¿ES POSIBLE CONOCERSE A UNO MISMO ESTUDIANDO A UNA RATA?
Fast, Cheap and Out of Control (1997) Dir. Errol Morris
un texto de Daniel C.
Ray Mendez es un estudioso de la rata topo (naked mole rat). Temprano en la película, introduciéndose, nos dice que fue miembro de un club de entomología en la escuela y que, veinte años después, lo llamó un amigo en el medio de la noche diciendo: “Ray, we found them.” Sin que tuviera que explicarlo, él sabía exactamente de qué le estaba hablando: un mamífero que se comporta como un insecto: la rata topo, que vive bajo la tierra, no puede regular su propia temperatura y cuya sociedad opera más como una colonia de termitas que como ninguna otra comunidad mamífera. Se ha pasado el resto de su vida estudiándola, fotografiándola, y curando exposiciones en museos para darla a conocer al público.
Un momento… ¿Veinte años? ¿Tenía veinte años esperando esa llamada? ¿No sabemos qué hizo él en esos veinte años de su vida? ¿Se queda sin explicación? Si hubiera sido un entomólogo por todo ese tiempo no nos hubiera dicho sencillamente que fue miembro de un club de entomología veinte años atrás. ¿Qué era entonces? ¿Un contable? ¿Un chofer? ¿Quizás por lo menos algún tipo de biólogo? ¿Qué lo hizo dejar todo y ponerse a estudiar a una rata?
Explicación es lo que parece pedir la elección de profesión de estos cuatro sujetos, con oficios totalmente diversos que parecen no estar relacionados de ninguna forma. Un domador de leones, Dave Hoover, nos dice que se enamoró de esa práctica al ver en su infancia a otro domador llamado Clyde Beatty que salía en películas (que él admite eran de calidad cuestionable), y que se convirtió en su héroe. Rodney Brooks, creador de robots que caminan e interactúan con su ambiente de forma independiente y que en su forma de movimiento se asemejan inquietantemente a insectos, nos explica que le gustaba solucionar problemas desde niño. George Mendonça, jardinero topiario que corta árboles en forma de animales en un parque llamado Green Animals por más de 40 años, heredó el trabajo de su suegro. Bastante sencillo.
Todos estos son trabajos que se podrían llamar inusuales. ¿Cómo terminaron ahí? Ellos pueden creer que tienen una razón, pero en realidad la razón ostensible sólo parece añadir más al misterio. El misterio de por qué a alguien le coge con algo, por qué alguien termina en un sitio y no en otro, por qué alguien elige a un héroe y no a otro, por qué alguien se casa con esta y no con otra persona.
Brooks, el roboticista, dice que le gusta tomar una creencia común y negarla. Una suposición equivocada es que la gente piensa que el robot debe salir ya formado, con propósitos, con intencionalidad, mientras que la realidad es que el robot está simplemente construido de tal forma que va interactuando con su ambiente y respondiendo a este. De esa manera las intenciones se van creando. No cree que puede existir tal cosa como una inteligencia desincorporada. A un profesor que le preguntó cómo le dice al robot lo que debe hacer, él le responde: “you don’t tell the robot what to do. You just switch it on and it does what is in its nature.” Al igual que la gente habla del cerebro humano como dividido evolutivamente en la parte de pescado, luego la parte reptiliana y luego la mamífera, así se podrían ir formando robots más y más complejos a medida que las interacciones con el ambiente y con sus compañeros vayan también aumentando en complejidad. La conclusión que sigue de manera lógica, y que él no puede evitar comentar, es que lo que somos no es más que una serie de “robots” formando una especie de monstruo de Frankenstein con cada parte haciendo lo suyo. El “yo” en ese caso no es más que una ilusión, pero una en la cual él mismo dice que es imposible no volver siempre a caer, porque sin ella la vida pierde el significado.
¿Cuál significado? Para el domador de leones, éste parece ser la absorción que siente cuando, dice él, estando dentro de la jaula está tan concentrado que no sabe si afuera hay cinco espectadores o quinientos. También está claro que le gusta la adrenalina y nos cuenta con mucho placer todas las veces que ha estado cerca de la muerte. Incluso tiene pesadillas recurrentes de un león arrancándole la cabeza desde atrás con una mordida. Para el jardinero el significado luce residir en mantener todo lo que ha construido a base de tijeras de mano (rechazando obstinadamente los métodos mecánicos) y lo que le prometió a la dueña del parque cuidar hasta el día de su muerte. Después de eso no puede prometer nada.
Esta dueña, que fue su jefa la mayor parte de su vida, nos la presenta en uno que otro comentario. No más. Nos dice que le pedía una colecta de flores de vez en cuando, y que quería ver el jardín antes de que entrara algún visitante. Nos dice que nunca se casó porque solamente había un hombre que ella quiso y no funcionó, entonces decidió que no se casaría. Lo menciona rápidamente, pero uno quiere saber más. Mucho más. Uno quiere de repente saber quién era el hombre. Uno quiere saber si tuvieron una relación o si era simplemente un hombre ahí. Uno quiere saber si ella le importaba un carajo a él, el hombre por el cual decidió sacrificar su felicidad. O tal vez fue una excusa para esconder otras cosas que no se sentía cómoda revelando. O uno incluso se pregunta si realmente estuvo ella enamorada de él o si solamente lo recuerda de esa manera después de lo sucedido porque es imposible vivir la vida sin contarse un cuento, sin buscar una justificación. Para mí hay más misterio en ese pequeño paréntesis que en mil novelas de detectives puestas juntas. Sin embargo, es una experiencia totalmente común. En cada vida uno encuentra misterios de la misma envergadura si uno simplemente los busca.
Mendez, por su parte, nos dice que estudia a las ratas no desde un punto de vista científico, sino buscando autoconocimiento a través de ellas. Quiere saber lo que puede él aprender de sí mismo mirando a las ratas que se comportan como insectos. Es muy poética esta justificación, pero a mí personalmente me parece justamente eso, una justificación. Eso es lo que él cree que él quiere ver en ellas al tener que buscar una razón para poder explicarse a sí mismo por qué estaba tan obsesionado por una rata. La verdad es que él no lo sabe. Ninguno de nosotros sabemos por qué hacemos lo que hacemos. Autoconocimiento es precisamente lo que menos tenemos.
Si alguien está leyendo esto (si llegó a este punto) es porque tiene algún interés, posiblemente profesional, en las artes. ¿Qué lo llevó a elegir esa profesión? ¿Fue una decisión racional? ¿En qué momento se decidió por lo uno en vez de lo otro? ¿O nunca hubo opción? Si nunca hubo opción, ¿por qué realmente? Cada quien tendrá una explicación, pero esa será quizás más, quizás menos profunda dependiendo de qué tanta tendencia tiene cada quien a buscar explicaciones. Aún la explicación más profunda puede ser correcta, parcialmente, pero no hace más que rayar la superficie.
Cada vez que la cámara corta abruptamente de un personaje a otro, lo cual hace constantemente, causa un poco de risa (o a mí por lo menos). Creo que es porque cada vez nos hace preguntarnos cuál podría ser la relación entre ellos, lo cual permanece siendo un misterio¹. Quizás es porque deja en evidencia de esa manera lo absurdo que es todo lo que hacemos y la comedia que engendra el vernos buscando, totalmente perdidos, cada uno a su manera, la razón. Somos como robots, y al encendernos hacemos lo que está en nuestra naturaleza. En nuestro caso, esa naturaleza es buscar significado en las cosas y en la vida, buscar una razón.
Y por encima de la comedia, si se puede llamar así, está la poesía. Entrecortados entre las entrevistas con los personajes (llevadas a cabo de la manera particular que caracteriza las entrevistas de Morris, logrando a través de un método particular que los sujetos, mientras lo miran a él, parezcan estar mirando directo a la cámara y a nosotros, creando una sensación especial de intimidad) tenemos imágenes dramáticas, casi cómicamente dramáticas, de Mendonça trabajando en sus animales, iluminado contra la oscuridad de la noche, o paseándose con una sombrilla en medio de la lluvia con sus tijeras. O tenemos imágenes del circo, o de robots caminando, o de las ratas. Todas estas imágenes van acompañadas de música orquestal que alterna entre lo alegre y lo inquietante. ¿Se merece un simple jardinero esa escenificación tan dramática? Lo único que se me ocurre es preguntarme lo que podría tener otra profesión que sí se la merezca más. ¿Un piloto? ¿Un atleta? ¿Un presidente? ¿Tienen sus vidas más significado? ¿O somos nosotros que le añadimos el significado que queremos a lo que hacemos? ¿Quizás eso es lo que nos está comunicando Morris aplicando esa música?
Sí, nosotros también somos animales, o tal vez una caterva de robots, cada uno con su naturaleza, pero somos el animal que se pregunta por qué. Que no puede hacer otra cosa. Quizás esa es una diferencia esencial, o quizás no. Probablemente no lleguemos a una respuesta, pero podemos preguntar. Más bien no podemos evitarlo, igual que no podemos evitar preguntarnos por qué estos cuatro personajes hacen lo que hacen, como no podemos evitar preguntarnos por qué el director los puso ahí juntos, ni por qué a nosotros como espectadores nos interesa tanto buscar esa respuesta.