HABRÁ NECESIDAD DE CONGELAR LOS PAISAJES PARA QUE NO SE MUERAN


por Diego Cepeda

11888580_1651536928392924_8498189403816657489_o.jpg

¿Qué tendrían en común la navidad, una película de Leo McCarey, otra de Wellman, una novela dominicana, una cita de Victor Hugo parafraseada por Jean-Luc Godard y un melodrama de Henry King? Probablemente nada. Probablemente, que comparten sin saberlo, un cajón en la memoria, en mi memoria, inciertos lugares comunes a los que vuelvo sin hacerme muchas preguntas al respecto.

¿Cómo será que estas imágenes y palabras se conjugan dentro de las mismas emociones y sensaciones? Un cierto tipo de cine, o mejor dicho, una cierta manera de acercarse al cine, o al arte, o a la vida, nos arroja constantemente a lugares y espacios para habitarlos, para volver una y otra vez aunque nunca hayamos estado ahí en un principio.

El título de este texto proviene de una de las novelas más importantes de la República Dominicana, Escalera para Electra de Aída Cartagena Portalatín. En ella, la autora juega a múltiples espacios y tiempos distintos, interponiéndose e interrumpiéndose con el lector: un diario de viaje, la representación de una obra de teatro, el recuerdo de una tragedia en el campo. “Además, en Dominicana esas tragedias se esconden, se guardan como un tótem maldito encerrado en silencio”.*

La navidad también está llena de tragedias… Sin embargo, este no es un texto trágico, o al menos no supone serlo. Se podría decir que todo lo relacionado con la memoria tiene algo de traumático, alguna cicatriz que se asoma y que permanece abierta, que nos invita a formar parte de un espacio de melancolía que pervive más allá de nuestros ojos.

Es justamente aquí que recuerdo un texto de Camille Nevers a propósito de An Affair to Remember (Leo McCarey, 1957) o Algo para recordar como luego se tradujo en Latinoamérica. Nevers se refería a ella como la película hollywoodense de la melancolía. 

En la imagen, no hay espacio, sólo lugares, lugares comunes y lugares de encuentro. Lugares de memoria.**

Los personajes de Cary Grant y Deborah Kerr se conocen y se enamoran en un crucero transatlántico, un no-lugar. Al principio parecen incrédulos de su situación, del encuentro fortuito. Desconocen las razones del azar y a pesar de ello, se embarcan a construir una experiencia que empieza en un fuera-de-campo eterno. En una ocasión, visitan la casa de la abuela de Nicky Ferrante (Cary Grant) en la costa del mediterráneo. Detrás de un piano empolvado, la abuela Janou procede a tocar una melodía que luego acompañará la voz de Terry Mckay (Deborah Kerr). Frente a los ojos de Terry, Nicky vuelve a ser el niño que una vez quería ser pintor y el tiempo de la película parece detenerse en ese pequeño paraíso. 

Hace dos navidades, o quizás hace una, no recuerdo con exactitud, fui a a ver Grandeur et décadence d'un petit commerce de cinéma (Jean-Luc Godard, 1986) en donde el personaje de Jean-Pierre Léaud lee un pasaje de Victor Hugo relatando lo siguiente: “Empezamos a comprender hoy en día que lo local exacto es uno de los primeros elementos de la realidad. Los personajes no son los únicos que graban en el espíritu del espectador el preciso sello de los hechos.” Comprendí que aquello que se había grabado en mi espíritu al rememorar An Affair to Remember, quizás no tenga tanto que ver con aquello que ocurrió en esa escena en concreto, sino que justamente, la escena transcurría en un espacio al que no íbamos a volver, al que era ya imposible de regresar, un espacio en donde alguien recordaba cuando ya era demasiado tarde, en donde alguien tocaba el piano por última vez y en el que, como Terry, activábamos el pasar del tiempo presenciando o cantando en ese momento, al ritmo de una canción. 

Aquellos paisajes de la memoria también me traen recuerdos de otras películas, de localizaciones que pareciera que sólo pueden existir dentro de una sala de cine, como el lugar de encuentro entre los personajes de Love Is A Many-Splendored Thing (Henry King, 1955), bajo el árbol de una colina mientras transcurre la Guerra Civil China en los años 40’s, o detrás de los árboles del jardín de una casa en Vermont en el primer screwball a color, Nothing Sacred (William A. Wellman, 1937). Ambas localidades tejen entre sí una red de promesas para los personajes y para el espectador.

Al pensar en la navidad, se me hace imposible dejar de imaginar en cómo, al igual que en el cine, se generan ciertos tipos de terrenos que sólo accedemos con los recuerdos, quizás porque recurrimos a las mismas canciones, quizás porque pensamos en aquellas personas que estuvieron ahí alguna vez, o quizás, porque cuando somos niños nos invade cierta magia que tiene que ver con aquello que siempre está por venir. Lo que nos queda, para nuestra sorpresa, siempre son lugares de encuentro. 

Como decía Jonas Mekas, habrá que seguir buscando cosas en lugares donde aparentemente no hay nada. Debajo de un árbol cualquiera, siempre habrá regalos para compartir.

* CARTAGENA PORTALATÍN, AÍDA. Escalera Para Electra, 1969. (p. 85) 
** NEVERS, CAMILLE. An Affair to Remember. Publicado originalmente en Cahiers du cinema, número fuera de serie, nº 17, diciembre, 1993. Traducción del francés de Francisco Algarín Navarro.