LA CASA QUE CONSTRUIMOS
por Bruna Braga
“La casa es un instrumento para enfrentarse al cosmos,” escribió Gaston Bachelard — la “casa”, en este caso, no viene siendo el conjunto de paredes, techo, ventanas, y puertas que asociamos de inmediato con la palabra, sino más bien lo que contiene en su caparazón: el hogar. Evocando el calor, un sentido de protección, y de amor de la infancia. Al mismo tiempo, el hogar puede convertirse en la materialización de la desgracia humana. En películas como Rear Window (1954) y Psycho (1960), Alfred Hitchcock subvierte la dimensión protectora del hogar tiñendo las casas más ordinarias con peligros extraordinarios, mientras que la mansión en ruinas de Big Edie y Little Edie en Grey Gardens (1975) es un reflejo espeluznante y decadente de dos mujeres unidas por las cadenas del pasado.
En su libro Habitar, el arquitecto finlandés Juhani Pallasmaa observa con agudeza la comercialización del hogar: “Los anuncios actuales de las tiendas de muebles que ofrecen la posibilidad de ‘redecorar tu hogar de un tirón’ son absurdos; sería el equivalente a un psicólogo anunciando que renovaría todos los contenidos en la cabeza de un paciente a la vez.” En efecto, la esencia de un hogar trasciende sus cualidades físicas. Un hogar no es un simple objeto, sino una condición multifacética que contiene memorias, pasado y presente, miedos y deseos. Es también el conjunto de rituales y ritmos personales que componen nuestro diario vivir.
En cuanto al cine, Buster Keaton es, para mí, uno de los realizadores que tocó este tema de la manera más ingeniosa y genuina — particularmente en su película One Week (1920). El principio de la década del 20 vio la llegada de un método de construcción revolucionario: la casa prefabricada, que podía elegirse en un catálogo y construirse en cualquier sitio. De hecho, la película es una parodia de Home Made (1919), un documental de Ford Motors que mostraba cómo una casa prefabricada y construida por uno mismo podía levantarse en sólo una semana.
En One Week, Keaton y su nueva esposa reciben una de estas casas y un terreno de parte de su Tío: “Para darle a la casa una apariencia concisa, constrúyala siguiendo los números en las cajas”, dicen las instrucciones del Portable House Co. A escondidas de los recién casados, un antiguo enamorado de la novia cambió los números en las cajas de madera y, durante la semana, a Keaton le cuesta armar la casa. El resultado es cómico, obviamente, casi infantil: un techo que no encaja, ventanas en ángulos disparatados, una puerta de entrada en el segundo piso y una baranda que también sirve de escalera. Se le podría describir como una casa de pesadillas. Tras “terminar” la construcción, la pareja invita a algunos amigos para una fiesta de bienvenida, pero la casa termina siendo sacudida por una tormenta (“Pasé una tarde muy agradable en su carrusel”, dice una de las invitadas) dando vueltas sin parar, como el sueño que representa.
Hay una marcada interdependencia entre identidad y lenguaje — éste último condicionando nuestra percepción y apropiación del espacio. El lenguaje define nuestro territorio personal — “este es mi hogar”, decimos. Es imposible vivir tranquilos en un espacio que no identificamos como propio. Piensen en todos los anónimos cuartos de hoteles en los que han estado, y los cambios sutiles que le han hecho para apropiárselos. O piensen en cómo un niño carga con su mantita o su juguete a donde vaya, para llevar consigo un pedazo de la seguridad del hogar. Lo mismo se puede decir de nuestra pareja en One Week. La casa parece tener una mente propia, rebelándose contra cada intento de ellos por habitarla. Sin embargo, ellos se aferran a ella con determinación, intentando una y otra vez hacerla propia, ya que es el único lugar al que podrían llamar hogar — y como sabemos, construir un hogar se toma más de una semana.