EL SUJETO RESONANTE

A Russian Youth, Alexander Zolotukhin (2019)


escrito por Valentina Giraldo Sánchez || ilustrado por catalina castro

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"En el comienzo, Dios creó el cielo y la tierra". Dios nombró el universo pensando en voz alta, expresa Murray Schafer en su texto “Nunca Vi un Sonido”. Con la boca, dios nombró al mundo. Nombró a la luz. Nombró a la oscuridad. Con su boca, con su voz, con su sonido dios creó. La creación es ciega. La creación es sonora. A Russian Youth es el segundo largometraje dirigido por Alexander Zolotukhin. En la historia, un adolescente entra como soldado a los frentes rusos de la primera guerra mundial. Luego de su primer combate, queda ciego. El relato, en medio de la nostalgia brindada con la imagen, se entrelaza con el término “Auscultare”, que se entiende como el prestar oídos; dentro de la idea de la escucha reside entre la interpretación y el reconocimiento que nos da la imagen por medio de su manera de sonar. 

La percepción que nos presenta el filme es oblicua. Todo el tiempo estamos viendo. Vemos a alguien que no ve. Y de la misma manera, la espacialización de su presencia por medio del sonido nos lleva a un doble régimen de interpretación a la hora de deshilvanar los elementos formales y conceptuales que tiene la obra. Privado de la vista, al personaje principal se le es encomendado escuchar los aviones. Los fusiles, la guerra, los alemanes, las fotografías de mujeres desnudas. La música, los instrumentos, un piano marca Schroenberg, una partitura unos rostros y unas manos. Un diapasón. Los oídos del niño se traducen en las secuencias en donde vemos a músicos practicando. Nos liberamos de una idea completamente visual para lanzarnos sobre un plano sonoro. Como espectadores nuestro cuerpo se vuelve un gran oído, y a diferencia de los ojos, este órgano de la escucha no tiene párpados.

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El cuerpo humano es vibrante. Es un diapasón. El protagonista vibra en la música del filme. El sujeto resuena. Ahí estamos. Frente a una imagen en 16 milímetros. Frente a una textura. Frente a un tiempo. Nos rodea el sonido. El sonido de la música y el sonido de la guerra. El niño llora, ríe, palpa. Cada vez que palpa un rostro, sonríe. La guerra sigue. Dios no está, ese mismo dios que ha creado el mundo por medio de su sonido es ahora un dios silencioso. 

En italiano la palabra escuchar se traduce como “sentire”, al igual que el verbo sentir. El largometraje funciona como vértice de un sentir y de una escucha. Una imagen preciosa que pareciera ser material de archivo por la textura del soporte en el que está grabada. Un sonido violento. Las voces se entremezclan. Los generales, los soldados. El director de la orquesta. 

El largometraje acaba. Han llegado los alemanes. Sin embargo aún nos queda el sonido, seguimos vibrando. Como la historia, como las guerras. Seguimos vibrando. Las personas que salen del cine, las que nos quedamos adentro más tiempo. Vibramos. El largometraje no pretende ser una revisión minuciosamente histórica de un conflicto. Trata más bien de introducirnos en un ejercicio en donde la narración se desestructura para susurrarnos una repetición. Repetición que suscita la memoria de un sonido.

Y como el sonido penetra hasta el corazón de las cosas, la imagen se instituye en una lectura transversal que junto con el sonido del corazón presentan esta gran película que es A Russian Youth.