DOBLE EXPOSICIÓN O: TRES RETRATOS

un texto de Bruna Braga


La palabra “retrato” [portrait] viene del francés antiguo portraire, que significa “retratar”. Un retrato, insiste el diccionario, es “una pintura, un dibujo, una fotografía, o el grabado de una persona, especialmente si muestra sólo el rostro o la cabeza y los hombros”.

Algunos rostros — o debería decir, la mayoría de ellos — son trágicamente olvidables: a primera vista, su banalidad los vuelve casi indistinguibles del resto, sus características no son ni fuertes ni suaves, se quedan ahí, en el medio. Sin embargo, existen rostros que perduran y se niegan a soltar nuestra imaginación, rostros que se destacan no por su belleza, sino por alguna grotesca peculiaridad o la perturbadora asimetría de una sonrisa (uno o dos me vienen a la mente inmediatamente mientras escribo)

Las ciudades también tienen rostros: rostros ordinarios, inusuales, bellos o terribles — lo que sea conjurado por estos términos en el ether cambiante de la mente del lector. De todas las ciudades en el mundo, el rostro de Nápoles es uno que se encuentra sólo una vez en la vida. Pertenece a la esquiva categoría de rostros cuya marca no es ni simple ni particularmente distintiva, sino que poseen la inquietante característica de parecer impertubables por el tiempo y el espacio; es un rostro que parecería poderse fijar en el concreto aquí y ahora, para luego escabullirse entre nuestros dedos una vez intentemos atraparlo.

Nápoles exuda la pesada atmósfera de un “sentimiento muy real, muy inmediato, muy profundo” que Roberto Rossellini alguna vez lamentó “ha desaparecido en el resto del mundo”¹: el sentimiento de la vida eterna, en el que cada momento parece extenderse hacia el infinito. En su película Viaggio in Italia (1954), se da a la tarea de atrapar el rostro trascendental de esta ciudad que se resiste a ser capturada — que se resiste a ser retratada.


Un hombre, una mujer.

Están casados, tal vez recién. Él usa gafas tintadas, pero ella mira el mundo a través de una lupa, donde todo se infla y se distorciona en fragmentos.

Un hombre, una mujer.

Me están conduciendo (de vuelta) a un sitio en el que nunca he estado. Otra vez.

Ya estamos muy metidos en el panorama, es demasiado tarde para devolvernos. Qué mal.

Un hombre, una mujer.

En el carro, se turnan para manejar. Él está aburrido. Qué gentil de parte de tu tío… no.

Luego, al final de la carretera polvorienta, la veo — Nápoles, brillando en todo su caótico y mugriento esplendor. Nápoles, la tierra de la eternidad cotidiana, de las ruinas parlantes.

Estar en Nápoles es descubrirse a uno mismo, descubrir el mundo por primera vez. Otra vez.

Un hombre, una mujer, una ciudad — estos son sus retratos.

  1. Alex

Como habían acordado la noche antes, Alex se encuentra con Marie en la mañana temprano en su casa en Capri. Es un edificio modesto, de piedra, con vista al mar. Se excusa por llegar tarde, pero ella es muy paciente. Entonces… ¿a dónde vamos? Donde quieras. Caminan por un rato y Marie le confiesa que sus noches han sido turbadas por la soledad. Le cuenta todos los extraños sonidos que invaden su habitación y sus sueños.

Alex la oye, pero la voz de Marie es ruido blanco.

Sus ojos se fijan en sus rizos oscuros y su mirada soñolienta. En este momento, el paisaje no es para él más que un eco distante, el mero escenario de su búsqueda de placeres mediterráneos. Es como si el mar, que se extiende detrás de él como una cortina infinita, no existiera.

Tampoco se fijó en Marie cuando la vio por primera vez.

Pero ahora su felicidad es una prioridad para él. Ella está feliz, en efecto — muy feliz, particularmente ahora que todo está bien entre ella y su marido. Porque verán, cuando mi esposo realmente quiere herir a alguien, lo puede hacer con sólo una frase.

Close-up. Una sombra cae sobre los ojos de Alex y éste se rinde con una sonrisa. Fade out. Su rostro se difumina lentamente y un árbol solitario se materializa en el centro de la pantalla. En el fondo, el mar azul y la isla de Capri.

Por un momento, él observa la imagen de esta terra incognita.

Alex es un panorama.

Su recorrido fílmico hacia Italia tiene el mismo aroma de “exotismo” que las narrativas de muchos viajeros de la época de los grand tours. Entre ellos está John L. Stoddard, cuyas lecturas ilustradas revelan la construcción de una topofilia napolitana en forma de mosaico. Nota cómo “los turistas (…) se deleitan con las inmensas e incomparables vistas”, pero que “en el centro de la ciudad (…) el ruido, el sucio (…) un mar de gente” inundan las calles.²

Como Stoddard y muchos otros, Alex le da la espalda a la novedad, a lo incómodo, a lo muy humano; como las famosas vistas panorámicas de Nápoles, abraza la ciudad de lejos, deleitándose solamente en lo grande y lo pintoresco. Su actitud hacia las personas que lo rodean es también una reflexión reveladora de su relación con Nápoles. Giuliana Bruno observa que el lente monolítico del eurocentrismo falla en explicar muchos de los multifacéticos fenómenos históricos y de las geografías culturales del mundo occidental. La “otredad” y lo “mismo” habitan este juego de espejos discursivo³. Desde esta perspectiva, el interés de Alex en Marie y, luego, en la melancólica trabajadora sexual de Via Partenope, indica su atracción por una belleza forjada en moldes convencionales — una belleza cómoda de contemplar.

Sin embargo, la “otredad” no tardará en tocar la puerta de Alex, para enseñarle que hay también una humanidad adolorida y voraz en estas tierras soleadas; una realidad que parece no tener lugar en su panorama, pero que es imposible de evitar.

2. Katherine

Close-up. Una sombra cae sobre los ojos de Alex, que se rinde con una sonrisa. Fade out. Su rostro se difumina lentamente y un árbol solitario se materializa en el centro de la pantalla. En el fondo, el mar azul y la isla de Capri.

Tiene que estar ahí.

Vista panorámica. Recorremos la longitud de la bahía hasta llegar a la casa del Tío Homer. Katherine está sentada en la ventana. En este plano, la casa es como un canvas blanco bloqueando el paisaje. Pero Rossellini nunca nos permite olvidar dónde estamos, y lo que Katherine ve llega a nosotros a través de música. La ciudad canta una canción eterna que durará mucho después de que tú y yo nos hayamos ido.

Dime: ¿alguna vez imaginaste que Nápoles sería así?

Mañana Natalie llevará a Katherine a visitar el Cementerio Fontanelle, donde los vivos reúnen pedazos de esqueletos de más de cien años para llorar la memoria de sus seres queridos. Qué abismal, dice Katherine. ¿Pero no hace ella lo mismo? En el museo, a los pies del volcán, en Pompeya y en las calles de la ciudad, ella junta fragmentos de otros amores para construirse la imagen de un amor que nunca tuvo lugar. Ahí, ella también busca los restos del amor perdido entre ella y su esposo.

Pobre Katherine. No entendiste nada de Nápoles.

Katherine es un fragmento.

Con ella, volvemos al Nápoles real, al mosaico topofílico de (e)moción y la compleja historia social del viaje. Con algunas pocas excepciones, el grand tour de los siglos diecisiete y dieciocho fueron dominados por hombres del norte, de clases sociales más altas. Sin embargo, al inicio del siglo diecinueve, más y más mujeres empezaron a viajar a Italia y a establecer su propio itinerario. Los reportes hechos por mujeres se enfocaban en áreas de existencia no usualmente exploradas en la literatura masculina, revelando una sensibilidad y una curiosidad particular hacia las personas y la forma en que habitaban el espacio⁴.

Subliminalmente guiada por las voces de las grandes touristes que le precedieron, Katherine crea su propia versión fílmica de su viaje a Italia. Con sus cualidades pintorescas y fecundo de historia, el paisaje italiano se presta como vehículo de viajes subjetivos femeninos. Katherine se ve irresistiblemente atraída hacia el panorama que Alex mantiene alejado, necesitando ver de cerca la “completamente inevitable” realidad que él evade con tanto cuidado. Como una pintura cubista, el paisaje se fractura en mil pedazos — algunos irreconocibles, otros extrañamente familiares —, cada uno reflejando un pedazo de la verdad que ella anda buscando. Estos fragmentos y estas sombras se mezclan con los pedazos quebrados de la misma Katherine. En este viaje subjetivo, ella conecta la historia del mundo con su propia historia.

3. Nápoles

Close-up. Una sombra cae sobre los ojos de Alex, que se rinde con una sonrisa. Fade out. Su rostro se difumina lentamente y un árbol solitario se materializa en el centro de la pantalla. En el fondo, el mar azul y la isla de Capri.

Dándole la espalda al mar, a él le da miedo mirar lo que hay detrás de la cortina. Ella se permite ser absorbida por el paisaje que le canta su eterna canción de lo que ha pasado y de lo que queda por pasar.

Ya has estado aquí antes, ¿lo recuerdas?

Todo viaje es un retorno a lo desconocido.

Nápoles es una doble exposición.

En el lenguaje técnico de la fotografía, la “doble exposición” se refiere a una imagen generada cuando la apertura del diafragma de la cámara permite el paso de la luz por el lente hasta el sustrato sensible dentro de la camera obscura, por más de una vez. El resultado es la sobreimposición de varias impresiones distintas y temporales en un mismo plano, que atestiguan simultáneamente estas ocasiones separadas y la forma en que se enredan al compartir el mismo campo visual⁵.

La doble exposición es un preludio, una preparación para la colisión de un fenómeno no alineado. Es el tiempo torcido dentro de si mismo — un inicio que es también un retorno, haciéndole eco a la noción de Derrida de “una repetición y una primera vez” en que el pasado y el presente bailan en ritmos que se solapan⁶.

Rossellini introduce a sus protagonistas en un mundo que es, por sí solo, una doble exposición. Quien vea a Nápoles hoy en día, ve el Nápoles de hace mil años; ve la sobreimposición de la memoria histórica sobre el “sustrato sensible” de una geografía metamórfica. Katherine y Alex viven esa colisión de sus propias arquitecturas interiores, completamente diferentes entre sí, con la ciudad en exposición perpetua.

¿Y qué hay de nosotros, la audiencia? Con estas dos imágenes contrastantes, creamos nuestra propia doble exposición, cubriendo nuestra imagen del mundo con las de Rossellini, Alex y Katherine. Viaggio in Italia nos muestra entonces que el cine es la luz que nos devuelve a lo desconocido, que nos hace ver lo que ya sabemos como si fuera la primera vez.

Este ensayo es un capítulo adaptado de mi tesis de Maestría, “Viagem à Itália: por entre as ruínas, para além das ruínas”.


¹ SCHÉRER, Maurice, and TRUFFAUT, François. "Entretien avec Roberto Rossellini", in Cahiers du Cinéma, no. 37 (July 1954), 1-13.

² STODDARD, John L. “Naples”, in John L. Stoddard’s Lectures, vol. 8 (Boston: Balch Brothers, 1898), quoted in: BRUNO, Giuliana. Atlas of Emotion: Journeys in Art, Architecture and Film (New York: Verso, 2002), 371.

³ BRUNO, idem, 372.

⁴ BRUNO, idem, 374.

⁵ CAHILL, James Leo, and HOLLAND, Timothy. “Double Exposures: Derrida and Cinema,an Introductory Séance”. Discourse 37, no. 1–2 (2015), 3–21. https://doi.org/10.13110/discourse.37.1-2.0003.

⁶  CAHILL, James Leo, and HOLLAND, Timothy, idem.

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