NUBES PASAJERAS
Aki Kaurismaki (1996)
por Jaime Guerra
Tal vez el nombre de Aki Kaurismaki no sea el primero en llegar a la cabeza a la hora de pensar en la esperanza, concepto que permea los artículos de la actual edición de Simulacro. Viendo sus entrevistas y algunas de sus películas, puede parecernos estar ante la presencia de un gran misántropo. Sin embargo, quien suscribe, no ve nada de malo en ello.
Estoy lejos de ser la persona más optimista que ha pisado el planeta tierra, me parece más práctico el pesimismo para poder soportar los tiempos que corren sin necesidad de padecerlos a sobremanera. Se podría decir que prefiero una agradable sorpresa antes que una inesperada decepción.
La primera película que vi de Aki Kaurismaki fue en 1994 en Cuba, tenía apenas 22 años: La Chica de la Fábrica de Cerillas. Cuando me remonto al recuerdo de ese primer visionado me viene una imagen a la memoria: La protagonista sentada frente a una mesa de billar, al lado de una bellonera, escuchando una canción de rock and roll, fumándose un cigarrillo, su cara inexpresiva, sin asomo de intención de mover un músculo ante el rítmico estímulo de la música... inmutable. Me pareció un plano desolador, contado con el mínimo de elementos y un oscuro sentido del humor, como es característico del director. Y es que de poco sirve la esperanza en esta obra porque con la misma velocidad con la que Kaurismaki le da un poco de esperanza a su personaje, poco después le arrebata toda posibilidad de ser feliz. No sin antes hacernos quererlo como a un miembro de nuestra familia más cercana.
Pero no siempre es este el caso. Cuando decidí que tenía que ver todas las películas de Kaurismaki, compré su fílmografía íntegra en dvds y las fui viendo en orden cronológico, entre ellas encontré Nubes Pasajeras.
Y es justo ésta la película que me lleva a pensar en la esperanza y por consiguiente a escribir este artículo. Al principio de la película se muestra una situación idílica. En el universo de Kaurismaki esto no es mucho, pero al menos la protagonista (Kati Outinen, la misma actriz de La Chica de la Fábrica de Cerillas) tiene un trabajo en un restaurante y es una mujer muy profesional, conoce su trabajo y lo hace bien, su esposo conduce un tranvía, están enamorados, y están bien, compran un televisor a color a crédito, el futuro es esperanzador. La película apenas comienza y ya son nuestros tíos, los queremos.
Las primeras malas noticias empiezan en el noticiero del nuevo televisor: Tormenta en filipinas deja 250 desplazados y 80 desaparecidos o muertos, defensores de los derechos civiles en Nigeria son ejecutados... Hay recortes en la oficina y el esposo pierde el trabajo, el restaurante donde ella trabaja es comprado por una estrategia del banco y ella se queda sin el trabajo que tenía desde hacía 35 años.
El que corrió la suerte de ver La Chica de la Fábrica de Cerillas antes que Nubes Pasajeras, podrá pensar que en lo adelante no hay salvación, en el resto de la película seremos testigos de una espiral descendiente de dos personajes que queremos tanto. Y así es, todo está perdido, unos pequeños atisbos de esperanza nacen aquí y allí pero se ahogan rápidamente en un charco de personas e instituciones inescrupulosas y frías.
En Tokio-Ga, Wim Wenders viaja por Japón en busca de un sentimiento de humanidad, casi ingenuo, que le producen los personajes de las películas de Yasujiro Ozu. En todo el transcurso del ensayo filmado sentimos a un Wim Wenders solitario, buscando, perdido en habitaciones de hotel, estaciones de metro, canales de televisión, juegos de azar, comida sintética para decorar escaparates de restaurantes, juegos de golf en lo alto de un edificio, poca humanidad, se le ve cómo pierde la esperanza de encontrar el sentimiento que descubre en los personajes de Ozu. Hacia el final, cuando parece que todo está perdido, habla con el director de fotografía de Ozu, y ahí lo vemos, el sentimiento en todo su esplendor. Es hermoso.
En youtube encontré un video en el cual Aki Kaurismaki, fumándose un cigarrillo, habla con un retrato de Ozu colocado sobre un caballete. Después de agradecerle le explica que por su culpa ha hecho 11 películas malas y que piensa hacer 31 más hasta probarse a sí mismo que nunca llegará a la altura de Ozu.
En Nubes Pasajeras también tenemos que esperar hasta los últimos minutos para ver cómo todo tiene solución. En el último plano vemos la mirada elevada a las nubes de nuestros queridos personajes y su perro, felices de estar peor que cuando comenzaron pero, al menos, con esperanzas.
Llego al final abrupto de este artículo con la idea de que la misantropía es la forma más elevada de humanismo y con la certeza de que todas las nubes son pasajeras.
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