LA REVOLUCIÓN DE LOS PULGARES OPONIBLES


texto de Milena Volonteri

Tenía 9 años el día que la profesora de deporte nos preguntó: ¿Saben qué nos diferencia del mono? Esto desató una avalancha de intentos de respuestas, ”¡El pelo! ¡La cola! ¡Los pies!”, gritábamos e intentábamos adivinar. Entonces, Lola, la profesora dijo: “El pulgar“. Levantó su pulgar en el aire, continuó: “El pulgar es lo que nos permite agarrar cosas“. Y en ese momento miré mi pulgar y entendí que por él, soy humana. Que por el pulgar, podemos agarrar cosas, podemos construir, cocinar, coser, dibujar, escribir, manejar, tocar instrumentos. Y todo esto nos hace humanos. 

Diego Rivera, un gran utilizador de su pulgar, en 1934, impregnó en su mural, con cemento y pigmentos, a El hombre controlador del universo, colocando en el centro de los 51.1m2, el pulgar, el ejecutor de sostener y presionar los movimientos de la revolución. En el filme de Farocki, Como se ve (1986), presenciamos en tres ocasiones dos manos robóticas. La primera está al inicio: un disco de varios gramajes en su circunferencia, gira sobre su propio eje, mientras que una mano robótica estática abre y cierra los dedos en una especie de práctica, prueba motriz. Esta imagen la volvemos a ver más adelante. La segunda mano se encuentra sobre una mesa y hacia arriba, conectada a una mano humana por sensores electromagnéticos. La mano humana se cierra, la mano robótica la imita. Sin embargo la mano robótica nunca es capaz de realizar el movimiento del pulgar humano.

Es entonces que Farocki nos vino a reformular con su filme que el pulgar no sólo nos diferencia del mono y de los otros animales sino que por sobre todo, es lo que nos diferencia de la máquina. Qué tal si por un momento pensamos por definición y no por comparación, y decimos que lo que nos humaniza, son los pulgares. De cierta forma, hacer esta afirmación nos hace reducirnos a que somos y existimos porque podemos tomar herramientas y construir, trabajar. Desde una perspectiva marxista, ésta es una afirmación, no sólo absoluta, sino que indiscutible. Pero si pensamos en qué otros fines tiene el pulgar, qué otras experiencias nos permite transitar el pulgar, lo podemos vincular a un complejo sistema nervioso, que definimos como tacto. El tacto nos permite sentir texturas y temperaturas. Y no creemos casual que hoy en día la tecnología intenta cada vez más buscar lo liso, lo plano, la pantalla infinita touch. Dejamos de sentir el click del botón, el relieve de los bordes, la rugosidad del grueso plástico. ¿Será entonces que a mayor tecnología menor es nuestro nivel de sentir? ¿La deshumanización?

Claramente estamos frente a un filme que representa la lucha del trabajador, así como también Einsteintein, en 1929, nos muestra una lucha entre el humano y la máquina, Lo viejo y lo nuevo (La línea general). De razonamiento muy lógico, al final de la película, la máquina no puede existir sin el hombre. La máquina necesita ser controlada por una mano humana, por un pulgar oponible. Volvemos a Diego Rivera. Y en 1986, Farocki hace un remake de la misma idea, una versión posmoderna. Y en el 2025 seguimos hablando de lo mismo: la inteligencia artificial parece estar acaparando todos y cada uno de los temas en conferencias, ferias, encuentros. Es como si el ser humano estuviese en una constante búsqueda por producir más, abastecer más, pero le aterra la idea de que lo que propone lo destruya. Este miedo del hombre a ser reemplazado por las máquinas es, y sigue siendo, el eterno terror. Los robots que hacen pizza, van a dejar sin trabajo a los pizzeros.

La humanidad se dirige desde la revolución industrial, y de manera desenfrenada, hacia la automatización de todo, dándonos así el maravilloso permiso de agotar cada segundo de nuestras existencias en producir para consumir. Mientras menos tiempo tenemos que invertir en cosas de humanos, más tiempo tenemos de deshumanizarnos. Cosechar, cazar, cocinar, recolectar, tejer, son actividades humanas que ya han sido eliminadas de nuestras rutinas. ¿Qué otras actividades humanas seguirán siendo eliminadas? ¿Bañarnos, comer, amarnos? En las artes plásticas lo podemos ver, la contemporaneidad ha dado espacio cada vez más a un arte comandado por humanos, elaborado por máquinas. Pintar, esculpir, tejer, prácticas de un pasado. En la música, en la literatura, en el cine. La tecnología, la industrialización, ¿reemplaza la humanización de las actividades? ¿Del sentir?

Entonces, el dilema en cuestión: aceptar el curso natural humano de sustituir nuestro trabajo, versus resistir desde lo individual, en el mejor de los casos, desde lo colectivo, y empujar para volver al origen. ¿Estamos dispuestos a dejar lo que conocemos? ¿Somos realmente capaces a esta altura de volver a la simplicidad de la humanidad? ¿Podemos encontrar el punto medio entre humanización y maquinaria? ¿Es el trabajo artesanal, manual, la única manera de definir trabajo?¿Es una paranoia pensar que nos estamos reemplazando? ¿Es la industrialización aceptable siempre y cuando no intente imitar partes humanas? Éstas son algunas de las preguntas que Farocki nos presentó hace 38 años. El tiempo ha respondido algunas. Otras, tan actuales, nos las seguimos haciendo.


Milena VolonteriComment