UNA AVENTURA HACIA LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA

Pather Panchali (Dir. SatYaJit Ray, 1955)

un texto de Lauren Fernández Lora


Antes de adentrarme en la trilogía de Apu, específicamente con la primera película, Pather Panchali (1955), decidí explorar otras películas del director Satyajit Ray que me llamaron la atención, con el propósito de no exponerme de golpe a lo que se considera la obra maestra de este director. Esas películas fueron Charulata (1964) y Mahanagar (1963). Ambas contemplan vidas modernas y urbanas en la India, bajo la perspectiva de la mujer en el núcleo matrimonial y familiar. Lo grandioso de los dos personajes principales de estas películas es ver cómo sobrellevan los grandes retos de la vida que se le imponen a la figura de la mujer en aquella época — tomando en cuenta la fuerte autoestima que van construyendo, alrededor de costumbres familiares conservadoras, del ego masculino que condena a la mujer a que se encargue de las necesidades básicas del hogar y el rechazo por elegir ser independiente, tanto de manera intelectual como económica. Esto se traduce a las propias decisiones que toman estos personajes de manera consciente, accionando ante las oportunidades que se presentan en sus vidas y protegiendo esa misma autoestima que han desarrollado y que las empuja a hacerse cargo de sus vidas y de su felicidad, a través del trabajo o de nuevos pasatiempos.

Lo que es particularmente resonante es cómo estas películas reflejan, de algún modo, realidades que también se viven en la sociedad dominicana, donde muchas mujeres —madres, abuelas, tías, hermanas— deben equilibrar el trabajo con las responsabilidades del hogar y el cuidado emocional de sus familias. Este paralelismo nos invita a reflexionar sobre nuestras propias historias, reconociendo que no estamos tan alejados de las complejidades sociales que enfrentan las mujeres en la India bengalí.

A lo largo de estas películas, Ray explora la identidad cultural como un legado ancestral que define las convicciones de sus personajes. La fortaleza de sus creencias e ideas no sólo se resiste a las presiones externas, sino que guía sus decisiones, lo que revela una aspiración a la igualdad en términos de intelecto, oportunidades y responsabilidades entre hombres y mujeres.

Todo esto fue lo que verdaderamente me motivó a seguir adelante con la filmografía de Satyajit Ray, descubriendo en Pather Panchali temas similares a los de esas películas previas, como la pobreza e inestabilidad económica familiar, la soledad en las mujeres y la sensación de estar atrapadas junto a sus propios deseos, los sacrificios de la maternidad, la curiosidad por la vida urbana, la disposición de querer estudiar y aprender nuevas costumbres, el rol de la mujer como jefa del hogar y la adquisición de enfermedades a raíz de no tener recursos para acceder a medicina de calidad — con la excepción del cambio de ambiente y de época en cada una. Lo que también encontré fue el mismo afán de exaltar las raíces de la cultura Bengalí.

Puedo catalogar a Pather Panchali como un coming of age, ya que expone características y similitudes a otros de este mismo género. Por ejemplo, en Lady Bird (2017) de Greta Gerwig, una de mis favoritas, se expone constantemente el complejo tema de crecer, y se entremezcla con las adversidades del mundo adulto y parental. Es confuso, y en ciertos momentos triste, estarse transformando y despidiéndonos de lo que somos, es incierto, pero al mismo tiempo emocionante. Se siente como una aventura eterna. Por otro lado, en Rosetta de los Hermanos Dardenne, se asumen responsabilidades adultas durante la infancia o la adolescencia, conflictos económicos que no corresponden a esa etapa y se viven grandes pérdidas que empujan al personaje a sobrevivir ante un sin número de dificultades que ponen a prueba su futuro en la sociedad que habita.

En Pather Panchali se exponen todo tipo de dificultades familiares, incluso desde antes del nacimiento del pequeño Apu. En las primeras escenas se nos muestra el ambiente rural donde se desarrollarán las primeras vivencias del protagonista junto a su madre, su abuela, su hermana y su padre, el cual muy pocas veces está presente durante toda la película, ya que de cierta forma evade las responsabilidades del hogar, tratando de conseguir un trabajo estable, y al mismo tiempo imponiendo sus sueños poco realistas de convertirse en un gran escritor de obras de teatro y poemas. Esto genera una reflexión sobre cómo los hombres sí tenían el privilegio de poder perseguir esa liberación y satisfacción intelectual a través de las artes y la política. Aquí es importante resaltar algo parecido a lo que refleja Pedro Almodóvar en sus películas: el personaje de Apu está constantemente rodeado de mujeres, aprendiendo de ellas, viendo el esfuerzo de una madre que agota todas sus fuerzas por brindar un buena crianza con los recursos que posee, a pesar de las críticas constantes que recibe de las otras madres de la comunidad, y estando al lado de su mayor cómplice, su hermana mayor Durga y su abuela — su fuente de apoyo, de sensibilidad, de sueños y cuentos.

Sin duda la historia de Apu en esta primera parte de su vida es una aventura que inicia con los cantos de su abuela mientras mece su cuna. Es un soñador despierto en una comunidad tradicional, que anhela constantemente lo que le haría feliz a él y a su hermana: los dulces del vendedor ambulante, los juegos, las obras de teatro, un baño bajo la lluvia, la madre preparando su plato favorito de arroz con leche, el tren que ambos contemplan y que pasa cada cierto tiempo para acercarlos a ese nuevo mundo que aún no conocen, como si fuera una profecía. Todo este recorrido de infancia y tradición se concentra también en la increíble banda sonora presente durante toda la película, un elemento que marca y diferencia la verdadera esencia Bengalí.

La dinámica de Apu con las mujeres de su vida es muy íntima. Es muy cercano sobre todo a la tristeza y ansiedad de su madre por el abandono que siente de parte de su esposo, los lamentos de su soledad, cargando sola con la familia. También, Apu es quien retiene a Durga de su propio futuro atado al compromiso de tener que casarse. Esto lo vemos en una de las escenas más conmovedoras, en la Durga celebra el casamiento de su mejor amiga y, a través de su expresión, somos testigo de sus pensamientos más profundo sobre si esto es realmente lo que quiere hacer con su vida y sobre qué tanto poder de decisión tiene.

Es importante resaltar también lo contemplativa que es la dirección de fotografía y cómo deja que las imágenes nos hablen por sí solas. Esta contemplación se equilibra con el estilo de los diálogos—los personajes saben expresar de manera muy precisa y un tanto reprimida sus frustraciones, alegrías, miedos, y desesperación. Los diálogos reflejan la verdadera personalidad de cada uno de los personajes, como una carta de presentación ante los desafíos que se van presentando. Mientras tanto, la fotografía trata de prolongar esas emociones que van sintiendo los personajes, a través de imágenes de la naturaleza que les rodea, de la preparación de la comida, de la casa sin terminar de reparar y de las manifestaciones culturales de la comunidad. La imagen es como un personaje más dentro de la historia, que conspira y observa alrededor de ellos, al igual que la música y esos sonidos como el viento, las hojas que se aplastan al caminar, la lluvia, el agua corriendo, generando una comparsa muy única, creando una atmósfera de buenas y malas expectativas.

Al final, Pather Panchali no es más que un magnífico cuento entre niños y adultos, una balanza entre la fantasía y la realidad. Una historia que, culturalmente, trasciende la perspectiva de la vida rural Bengalí, conmoviendo nuestros propios recuerdos sobre lo que significa crecer enfrentando pérdidas y nuevos comienzos. Para Apu, su enseñanza es el enfrentamiento que tiene con la muerte y con la pérdida cuando la esencia de su niñez le es arrebatada por la misma naturaleza que lo rodea. Este es el punto de partida para su crecimiento, ya que en él recaen las responsabilidades de mejorar la calidad de vida de su familia, de ser el único apoyo emocional de su madre y de crear un futuro lleno de grandezas, como lo denomina Durga al inicio de la película: “la vida de un príncipe”. Es un poema sin sutilezas sobre cómo se terminan viejas costumbres, tradiciones, todo lo que un día fue importante—los vecinos, la comunidad, los primeros profesores—, dejando atrás una vida ancestral que ya no funciona para Apu y sus padres. Dando paso hacia un nuevo comienzo, hacia otra sociedad más “avanzada”, llena de oportunidades y sacrificios que afloran la esperanza en Apu, mientras la carreta en la que va se aleja de su pequeña comunidad Bengalí.


Lauren Fernández LoraComment