BREVE ENCUENTRO

un texto de Orisel Castro


Es de noche. La hija se va a dormir a regañadientes después del cine de sofá y el chocolate caliente. Es medianoche. El esposo ya está en la cama pero acepta la invitación a volver al sofá para ver por fin Brief Encounter. Bajamos los subtítulos porque todos hablan muy rápido en los 40… todos menos ella. Me encanta su voz que susurra con los ojos grandes. Es una cara que no había visto nunca y la quiero enseguida. Una cara anacrónica que aparece en el material en blanco y negro. Se ha colado en aquel tiempo como una operación de archivo contemporáneo: se aleja de ellos para acercarse a mí.

Siento el peso de su cabeza que se ha dormido sobre mi hombro derecho. Lo despierto un par de veces en lo que voy entrando en el dilema. Cuando vemos a la pareja por primera vez, sabemos que ese gesto será definitivo. Le aprieta el hombro y la cámara lo marca. Sabemos que sale del cuadro a ver el expreso pasar con un impulso destructivo y romántico, aunque solo dice que se ha mareado y podríamos asumir que es por la amiga chismosa que no para la lengua inoportuna. La imposibilidad de contar el secreto dota al romance de profundidad, de una profunda melancolía y de un estado de soledad femenina que es una sentencia universal.

Le digo que se vaya a la cama. Quiero estar sola para poder ver esta película que estaba destinada a ser mi secreto. Tengo que vivirla yo, reclinada en el sofá a oscuras. No le creo nada al médico, ella tampoco, pero lo que importa es que es su momento para correr bajo la lluvia, para perder el tren y sentarse en un banco a fumar. Ese momento me impresiona más que el resto. No le creo al amante, no me atrae realmente la aventura en sí. Pero todo parece una coartada para que ella pueda tener un poema de Keats para sí misma, un tono íntimo en la voz, una mirada opaca, una tristeza profunda de lo que en realidad no iba a ser nunca. El cigarrillo en el banco de noche es su escapada principal. El gesto último del deseo femenino acorralado. El sonido del tren que mide los pensamientos, el espacio entre los tiempos de la estación, el silencio solitario en el alrededor más íntimo, el cigarrillo nocturno y la culpa como un tren vertiginoso. Ese contarle todo al marido en la ambigüedad del monólogo interior y el abrazo de regreso al hogar, que no deja saber si es cómplice o lejano, terminan de conmoverme. Me encuentro en esos intersticios de no ficción de la trama. Los instantes de peligro en que la actriz mira directamente al lente y me habla a mí. Lo breve de una imagen de Leonard Cohen en la canción del extraño que parece salir de esta película: el humo como una carretera que se riza sobre el hombro del que cuenta sus sueños. 

Orisel Castro, Valencia, 15 de agosto


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