DERNIÈRE SÉANCE
2011 | Laurent Achard
Escrito por Maia Otero
Amar el cine es aceptar que nuestras vidas nunca serán tan grandiosas, tan misteriosas, ni tan oportunas como aquellas plasmadas en la pantalla grande. Que al abrir nuestros ojos cada mañana los colores no van a saltar como Technicolor, y que nunca vamos a beber unos vasos de más de ron con Ingrid Bergman. Aun así, cada vez que bajan las luces y se ilumina la pantalla nos emocionamos.
Las generaciones más recientes tuvimos la suerte de vivir el cine en nuestras manos, sin tener que esperar el domingo para ir a ver una película en familia al cine más cercano. Me cuentan que cuando se acababa mi primer VHS, lloraba hasta que le dieran rewind. Nuestra relación al cine se vuelve cada vez más inmediata. Ahora podemos hacer cine los que crecimos no solo viendo cine todos los días, pero viendo también cómo la industria del entretenimiento crecía hacia el behind del cine, y nos interesamos en su oficio tanto como en el mismo.
En Dernière Séance, Sylvain ha dejado de amar a la vida para dedicarse a amar el cine. El cine parece ser lo único que le queda. Paralelamente, es el cine que le ha quitado todo. Es un personaje que sabe el costo a pagar por ser un obsesionado del cine, y su mundo, y al mismo tiempo se cobija bajo esa obsesión. Un caso de amar lo que odiamos, e incluso venerarlo. Un miedo que conforta. Sylvain se abstrae de la vida y vive bajo las reglas del cine, donde los personajes hacen cosas que a nuestro parecer y órdenes sociales son desmesuradas. El amor podría ser lo único que lo trae devuelta a la tierra pero, ¿puede uno amar cuando nuestras nociones están atadas al amor romántico y exaltado del melodrama o la tragedia romántica?
La película comparte rasgos con su protagonista. En un flashback, el espectador comprende como Sylvain llegó a ser. Pero lo más interesante de este, no es ese esclarecimiento sobre los tormentos del personaje, sino como el flashback se inscribe dentro del giallo. El film no busca ser algo que ya pasó, se posiciona como una consecuencia del consumo de ciertas películas, como si el género fuese un río, y con el tiempo ha desembocado en un océano de influencias en el que finalmente podemos nadar. El realizador, Laurent Achard, no toma la influencia de géneros y las plasma de manera textual. Su influencia es masticada y digerida. No le brinda al espectador su versión de un género, pero su universo reconoce no poder existir sin los que vinieron antes.
El cine que viene antes de nosotros siempre nos influencia, lo queramos o no. Fuera imposible tener Halloween sin Psycho, ni 3 Women sin Persona. Las películas que vemos nos quedan impresas en el inconsciente, y nos acompañan como fantasmas visuales y sonoros. A veces los espectros del cine nos ahogan y se apoderan de nosotros, imponiéndose frente a nuestras propias ideas, o nuestras propias impresiones. Amar el cine es como firmar un pacto con el diablo, se gana y se pierde.
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