EL GUSANO EN LA MANZANA

Apuntes sobre el “sueño americano” quebrado de Bigger than Life


por Bruna Braga

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I

Un aula — Día

Una mano — la mano de un hombre — se prepara a agarrar un reloj de bolsillo sobre la mesa. (El reloj: el tiempo, gobernante despiadado de los días de nuestras vidas.) El gesto cotidiano de pronto se vuelve arduo cuando la mano se tensa adolorida y se dirige hacia el cuello del hombre. El próximo plano nos revela su rostro, abatido de dolor.

Hay algo siniestro acechando desde las aguas tranquilas de la normalidad. Algo está a punto de salir a la superficie.

II

“Iba a su trabajo cada mañana con un entusiasmo tal que uno pensaría que intentaba escapar de algo. Su participación en la vida de la comunidad era tan vigorosa que probablemente no le quedaba tiempo para auto-examinarse. Estaba en todas partes: en el tren comunitario, jugaba en el equipo de fútbol, tocaba el oboe en el Chamber Music Club, conducía el camión de bomberos, era parte de la junta directiva del colegio, y tomaba el tren de las 8:03 todas las mañanas a Nueva York. ¿Qué tristeza sería la que lo movía?”

– John Cheever, The Worm in The Apple

Ed Avery es el típico hombre estadounidense: profesor de primaria, veterano, hombre de fe, esposo, padre. Su casa — decorada con una colección de anuncios enmarcados ofreciendo destinos europeos — parece salir de los suburbios de una sitcom. Sin que su familia lo sepa, también trabaja como dispatcher de taxis en las tardes — pero esto no es más que un pequeño sacrificio para poder proveerle a su esposa y a su hijo. Es respetado por la comunidad, amado por su familia, y tiene una carrera exitosa. La vida de Ed Avery es perfecta. O eso parece.

La tragedia llega de la mano de una enfermedad impredecible, quebrando la pátina de felicidad doméstica bajo la cual se esconde una realidad mucho más oscura. Bigger Than Life está basada en un artículo del New Yorker de 1956, “Ten Feet Tall”, que narraba en detalle clínico la experiencia de Robert Laurence, profesor, con un tratamiento de cortisona tras haber sigo diagnosticado con una condición dolorosa y debilitante. Como Laurence, los síntomas de Avery desaparecen en cuestión de días. “Me siento diez pies más alto,” le comenta a su esposa cuando lo deja en el trabajo. Sin embargo, los efectos secundarios de la droga se manifiestan tan pronto se desvanece el dolor: psicosis, manía, depresión e ilusiones de grandeza.

Este escenario alberga la pregunta temática al centro de Bigger than Life: ¿la psicosis de Ed es creada por el tratamiento de la cortisona, o la droga no hizo más que traer a la superficie algo que ya estaba profundamente arraigado en él? ¿El mundo es la catástrofe, o la catástrofe vive dentro de nosotros?


Al inicio de la película, Ed se queda con un estudiante después de clase para que éste le enumere los cinco grandes lagos de los Estados Unidos. En vez de alimentar la creatividad o un pensamiento independiente, este ejercicio refleja un modelo pedagógico que se preocupa más bien por forzar a los estudiantes a reproducir sistemáticamente información inútil. Más tarde, mientras suplanta a un colega en preescolar, le pregunta desconcertado a una de las estudiantes por qué dibujó “una vaca con cinco patas”. “¡Para que pueda pararse mejor!”, responde ella como si fuera obvio. Ed luego menosprecia sus dibujos como “pintorreos grotescos”.

Antes de irse a su segundo trabajo, Ed llama a su esposa para hacerle saber que volverá más tarde a casa porque tiene una “reunión urgente con la junta directiva”. “¿Otra?”, le responde ella incrédula. Lógicamente, Ms. Avery asume que su esposo tiene una amante, pero no logra confrontarlo directamente. Ed asume que su esposa pensaría que su nuevo trabajo está por “debajo de sus capacidades” — un eco a su ansiedad de clase social.

Esa misma noche, los Averys dan una cena. Ed se pone nostálgico con un colega: “¿Te acuerdas de los días en los que odiábamos las vacaciones porque interrumpían nuestro trabajo?” Sin embargo también le dice a su esposa lo lindo que sería “irse a algún sitio uno de estos días”, en una casa donde las paredes están decoradas con imágenes de lugares distantes a los que probablemente nunca han ido.

En su primer día fuera del hospital, un Ed estático llega a casa temprano después de trabajar, anunciándole con aire triunfal a su esposa y a su hijo que van a salir. Los lleva a una tienda de lujo, donde Ed le ruega a Lou que se pruebe todo tipo de vestidos y que elija uno que le guste.

Los problemas siempre han estado ahí: la autoridad reconfortante del ejercicio de los Grandes Lagos prefigura el sadismo doméstico de los “problemas matemáticos”; la alienación subyacente entre esposo y esposa se convierte en paranoia; el peso sofocante de la disciplina auto-impuesta contra el deseo de escapar estalla en momentos de indulgencia imprudentes.

III

“Y Abraham estiró la mano y tomó el cuchillo para matar a su hijo.” “Pero Ed, ¡no lo leíste! Dios detuvo a Abraham.”
“Dios se equivocó.”
– Nicholas Ray, Bigger Than Life

Nicholas Ray pinta el retrato de un hombre ordinario que, sofocado por las presiones del día a día, rompe con la sociedad y explota en actos inesperados de violencia. La literatura y el cine están saturados de retratos de hombres parecidos. Piensen en Albert Albinus de La Risa en la Oscuridad de Nabokov, o en Kees Popinga de El Hombre que Miraba los Trenes Pasar de Georges Simenon. Ed Avery es solamente uno más. Pero lo que convierte la exposición de Ray de las aspiraciones de la clase media — ¡oh, el sueño americano! — en un retrato tan particularmente agudo es el hecho que, como dijo Jonathan Rosenbaum, “define la locura — la psicosis de Avery inducida por la medicina — como el hecho de tomarse esos valores en serio. Cada emblema del sueño americano implícitamente cumplidos por Avery en las primeras escenas (sus ideas sobre la educación, su respeto por el estatus social y de clase, su deseo de que su hijo “se supere a sí mismo”) se transforma sistemáticamente en su cabeza de sueño a pesadilla, sólo por volverse más explícito en su comportamiento”.

En su cuento The Worm in the Apple, John Cheever — otro hombre con una agudeza y talento para desnudar todas las idiosincracias de la vida estadounidense — cuenta la historia de los Crutchmans, una familia “tan, pero tan feliz y tranquila en sus hábitos, tan alegre con todo lo que les sucedía, que uno no tenía más remedio que sospechar que hubiera un gusano en su rozagante manzana”. El narrador narra sus desgracias y victorias intentando encontrar la menor grieta en la fachada perfectamente pulida de la familia. A medidas que el narrador ve a los Crutchmans envejecer y sus hijos irse de casa, se empieza a preguntar si el gusano tal vez nunca estuvo en la manzana, sino en los ojos de quien los observaba.

IV

Entonces, de nuevo:

¿La psicosis de Ed fue creada por el tratamiento de cortisona, o la droga simplemente trajo a la superficie algo que ya estaba profundamente arraigado en él?
¿El mundo es la catástrofe, o la catástrofe está dentro de nosotros?
¿Encontraron el gusano en la manzana?

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