LAS COSAS EN EL SÓTANO


Rocky balboa (2006) dir. sylvester stallone

un texto de Nicolás Barak

Este texto fue escrito en el marco del taller de crítica de Otros Cines, y fue revisado y editado por Diego Batlle. Para leer otros de los hermosos textos escritos en el taller, denle click aquí.


No me gusta el boxeo. Creo que nunca en mi vida vi una pelea entera, y mucho menos se me pasó por la cabeza practicarlo alguna vez. Sin embargo, si tengo que definir cuál es la película de mi vida, existen muy pocas opciones que pasen por mi mente: Rocky Balboa es una de las películas más importantes de mi vida.

Esto es algo extraño, entendiendo por un lado (y perdón el exceso de personalismo en la nota, el cual, aviso, no disminuirá) que estudié la carrera de realización de cine. Teniendo en cuenta esto, es raro que un egresado de una carrera así diga que Rocky Balboa (2006) es su película favorita y no Citizen Kane (1941), Vertigo (1958) o 12 Angry Men (1957), todas películas que igualmente admiro y aprecio. Pero es aún más raro porque Rocky Balboa no es siquiera la “mejor” película de la franquicia Rocky, con la película original de 1976 siendo probablemente una obra muchísimo más redonda, compleja y relevante para la historia del cine en general.

Aun así, Rocky Balboa es una carta de amor. Pero no es una carta de amor cualquiera. Es una carta de amor a la vida.

Es la historia de un boxeador viejo, al que el mundo ha dejado atrás, que la gente que ama ya no quiere o no está más, y que, aun así, encuentra razones para seguir peleando, sabiendo que tiene todas las de perder y que, muy probablemente, fracasará.

Cuando tenía 11 años tuve un accidente automovilístico en el que, viajando en auto hacia Brasil con mi familia, nos chocó un camión. La situación no contó con ninguna muerte, pero sí fue un momento bastante extremo, en el que fui operado por una lesión en la cabeza que de no tratarse me hubiera provocado la muerte. La operación por suerte fue exitosa, y luego de ella vino un año de recuperación postoperatoria, que involucró dolor, incertidumbre y una sensación de no entender del todo el mundo en el que vivía. Sentía que las reglas de la realidad en la que vivía habían cambiado. ¿Por qué a mí? ¿Para qué sobrellevar este dolor?

Dentro de ese difícil año, vi (o volví a ver, realmente no lo sé) la película de esta nota, Rocky Balboa, que contaba la vida de una persona que luchó y que iba a seguir luchando pese a todo. El cómo la historia de un viejo boxeador puede significar tanto para un niño de 11 años es algo que sólo puede ser explicado por la magia del cine. Es algo que, para bien o para mal, trasciende el análisis.

Quizás sea por la pureza de la historia y del autor que está detrás. Sylvester Stallone venía de una racha de malas películas, además de una última entrega dudosa pero defendible en la saga del boxeador como lo fue Rocky V. Allí se intentó, al igual que con esta Rocky Balboa, una especie de regreso a los orígenes de la franquicia, con un Rocky que tiene todas las de perder, pero que lucha por algo más que simplemente ganar. Y allí radica parte de la grandeza de esta Rocky Balboa, en la que Rocky pierde la pelea, pero esto resulta irrelevante. Existe en la historia una pelea mayor, que trasciende la perspectiva resultadista de otras entregas de la saga como Rocky III (1982) o Rocky IV (1985).

En esta película, Rocky perdió todo lo que amaba. Adrian (Talia Shire), su motor de vida, ya no está en este mundo, y el protagonista se siente perdido. Hay una sensación de que la vida no fue del todo justa con él. Aun así, le da de comer gratis a Spider Rico (Pedro Lovell), un boxeador retirado y sin dinero para vivir. Ayuda a Marie (Geraldine Hughes), una mujer que Rocky conocía de cuando era chica y que está cuidando sola de su hijo. Hasta es benevolente con Rocky Jr. (Milo Ventimiglia), su propio hijo, el cual no le responde las llamadas e intenta ocultar su apellido con una total sensación de deshonra.

A pesar de esa sensación de injusticia, Rocky sigue siendo bueno con la gente a su alrededor. Paulie (Burt Young), su cuñado, llega al restaurante que atiende ahora el exboxeador y bebe de las botellas del local sin preguntar ni consultar. Luego provoca un escándalo y se va destrozado y casi llorando del lugar, con las miradas juiciosas de los comensales por la actitud del hombre. Aun así, Rocky comprende, respira y sale a la búsqueda de Paulie, a calmarlo y cuidarlo.

Pero a pesar de la paz que parece demostrar, a Rocky también lo oímos a lo largo del film hablando de su miedo, de su tristeza, de Adrian y de un pasado muy fuerte y duro como para que lo pueda olvidar. Pese a su esperanza y actitud positiva, Rocky no sabe cómo lidiar con el efecto del tiempo. No sabe cómo lidiar con el destino que se llevó a Adrian, su musa, y que lo dejó sin alma. En un momento de la película, Paulie le pregunta a Rocky por qué sigue peleando. ¿Qué tiene que demostrar? Y Rocky le dice que todavía tiene “cosas en el sótano”. Todavía le siguen pasando esas cosas, y esas cosas no le dejan dormir, no le dejan frenar. Hay algo que no cierra en el mundo interno del boxeador, y su manera de arreglarlo es siguiendo adelante, temeroso y dubitativo.

Pero también hay momentos que Rocky parece tenerlo claro. Ganar no se trata de pegar más fuerte dice el personaje, sino de poder recibir los golpes y seguir adelante con eso, como se pueda. Para Rocky vivir no se trata únicamente de los logros, sino también, y principalmente, de avanzar frente a las adversidades. Stallone se estaba quedando sin carrera y la forma que encontró de salir adelante fue abrir su corazón y contarle al mundo lo que sentía.

Ese niño de 11 años quizás vio en Rocky Balboa la historia de un hombre que aprendía a vivir en la incertidumbre. Que sabía que el mundo era injusto y que le iba a seguir pegando, sin importar que tan fuerte uno golpee. Intentar reproducir y comprender por qué esta película me fue tan importante quizás sea, también, intentar entender qué es la vida y cómo salir adelante en los momentos de mayor oscuridad. Tarea obviamente inabarcable de buenas a primeras.

Y es ahí donde la magia del cine aparece en todo su esplendor. La magia del arte, del hablar de algo más y de transmitir algo más que imagen y sonido. Lo que en palabras quizás resulte imposible, en el cine es posible. Rocky Balboa probablemente no sea el cine en su mayor esencia, el cual transmite desde las formas y juega con el lenguaje para llegar a ese algo más, pero sin embargo es una obra pura, hecha a corazón abierto y que, en mi caso, resulta central a la hora de leer y comprender mi vida pasada y mi futuro.

Entender que, a pesar de todo, todavía tengo cosas en el sótano para contar.

Ojalá algún día ese algo para contar que tengo sea tan importante para alguien en la vida como lo fue Rocky Balboa para mí.


Nicolás BarakComment