UNA ENTREVISTA INÉDITA A JUAN SOLILOQUIO
por Erik Alfredo
25 de Octubre, 2047. Para gran parte de esta generación, el nombre de Juan Soliloquio no evoca ningún recuerdo. Ya ni se menciona de sus colosales películas, que a finales del siglo pasado pusieron a nuestro país—lamentablemente por un lapso de tiempo muy efímero— en lo más alto del olimpo mundial del cine. Filmó westerns en el sur de la isla, películas de piratas en las costas de Samaná, y una serie de ciencia ficción en la sierra de Bahoruco. Su última película, “El Huracán” (1999), fue un éxito inimaginable para un país como el nuestro, que rompió en las críticas y las taquillas del mundo. Para las nuevas generaciones que no pudieron ver esta obra en los cines del Santo Domingo de aquel entonces —ya ninguno de esos existen hoy—, les refresco la memoria: se trataba de una antología de historias que se desarrollaban durante el paso del huracán David sobre el Santo Domingo de 1979.
Antes de contactarlo para esta entrevista, yo era de los que había llegado a creer los fake news que publicaban tan a menudo en internet anunciando que Juan Soliloquio había muerto. “¿Usté es que viene a ver a Juan?” me recibió una señora uniformada en la puerta. No creo que nadie se hubiera esperado encontrarlo en un sitio como al que yo había llegado: una casa bastante modesta al borde de Monte Cristi desde donde se escuchaba el mar muy claramente. Me había estado esperando sentado en una mecedora de mimbre, con un cigarrillo sin encender en los labios, leyendo un periódico que debía ser de antes del 99 —en la portada se anunciaba el paso del huracán George—. Me senté frente a él, y de espaldas a un enorme rompecabezas enmarcado que no me pude detener a observar. Se reclinó en la mecedora y me animó a empezar de una vez con la entrevista que le había propuesto unos días antes por teléfono.
¿De dónde salió el nombre “Juan Soliloquio”?
A esta edad ya ni me acuerdo.
“El Huracán” (1999) fue su última película. Mucha gente no recuerda que fue la novena película más taquillera en el mundo por un par de años. Muchos críticos la consideran la mejor película latinoamericana de la historia. Sin embargo, usted decidió retirarse del cine justo después de terminarla… a una edad muy joven, ¿Por qué?
Después del éxito tan aterrador de “El Huracán”, yo no sabía cómo enfrentar la expectativa que se había creado —en el público y en la gente que me rodeaba—. Todo el mundo esperaba una película igual o mejor, y yo no sabía cómo replicar algo semejante… la verdad es que todo fue un accidente.
¿Su obra maestra, dice que fue un accidente?
Todas mis películas fueron un accidente… Yo nunca tuve idea de lo que hacía. No sé si esto ya lo han dicho mis ex-compañeros —tal vez eso se les olvidaba después de que veían el resultado final en la pantalla— pero todos mis sets de filmación eran un desastre… En el caso particular de “El Huracán” fue doble tortura porque… sentía que el guión que yo había escrito con tanta esperanza, al materializarlo al mundo real, se destruía… es que filmar una película es como matarla. Al final se salvó porque los productores, a empujones, me hicieron seguir con el montaje… y fue como un milagro. Cuando se pegaron los planos indicados unos con otros, y se agregó la música y el color, resultó que todo estaba ahí. El problema es que la Santa María no está todos los días atrás de la puerta…
¿Fue esa amenaza lo que lo desalentó de seguir haciendo películas?
La gota que derramó el vaso fue otra cosa…
¿Usted considera que sus películas eran autobiográficas?
No creo… yo no tuve una vida tan excepcional como para contarla. Usualmente contaba las historias de los otros.
Muchos críticos han sugerido que los verdaderos protagonistas de sus películas suelen ser fenómenos meteorológicos. ¿De dónde viene esta obsesión… y por qué decidió filmar toda una película sobre el Huracán David?
La llegada del Huracán David a Santo Domingo es una de mis primeras memorias. Yo estaba tratando de enseñarme a montar bici en el patio frente a mi casa, y de lejos vi que el mar se alborotaba, unas nubes negras venían arriba de mí, el ruido del viento crecía. Después escuché a mi abuela gritando para que entrara a la casa. Como era hijo único, en esos días de encierro nada más tenía la compañía de la serie de Batman del 66 que daban en la tele.
Hace unos años había rumores de que la Warner lo había contactado para dirigir un remake de Batman… ¿Es cierto que consideró ese proyecto?
Fue el único proyecto que consideré mínimamente después de “El Huracán”. Es un personaje que quería mucho de niño… Batman en la tele siempre me hacía sentir menos solo… además me parecía fascinante el hecho de que es una historia que se revive cada ciertos años para actualizarse al zeitgeist de su tiempo… pensaba que mientras los tiempos estuvieran cambiando, siempre iban a haber más películas de Batman… pero después me di cuenta de que en el fondo todas las Batman eran iguales… es que todos los tiempos, en el fondo, son iguales.
Perdóneme la curiosidad, pero veo que el periódico que estaba leyendo… ¿es un periódico viejo?
Como de veinte años atrás… Es que una mañana noté que las noticias se repetían, entonces decidí releerlos en vez de comprar nuevos. A la gente se le olvida, pero las noticias siempre son las mismas.
Por el habla de Juan no se sabría si es dominicano o extranjero (tiene un acento muy raro). Eso no debe ser sorpresa para quien conoce su biografía —filmó sus primeros cortos de adolescente mientras vivía en Argentina, estudió en el Centro Sperimentale di Cinematografia en Roma, antes de graduarse fue asistente de Bertolucci en China, y escribió varias adaptaciones de García Márquez para el cine en México antes de regresar al país a filmar su primera película en el 91—. Yo particularmente, conozco su biografía de hace mucho. Recuerdo que justo antes de entrar en mi adolescencia, le escribí un número preocupante de cartas de agradecimiento por sus películas —después emails, cuando llegaron las computadoras—. Él nunca respondió ninguna.
¿Usted cree que la creación es un acto de egoísmo?
Todo lo contrario, yo creo que es un regalo. No pienso en los cineastas ni en los escritores como dioses o héroes… son meros mensajeros. Yo, por ejemplo, no tenía nada que decir… me limitaba a contar más para alante lo que la gente me contaba. De la mejor manera posible, claro, pero…
Y si usted pensaba que no tenía nada que decir, ¿Cómo supo que era el indicado para filmar las historias de los otros?
Juan se quedó largo rato viendo el rompecabezas enorme que colgaba enmarcado a mis espaldas. Haló un trago de aire como esos que hacen a uno despertar con el corazón palpitante si se salta muy rápido de un sueño a otro.
Es que sí llegó un momento en que me di cuenta de que yo no era el indicado para filmar las historias de los otros… el problema es que me di cuenta un poco tarde. Ya yo había filmado ocho películas, y estaba en Roma completando el sonido de “El Huracán”. Una de esas noches de desconsuelo en la sala de montaje, me escapé para asistir a una proyección de “El domador de tempestades”¹ que pasaban en una sala de cine pequeñita. Hacía mucho que no me sentaba a observar una película, nada más me preocupaba por hacerlas. Desde que esa sala se inundó con el plano de un mar bravo corriendo en reversa, supe que más de sesenta años atrás, en un cortito de veintidós minutos, ya alguien desde el otro lado del mundo había dicho mucho más de lo que yo hubiera podido decir en una vida entera. La proyección se acabó, y yo regresé esa misma noche a la sala de montaje para terminar mi película, pero muy consciente de que iba a ser la última.
La señora de servicio entró a la sala y abrió las persianas. Creo que era para mostrarme que el sol ya se estaba ocultando. Juan recuperó su posición inicial sobre la mecedora y me preguntó si habíamos terminado. Yo me quedé callado por un buen rato antes de comprobar que ya no recordaría ninguna de las preguntas que había imaginado.
¿Extraña los sets de filmación?
No, pero sí las salas de cine.
¿Cuál es su lugar favorito en el mundo?
El año 1999.
Me despedí de lejos y le di la espalda un poco muy de pronto. Esperé el taxi por un largo rato frente a su casa, en ese lugar tan extraño de mi propio país que visitaba por primera vez. Donde sea que estuviera, el domador de tempestades debió de haber soplado en su bola de cristal; de lejos vi que el mar se alborotaba, unas nubes negras venían arriba de mí, el ruido del viento crecía. Entonces me arrepentí de no haberle preguntado por las cartas que le había escrito años atrás. Ya me olvidé casi por completo de lo que decía en esas cartas, pero sí me acuerdo del final que tenían todas en común. Siempre terminaba agradeciéndole por los tantos personajes que él había creado en sus películas porque “me habían hecho sentir menos solo”. Miré atrás por la ventana trasera del taxi; una casa que se alejaba hacia algún lugar en la nada, cada vez más solitaria. Esa era la casa de Juan Soliloquio. El locutor en el radio del taxi anunciaba la llegada de otro huracán.
¹EPSTEIN, JEAN. El domador de tempestades, 1947