CARTA DE UN JOVEN POETA
Escrito por Eduardo Ceballos e ilustrado por Emily Martin
Escribí ya hace mucho un poema. Una cosa torpe y profundamente intuitiva, pero verdadera. Una colección de palabras regurgitadas, una lista de miedos, un inventario de nombres que me dan esperanza. En ese entonces era un himno, y en él me echaba en cara toda mi suerte, y retaba a Dios como quien reta a un amigo, al mejor de los amigos, aquellos a los que desafías con una malicia que proviene solo del amor más profundo. Y daba las gracias, y vociferaba aterrado por la idea no de perder toda esta fortuna, pero de tenerla apretada para siempre entre mis manos y jamás hacer algo con ella. ¿Qué es tener el favor de las estrellas y darles la espalda? Un crimen, ¡un crimen les digo! “Si cometo un crimen contra el arte, será asalto a mano armada a la esperanza” escribí. Escribí muchas cosas, y escribí con el fervor y la indiscriminante intensidad que le corresponde a ser tan joven y a estar tan vivo. Me cuesta creer que alguna vez fui más joven que esto, que alguna vez supe menos, que vi en algún momento a las flores, al cielo, y a las desgracias con ojos más frescos que estos que tengo ahora. El “yo” de ese entonces me regaló un mantra para el porvenir y sus catástrofes, y para todos sus obsequios. Reviso entre viejos diarios y cuadernos y encuentro retazos de la misma identidad desparramada, y se alzan a mi encuentro como mensajes que atraviesan el tiempo y me completan. Como si hubiese dejado guardadas pistas de mí mismo para irlas hallando de nuevo. Me hace pensar incluso, que quizás es con el tiempo que uno va encontrando poco a poco su propio nombre, construyéndole de a trozos un sentido a esa palabra tan valiosa, tan imbuida de poder. Como si pudiera gritar a los cielos “Soy Eduardo Ceballos Aybar” y conjurar sólo con eso todas las fuerzas del mundo. Todas mis fuerzas. Porque si debo creer en algo, puedo al menos creer en el nombre que llevo puesto y en lo que para mí significa, y si es que algo en el mundo me pertenece, debe ser quizás cómo me llamo.
Recalcaba en aquel poema cuanto de morir hay en callar, cuanto optar por el silencio sólo por temor, sólo por la idea de que cualquiera de nuestras palabras sería una brisa en el violento vendaval es paralelo al suicidio, y es la verdadera pérdida. ¿Y qué si gritamos a la tormenta? Al menos es una voz más que flota en el aire. Que se estrellen nuestros nombres y nuestras convicciones contra el mundo y nos den en la cara los trozos desbaratados. Yo no lo sé, y quizás no lo sabré nunca, pero ¿qué es vivir si no eso? Me ví tentado, me he visto tentado a esconder el alma bajo una roca y no sacarla jamás por miedo a ponerla a prueba. Pero me pareció tanto a lo mismo que estar muerto aún sin el acto consumado. La falta de voluntad se parece demasiado a la intención de no volver a despertar. ¡Y es que no hacemos nada si no nos ponemos enteros sobre la mesa! ¡Total! las cartas que tenemos son las que son y no se puede jamás Ser a medias, se es y nada más, con lo que no tenemos, con lo que no sabemos, con lo que no podemos y con todo lo que nos falta y nos sobra cargado al hombro. Y no lo digo por mí, que conste que a mi nada nunca me ha puesto a prueba, y me ha llevado siempre la vida flotando como cometa en el aire. Ligero. Y no sabría mucho menos si sostendría mi discurso el día que se me ponga todo color de hormiga. Ojalá. Pero lo digo por aquellos a los que sí los arrolló abruptamente lo inconmensurable y salieron a flote, e igual por aquellos que se hundieron hasta el fondo en el intento. No gritar a la tormenta es una falta de respeto, a todos los héroes del conflicto y a los desafortunados. Y le agradezco, le agradezco a mi “yo” de aquel entonces por haberme dejado para siempre un eco, unos versos que me recuerdan lo que importa, que llevaré para siempre conmigo, con todo y su ingenuidad.
Yo que creo en el conflicto y en la virtud de la ignorancia
Yo que creo en la esperanza ciega del que crece.
Yo que creo en el recuerdo y en el misterio que es la vida
¿Cómo cometería la locura del silencio?Yo que creo en lo que creo.
Yo que creo en esta herida.
¿Cómo me condeno a una muerte figurada?Yo que creo en el mañana. Curioso de días nuevos.
Yo que creo en mis deseos.
¿Cómo los dejo al olvido?
Pero por supuesto, no siempre se crece hacia adelante, y se nos duermen adentro las cosas que ya llevamos aprendidas y con las que ya confiábamos. Hoy no quiero escribir, ni quería ayer, ni antes de ayer, y se me amontonan los libros sin leer y las películas de Fellini ya descargadas esperando a que las vea, mientras tengo el cuerpo y el espíritu coagulados. Siento el tiempo en pausa, desearía quizás que estuviera verdaderamente congelado, pero veo los días pasar como si diera lo mismo. Duermo con los ojos abiertos. No es un desprecio del arte, ni de todo lo que algo vale, no, es otra cosa que cuestiono. ¿Quién soy yo para buscar algo en la Dolce Vita y Amarcord, y en los filmes de Kiarostami y de Truffaut o en los poemas de Walt Whitman? ¿Equivalen de verdad a algo estos retazos que me forman? ¿Qué es lo que sé y dónde están mis propias respuestas? ¿Y si no sé si llevo yo algo adentro cómo lo busco en las miradas ajenas, cómo me atrevo? ¿Dónde es que estoy para buscarme? Ni en 8 ½, ni en Les 400 coups, ni con ellos cambiaré yo ni a mí, ni al mundo. Esas son de mis preguntas y de mis dudas inconsecuentes. Pero Rainer María Rilke me echa un balde de agua fría y me saca del desasosiego, evidenciando para mí mis propias pretensiones. Me dice en la cara, que cómo se me ocurre que sea posible estar completo con solo 20 años encima, y me recuerda que no hay manera de que haya escrito aún poema, o mantra, o himno suficiente, y que es cierta arrogancia pensar que el no saber sea el problema, y la solución quizás algún día conocerlo todo, cuando es en realidad en la inmensidad insondable donde está precisamente la esperanza. Me alienta y me conmueve ver como tantas veces aquellas personas que han recorrido verdaderamente largos caminos, coinciden en que las respuestas están en la búsqueda misma. Que no hay imagen que pueda yo filmar o ver en la vida, o libro que lea o paisaje que me asombre que pueda mostrarme lo que busco, pero que es en la voluntad de buscar donde está el punto, donde está la poesía. ¿Qué si no sé si llevo algo adentro? La inquietud me llena, la memoria me llena, el deseo me llena, y aún el desconocer es otra cosa que me enriquece. Es más valiosa una libreta llena de hojas en blanco, más fácil se llena de algo bello, de algo nuevo y propio. Entonces, basta ver con los ojos para encontrar algo que valga la pena.
“Si su diario vivir le parece pobre, no lo culpe a él. Acúsese a sí mismo de no ser bastante poeta para lograr descubrir y atraerse sus riquezas. Pues, para un espíritu creador, no hay pobreza. Ni hay tampoco lugar alguno que le parezca pobre o le sea indiferente.” Nos dice Rilke, y nos dice que no están vacíos, ni nosotros ni nada en el mundo.
Son sólo un grupo de derrotados absolutamente todos los cínicos. Jamás pondrán el corazón en una simple carta, ni sentirán lo que yo leyéndola. Me pregunto cuál será la diferencia entre un ensayo y una carta. Escribo esto ahora para Rilke, para decirle algo con peso y con importancia a través del tiempo y del espacio, así como me lo dijo a mí, pero escribo también a la persona que me invitó a conocerlo, que quiso hablarme a través de él, que conociéndome a mí y mis inquietudes y conectando de alguna forma conmigo, vio en Rilke las mismas palabras que podía regalarme y que yo necesitaría escuchar, y por supuesto, escribo para mí, y para ustedes que me leen.
Cartas a un Joven Poeta de Rainer María Rilke es un testamento del por qué se escribe, del por qué se crea y se vive y nos buscamos en la gente, en las cosas y en las imágenes del mundo, y buscamos constantemente reproducirlas hasta el infinito tanto las de adentro como las de afuera. No hay pieza que no sea una conversación, no un pretexto para el diálogo pero el diálogo mismo. Y no hay conversación que no sea una pieza, cada palabra, sueño y convicción son una pieza. Esos niños son una pieza, mis padres son una pieza, esa nube es una pieza, el llanto es una pieza. Este ensayo, esta carta, este texto es una pieza, así como lo es mi intención, mi deseo porque algo, alguien me escuche. Y es que es todo un intento de tocar y ser tocado, enriquecer y ser enriquecido. A veces pienso que quisiera tener un hijo, uno al menos, porque creo que si pudiera dejar algo de mi verdaderamente significativo al mundo sería eso, un ser humano más que crece y vive y busca ser feliz, que conoce y se reconoce en los demás, que ama y sufre, y a su vez deja él también algo de sí que florezca en el mundo. Pero en nuestras acciones en vida, en la manifestación de quien realmente somos, en esas conversaciones abiertas e inconclusas que dejamos flotando en el aire hasta que alguien las atrape y las absorba, dejamos también algo trascendente. No en la obra monumental e imponente, basta solo la palabra sincera y el interés genuino. No tengo que conocer ya ni al hombre ni a su poesía, pues con saber que por 4 años le escribió de puño y letra a un simple joven entusiasmado e inquieto, solo porque éste una vez se atrevió a dirigirle la palabra, me es suficiente para creer saber qué corazón llevaba en el pecho. Y claro, porque ¿qué serían todas sus odas a la vida, y sus versos y sus largos cantos si el dia en que esa vida que tanto alababa va inocentemente y con admiración a tocarle la puerta, Rilke se hubiese hecho el desentendido? Sería nada, polvo, poesía infértil. Por el contrario, Rilke, creyendo en lo que cree, le entrega el alma en un sobre, integra. Y lo hace otra vez, y otra vez, y otra vez, tantas veces como aquel muchacho le mande también la suya. Y le habla de sus vivencias y sus dolores, le habla como a un amigo, como a un hermano, como a un hijo propio al cual dejarle algo que deje él a sus vez más adelante. Haciendo así arte verdadero, arte que es semilla y verdadera influencia, pues es en los ojos con los que se ve el mundo donde está el arte, en los actos con los que sobrellevamos existir donde está el arte, y sin eso, no hay métrica en los versos, ni colores ni partituras que algo valgan. Sentí esas cartas como si fueran para mí, más de cien años después de haber sido escritas, por encima de la muerte, sus palabras, sus convicciones, sus sueños y vivencias, alcanzaron, tocaron e iluminaron un poco a alguien, porque escribió con ese deseo genuino, y eso vale más que todos los poemas vacíos de la tierra. Sentí esas cartas como si fueran para mi, quizás para todo el que es joven, para todo el que crece, para todo el que aún se busca, y en ellas me dijo que no me desespere, que no me obsesione con encontrarme, que no me ofusque en las tribulaciones ni en los momentos en los que no todo sea claro, que no me vuelva amargo ni use la ironía de escudo, que apriete los dientes, y sobretodo, que hable y viva, así sea a la tormenta y en la tormenta, desde el fondo del corazón.
Gracias sabio amigo. Yo, Eduardo Ceballos, lo tendré pendiente. Son verdaderamente un grupo de derrotados, absolutamente todos los cínicos.
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