ESTUDIOS DE LA IMAGINACIÓN
A propósito de Pepe (Nelson Carlo de Los Santos, 2024)
Por Julia Scrive-Loyer y Diego Cepeda
Pepe, el cuarto largometraje de Nelson Carlo de los Santos, se ha estrenado en la edición número 74 de la Berlinale. Es la primera película caribeña en ser parte de la Competencia Oficial desde Fresa y Chocolate (1994), de nuestro querido Tomás Gutiérrez Alea.
Una voz que asegura ser la de un hipopótamo. Una voz que no entiende la percepción del tiempo. Pepe, el primer y último hipopótamo asesinado en las Américas, cuenta su historia con la arrolladora oralidad de estos pueblos.
Derek Walcott decía que todas las Antillas, cada isla, son un esfuerzo de la memoria, y también, que existe un territorio más vasto, más ancho que el contorno de una isla: El mar sin límites, el mar que todo lo recuerda. Pensar en la experiencia inmediata de ver una película como Pepe es lo más parecido a rememorar un sueño de la infancia, por eso estos apuntes de un par de dos-patas se harán a cuatro manos. Una correspondencia abierta entre Julia Scrive-Loyer (Simulacro Mag) y Diego Cepeda (Outskirts Film Magazine) desde Santo Domingo.
Diego Cepeda: ¿Verdad o imaginación? ¿Cómo empezar a hablar de Pepe, si no es, en primer lugar, a través de los sueños, la intervención o el goce? Recuerdo que hace unos meses tuvimos la oportunidad de volver a ver Cocote (2017) y una de las cosas que más me llamó la atención fue la composición del espacio en donde se desarrollaba. Oviedo era un territorio inventado dentro de la geografía dominicana. En Pepe, pasamos de Namibia, en el suroeste de África, a los márgenes del Río Magdalena, en Colombia. Si bien los lugares no son inventados, están filmados con una lógica del sueño: la cámara que se lanza al vacío interviene en sus coordenadas, las hace difusas, los mapas comienzan a desdibujarse, y uno podría decir que en algún punto de la película, un paisaje empieza a imitar al otro, y que es en este juego de la imitación, del despiste y del camuflaje en donde la historia de este fantasma nos sale a buscar. Asimismo, la película comienza con una operación militar, una intervención sonora en la que las palabras a veces se comprenden y otras veces revelan su condición de ruido. ¿Cuándo terminan las palabras y cuándo empieza la música? — ¿Cómo sé lo que es una palabra? —escuchamos momentos después. Creo que el goce de una película como Pepe reside en esta línea indefinida, que es ese lugar de donde nace su voz particular.
Julia Scrive-Loyer: Me gusta esa idea de que el fantasma de Pepe nos salga a buscar. Creo que lo que más me conmueve de la película es lo lúdica que es, lo improbable. Hay un acercamiento al imaginario de la infancia — el crear y transformar con la palabra. Esto, que ha sido a menudo tan peligroso y dañino a lo largo de la Historia, se manifiesta aquí en su forma más hermosa, utilizando la palabra para intentar entender y describir lo desconocido, y en ese ejercicio crear nuevas imágenes, nuevos sentidos. Por un lado, está el discurso que construye Pepe a través de la palabra, la sorpresa de esos sonidos que salen de su boca, que le permiten contar su historia. Y cuando Pepe calla y nos quedamos con los habitantes de esos pueblos del Río Magdalena, sus palabras lo transforman a él, nos adentramos en algo aún más fabuloso que un hipopótamo hablando: navegamos los mitos, las transformaciones de Pepe, desde un tronco hasta un caimán, una sombra que mira su reflejo en los dibujos animados. Ese diálogo entre el extraño y los mundos que visita, nos permite ver ese mundo con una luz nueva — lo fantástico en un funeral inundado de cumbia, en las reinas del río llegando al certamen en sus barcas floridas, en el transporte improvisado en los viejos rieles de un tren. Lo cotidiano se vuelve insólito a través de la mirada de Pepe que los mira de lejos. Luego está el lenguaje, visual y sonoro, el tejido propio de la película, su discurso, eso que dices que transforma las coordenadas, que hace un río rimar con otro, eso que hace que la palabra se abstraiga al sonido y del sonido brote la música. Y finalmente está el idioma, los fonemas y las sintaxis particulares, que van cambiando dependiendo de lo que se busca expresar, del origen del sentimiento que se tiene en un momento preciso, la memoria corporal de recuerdos ajenos… ¿Qué es propio y qué es ajeno en el cuerpo del desplazado? En ese último encuentro, el encuentro fatal, Pepe nos habla y le habla a sus asesinos. Le habla en sus idiomas, y en esa humanización generada por la palabra, hay una dignidad, un duelo de igual a igual, una mirada horizontal y dolorosa, que termina elevándose al cielo, devolviéndonos a la infancia, a lo imposible, a un infinito agridulce.
Diego Cepeda: Es una película en la que la historia baila y se desarma, en la que el mundo se ilumina, como dices, gracias a la insistencia creativa entre la palabra y la visión. Pepe se sitúa a medio camino entre dos frentes "opuestos" de la historia del cine experimental. David Gatten los resumió así: Stan Brakhage piensa que nombrar las cosas impide ver, mientras que Hollis Frampton piensa que nombrar las cosas es lo que permite ver. La libertad en Pepe — tanto del personaje como de la película — es escapar al lenguaje, apartarse de los caminos que ya hemos recorrido como cazadores, con nuestras armas y nuestras cámaras, con nuestras interpretaciones y metáforas. Escapar, incluso, del lugar de la enunciación. — No recuerdo cómo me contaron esta historia, quizás a través de alguna mirada o tal vez la vi en las cicatrices de algún familiar. — Este fantasma nos habla, pero ¿qué le hace hablar? Toda la película podría pensarse como la manifestación de un relato que viaja en busca de su narrador y de su oyente, un relato que quiere intervenir en el corazón de la historia, transitando de un personaje a otro, de Pepe a Betania, o de Candelario al cazador alemán. Una historia circular que pone en relación la violencia con el absurdo, la rebelión con los afectos y la diferencia con la libertad.
Julia Scrive-Loyer: “Toda la película podría pensarse como la manifestación de un relato que viaja en busca de su narrador y de su oyente”, quiero centrarme en esto no sólo porque estoy de acuerdo, sino porque me encanta, cuando escucho o leo críticas de Pepe, el desconcierto de algunos con la parte de la película en la que Pepe “desaparece” y entra “la ficción”. Algunos se sienten desencajados por este cambio, descontentos, traicionados, incluso… ¿Dónde está Pepe? ¿Por qué ya no habla? Y, sin embargo, Pepe está ahí, el narrador sigue ahí, pero en vez de hablar, observa. Hablando en términos estrictamente emocionales, el momento que cierra esa parte del Pepe callado, la última vez que lo vemos vivo antes de entrar a la noticia de su muerte, me conmueve profundamente. En un plano cenital, Pepe y lo que asumo que es su pareja, están en el río, quietos, hasta que uno de los dos se aleja y deja a Pepe solo. La magia del cine existe y ese plano es una prueba irrefutable, porque en ese momento, aunque no lo oiga, puedo escuchar a Pepe pensando. Haciendo referencia a The Departed (2006), que se presentó el mismo día del estreno de Pepe, lo puedo sentir como a Martin Sheen fumándose un cigarrillo, esperando a que salgan del ascensor los que vinieron a matarlo. Un último momento de soledad digna, tranquila, callada. Si acaso, para algunos, el resto de la película no llegue a evidenciar el cariño con el que se hizo, pensaría que ese momento termina de demostrarlo. Pepe está tejiendo la sintaxis de la película y, desde ese barco volador en el que lo convirtieron para volverse eterno e inofensivo, observa y se observa, viajando a lugares a los que no ha escuchado más que por cuentos, una mitología propia e incierta para intentar entender de dónde viene, dónde habitó, y para qué. A fin de cuentas, ¿qué puede ser más hermoso en el cine, como espectador, que pedirle a un hipopótamo que nos siga hablando?
Diego Cepeda: Me gustaría cerrar citando una conferencia de Tomás Gutiérrez Alea, llamada ‘Otro Cine, Otro Mundo, Otra Sociedad’ (1994) que resuena con esta misteriosa voz que habla en afrikáans, mbukushu y español: “En efecto, todos hablamos – literal y metafóricamente – el lenguaje de nuestros respectivos colonizadores, y a todos nos sucede tarde o temprano, como al Calibán de La tempestad; cuando queremos pensar y hablar por cuenta propia, sin intermediarios, nos sale un grito: Lo primero que expresamos es nuestra indignación. “You taught me language” — “Me enseñaste a hablar”, le dice Calibán a Próspero — “and my profit on´t / Is, I know how to curse” — “y esto salí ganando: aprendí a maldecir”—. “The red plague rid you / For learning me your language!” — “¡Que la peste roja caiga sobre ti / por darme tu lenguaje!”.