Sin embargo, parecería como si Cándido lo dijera como preparación para algo más, cultivando para el futuro. La razón, como vimos, no nutre necesariamente el espíritu. Es el caso de la filosofía de Pangloss; filosofía vacía e ignorante. Lo importante es realmente nutrir el pensamiento, a través de las experiencias y de las reflexiones que le siguen. Un espíritu consciente del mundo, que apunte hacia una libertad más completa, porque sería una libertad elegida. Es por esto que hay que alimentar el espíritu, porque nos vuelve libres. 

La indiferencia no es la esencia de la libertad humana, ya que no somos solamente libres, cuando la ignorancia del bien y de la verdad nos vuelve indiferentes, pero principalmente también cuando el conocimiento claro y preciso de algo nos empuja y nos compromete a buscarlo.
— Descartes (1641)

Hay entonces que cultivar el espíritu por una libertad mucha más grande que la nuestra. La consciencia moral por experiencia, que resultaría en un espíritu consciente y capaz de elegir su propio camino y de ser realmente autor de su obra, permitiría también de cambiar cosas en el mundo. Y esto es muy importante en Voltaire que escribió tanto en contra de las miserias de las que hablamos en este texto - todo lo que le quita al hombre una de sus características inalienables, y que será la esencia más tarde de La Declaración de los Derechos Humanos: su libertad y sus derechos. 

Todos tenemos que cultivar nuestro propio jardín. Esa es seguramente la imagen más duradera creada por Voltaire; nos ha fascinado durante siglos (…) Para Johnson y Voltaire, ese jardín empieza en nuestra mente, pero no se queda ahí. El deber de cultivar pasa también a la esfera de la interacción humana, el reconocimiento de bandos comunes con la familia, la comunidad, la nación y la humanidad.
— Horton (2007)

¿Será que respondimos a la pregunta? ¿La ignorancia es realmente la única condición posible para ser optimista? Es quizás la más cómoda, pero es también la más egoísta. Nuestra ignorancia nos vuelve felices, pero no ayuda a nadie. ¿Ayudar a los otros nos hace optimistas? ¿Por qué hay que ser conscientes de tantas desgracias para llegar algún día a la felicidad? Tenemos que alimentar nuestro espíritu primero para tener las herramientas que llevan a la libertad, y poder después nutrir el jardín del ser humano.

Julia Scrive-LoyerComment