PAULINE À LA PLAGE
Largometraje | 1983 | Eric Rohmer
Artículo escrito por Julia Scrive-Loyer
Dicen por ahí que en los años 80, cuando Tarantino trabajaba en Video Archives, solía recomendarle Pauline à la Plage a sus clientes. Me parece una anécdota de suma importancia. Si se leen algunas críticas negativas a la película, lo que más se repite es la intolerancia del espectador al diálogo constante. Pero quién mejor para apreciar este aspecto del estilo Rohmeriano que Quentin Tarantino [insertar emoji de corazón]. Así que dejemos hablar a las malas lenguas, porque por ahí mismo va el proverbio expuesto por Rohmer al inicio de la película: “Quien habla mucho cava su propia tumba”. La palabra, como en muchas otras películas de Rohmer, es un eje central de la película. Todo lo que vamos a analizar en este texto pasa por ella: la posición de cada personaje dentro de la trama, el aspecto teatral de algunos momentos de la puesta en cámara y del quiproquo central de la película, y claro, el amor (“esa palabra”).
Dividamos primero a los personajes, porque conflicto hay de sobra gracias a ellos. Tenemos por un lado a los fervientemente honestos (Pauline y Pierre), a los deshonestos (Marion y Henri) y al que intenta ser honesto (Sylvain). Aunque puedan dividirse en categorías, cada uno tiene su propio matiz en lo que representa, lo cual ayuda a generar conflicto incluso entre los que podrían estar de acuerdo en su visión filosófica del amor. Todas estas visiones se establecen claramente en un largo debate sobre el tema que tienen los cuatro personajes principales en casa de Henri después de una cena. Cada uno explica lo que para ellos es el amor, y lo que esperan de dicho sentimiento y por lo tanto de la vida en pareja. ¿Es posible ser amantes y amigos? ¿Es posible amar sin pasión? ¿Es posible amarse y ser libres? Ninguna de estas preguntas se resuelven, claro está. Rohmer no es profeta, es un filósofo, y sí, hay diferencias entre ambas cosas, aunque Jesucristo haya intentando unirlas.
Comencemos con Pauline, nuestro personaje central. La crítica Pauline Kael describió al personaje de Pauline como el “centro moral” de la película. Pauline, la más joven de todos - excepto Sylvain -, demuestra ser muchas veces más madura que el resto de los personajes, sin por eso ser arrogante. Ella es consciente de la edad que tiene y de lo que le queda por vivir y experimentar. Tiene su propio ritmo, su propia manera de caminar por la vida. Habla solamente cuando tiene que hablar, siendo por lo tanto la única de los cuatro personajes principales que no habla de más. Ella escucha y observa, y de vez en cuando intenta hacer entrar en razón a los que la rodean. Para eso tiene que tener a veces una honestidad brutal, sin nunca hacerle daño a nadie; su nobleza se demuestra cuando al final de la película decide no decirle a Marion que Henri la engañó con otra mujer. Conoce los límites de su honestidad y la usa solamente cuando siente que le puede hacer un bien a su interlocutor, como es el caso de Pierre, el otro personaje honesto de la película. Sin embargo, por más que Pauline aprecie a Pierre, le deja claro que su honestidad es muchas veces egoísta, diciéndole “¿no será que te crees el centro del universo?” Con Henri, personaje que no es mucho de su agrado, Pauline decide tener una conversación franca al final de la película, diciéndole abiertamente lo que piensa de él y por qué piensa que está equivocado. Pauline tiene un pequeño amorío de verano con Sylvain, un chico de su edad que conoce en la playa. Tras pensar que él se acostó con otra chica, Pauline queda devastada, pero una vez se entera de que en realidad Sylvain estaba cubriendo a Henri, sigue igual de firme en su visión de él, acusándolo de cobarde por no haberle llevado la contraria a Henri cuando éste intentó utilizarlo. Entonces sí, Pauline es definitivamente el compás moral de la película, lo cual deja a los otros personajes bastante mal parados. Me parece muy admirable de parte de Eric Rohmer poner la fuerza en una chica adolescente, brillantemente interpretada por Amanda Langlet que tiene un lugar muy especial en nuestros corazones. Volveremos a ver a Amanda en Conte d’Été, otra película en la que tiene un papel fuerte y equilibrado. Gracias tío Rohmer.
Pierre, interpretado por Pascal Greggory, es uno de esos personajes que están tan bien actuados y escritos que uno no puede evitar a la vez odiarlos y sentirnos identificados con ellos. Pierre es víctima de su voraz honestidad. Está enamorado de Marion posiblemente desde antes de nacer, y sin embargo nunca ha logrado que el sentimiento sea recíproco. Su insistencia llega a ser patética, no solamente para nosotros pero lamentablemente para Marion - y de paso para todos los otros personajes de la película. Devoción e idolatría son palabras que se quedan cortas para describir su manera de amar. Sin embargo, mientras más habla y se confiesa, más se aleja de lo que quiere. Marion sencillamente no funciona de la misma manera. Para ella el amor tiene que ser recíproco al instante, no es algo que se vaya construyendo. No quiere a un perro fiel, quiere pasión desmesurada. Lo de Pierre es definitivamente una fiel desmesura, pero es tan honesto y crítico con Marion que ella tiene el efecto completamente contrario y se lanza hacia un hombre que la trata como una cualquiera.
Marion, interpretada por Arielle Dombasle, compite con Pierre por el premio al personaje que más habla en la película. Sin embargo, si Pierre es consciente de su tragedia y ve cómo se cava su propia tumba con cada palabra pronunciada, la tragedia de Marion está en que ella no se da cuenta de cómo se está engañando a si misma. Mientras más habla, no sólo los personajes que conocen la verdad sienten la distancia entre lo que ella dice/siente y lo que está pasando a sus espaldas, si no que al espectador también le duele verla tan cegada. La ironía dramática es el “weapon of choice” de Rohmer con respecto a este personaje. Vemos a Henri con otra mujer mucho antes de que cualquier otro personaje lo sepa, una vez los otros personajes se enteran somos conscientes del nefasto quiproquo que se da. Pero lo peor de todo es que nosotros también tenemos que escuchar a Henri decir que Marion lo agota. Cuando Marion lee la carta de despedida que le dejó Henri, Pauline tiene que mentirle sobre la conversación que ésta tuvo con él en la mañana, en la que dijo cosas como que Marion es demasiado perfecta, y cómo eso lo oprime. La ironía dramática se extiende hasta el final, cuando Marion le dice a Pauline que cada una puede pensar lo que quiera sobre lo sucedido, y así ambas tener la mente tranquila. Si Marion viviera toda esta situación en silencio, otra historia sería. Pero ella prefiere convencerse a si misma una y otra vez a través de la palabra, ¿haciendo qué? Correcto, cavando su propia tumba.
Henri por su lado no tiene tumba que cavar. Un poco a la manera de Pauline, su personaje está por encima de toda esta situación. Nada de lo que sucede en la película afecta particularmente su vida a largo plazo. Estar con Marion no le impide tener una tarde fogosa con Louisette, la chica que vende dulces en la playa. Tampoco le impide coger un barco e irse sin el menor remordimiento al final de la película. La deshonestidad de Henri no pasa por la palabra. Él deja bien claro desde el inicio lo que está buscando, y se lo dice incluso a Marion cuando ella empieza a tomarse las cosas un poco en serio. Es la actitud de Marion y las pocas ganas que tiene Henri de agregarle conflicto a su verano lo que lo lleva a tener una actitud deshonesta en cuanto a mentirle a todos sobre su asociación con Louisette y sobre todo a involucrar a Sylvain en algo que él no hizo. Muy bien interpretado por Féodor Atkine, Henri nos lanza un “bad boy alert” desde el momento en el que entra a cuadro. Ay, Marion… ¿Por qué?
En cuanto al aspecto teatral de la película, se manifiesta tanto visualmente como en cuanto a desarrollo de la trama. Para cerrar el tema de la palabra, que se conecta con este segundo punto, hay algo de teatral siempre en el planteamiento del conflicto Rohmeriano. Lo vimos también con Le Genou de Claire, donde la trama se expone verbalmente al inicio de la película y se concluye de la misma manera al final. Se presenta un escenario y un tiempo específico, se plantean los personajes y sus conflictos internos, y la trama se desenlaza después a partir de estos elementos. El quiproquo, elemento teatral, se plantea tanto visualmente como verbalmente. Parte de algo que uno de los personajes vio - en este caso Pierre -, pero lo que vio no era realmente lo que pensaba que era. No hay quiproquo si Pierre luego no expresa verbalmente lo que piensa que vio. Este elemento, además, aparece justo en el medio de la película, lo cual una vez más descubrí esta vez que vi la película, por más que la hubiese visto numerosas (numerosísimas) veces. Una vez más Rohmer nos divide la trama en dos, con un acontecimiento desconcertante sirviendo de bisagra.
El segundo elemento teatral es la puesta en cámara/puesta en escena. Planos como el que uso de ejemplo más arriba es esencial para entender a lo que me refiero. Dos personajes hablando en primer plano mientras que otro escucha de fondo. Tenemos también numerosos planos de personajes que miran y luego un plano de lo que están mirando, siempre con una cama involucrada en el cuadro. Estos encuadres parecen casi cuadros, personajes fijados en posiciones a veces incómodas o “no naturales”, como es el plano en el que Henri y Marion duermen desnudos en la posición más extraña jamás vista. Estos encuadres son de una belleza explícita, como una colección de viñetas sensuales.
En conclusión, Rohmer nos invita una vez más a reflexionar sobre el amor, poniendo en juego visiones en conflicto sobre lo que significa amar. Creo que no hay mejor manera para terminar este texto sobre el amor y los excesos de la palabra que con este (lamentablemente) trillado fragmento de Rayuela, que por más que sea víctima de su propio argumento, no deja de ser hermoso:
Pero el amor, esa palabra... Moralista Horacio, temeroso de pasiones sin una razón de aguas hondas, desconcertado y arisco en la ciudad donde el amor se llama con todos los nombres de todas las calles, de todas las casas, de todos los pisos, de todas las habitaciones, de todas las camas, de todos los sueños, de todos los olvidos o los recuerdos. Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa, hay horas en que me atormenta que me ames (cómo te gusta usar el verbo amar, con qué cursilería lo vas dejando caer sobre los platos y las sábanas y los autobuses), me atormenta tu amor que no me sirve de puente porque un puente no se sostiene de un solo lado...
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