AGARRANDO PUEBLO
Una película en donde mirar(nos)
Escrito por Francisco Marise
Es el día 10 de Abril del año 1978 y el joven cineasta Luis Ospina vive desde hace varios meses en París. Está entusiasmado, acaba de terminar de montar su última película en una moviola que le alquiló al cineasta Chris Marker (a quien nunca conoció personalmente). Conversa y discute por correspondencia con su admirado amigo Carlos Mayolo, co-escritor y co-director del film, sobre el film. Luis está contento por cómo les quedó la película, eso es lo que le dice a Carlos en su carta, pero ninguno de los dos se imagina que con el paso del tiempo va a ser una obra fundamental para el cine mundial. Ospina también menciona en esas hojas que ese mismo día recibió una notificación del festival de cine Oberhausen, que fue un golpe duro para él, que el filme no había sido seleccionada porque ya había muchos otros latinoamericanos inscriptos. La película se llama Agarrando Pueblo, dura 28 minutos, fue producida y rodada en 16mm en Santiago de Cali, Colombia, Latinoamérica, y editada en la ciudad de la Luz.
Veintiocho años más tarde de la redacción de aquella carta me encuentro en una sala de cine en Cuba, se apagan las luces y comienza una proyección de Agarrando Pueblo. Al título del filme sobre fondo negro le sucede la placa que da cuenta de quienes son sus dos autores materiales-intelectuales. Enseguida aparece el primer plano del film, que será un plano secuencia, en blanco y negro, con sonido directo. Un plano que arranca mostrando la claqueta de rodaje sostenida frente a la cámara por algún asistente de dirección del equipo técnico que lee en voz alta lo que en ella se escribe «Agarrando Pueblo, Escena A, toma 1», y la voz dice «acción». Y la claqueta sale de cuadro y la cámara avanza en un travelling que se desplaza por una vereda céntrica de Santiago de Cali hasta detenerse frente a un equipo de filmación colombiano contratado por la televisión europea que rueda un documental sobre ciudadanos marginales para retratar cómo se vive la miseria en los países tercermundistas. Los peatones caleños se detienen curiosos alrededor del rodaje y el director les pide que hagan espacio porque necesitan filmar mejor y le indica a su camarógrafo que harán una segunda toma del viejo que está tirado en la calle pidiendo limosnas. Empieza la toma y Agarrando Pueblo comienza a verse en colores. Lo que se ve es lo que encuadra el camarógrafo que realiza el documental para Europa: al viejo sentado en el suelo, contra una pared, con un tarro en la mano, en colores. Lo que se escucha es el sonido directo, el director le dice al viejo: «mueva el tarro, mueva el tarro». Todo esto sucede en menos de un minuto. Y enseguida vuelve el blanco y negro. Y así, aparentemente, el dispositivo y la forma de Agarrando Pueblo quedan presentados: en colores el documental que está siendo rodado por encargo para ser mostrado en el viejo continente; y en blanco y negro el documental sobre el rodaje del documental, su detrás de cámara. Y es en ese contraste donde emerge naturalmente una pregunta con su respuesta inevitable: ¿es la realidad aquello que registra la cámara y luego vemos en la pantalla; o será que lo que vemos es una construcción de la realidad que crea la cámara?
Y como un tren sin frenos, Agarrando Pueblo sigue proyectándose en aquella sala de cine cubana. Avanza, pasando del color al blanco y negro en las escenas siguientes, evidenciando cómo el equipo de filmación de ese documental hecho por encargo para los europeos busca, encuentra y filma por la ciudad de Cali a nuevos personajes marginales acosándolos irrespetuosamente con su cámara.
Y Agarrando Pueblo llega a lo que pareciera ser su última escena. Es que el equipo de filmación del documental hecho por encargo rueda en la última locación, con el guión aprendido por todos los personajes (marginales o no) mientras el entrevistador baja línea mirando a cámara diciendo un mensaje amarillista, uno como los de esos noticieros sucios que transmiten por televisión. Pero entonces lo inesperado sucede, un tipo flaco se va infiltrando provocativamente dentro de la puesta en escena a la cual no pertenece. Se interpone entre los entrevistados y la cámara en colores hasta interrumpir la escena guionada por completo. Es el héroe del film, el verdadero protagonista. Y desafía la cámara haciendo muecas, burlándose del oportunismo descarado de los realizadores del documental europeo, mirando a través del lente a los espectadores de todas las salas en donde esta película se ha proyectado y se proyectará, diciendo: «¡Ajá, con que agarrando pueblo!». E inmediatamente la cabeza de los espectadores entra en cortocircuito.
El intruso, este tipo flaco, dice la frase tal cual la dijo seis años antes, cuando era el mes de Agosto del año 1971, cuando Carlos Mayolo y Luis Ospina rodaban Oiga Vea (1972), en el barrio El Guabal de Cali. Y como ninguno de los dos había escuchado nunca esa expresión, le preguntaron por lo dicho y él les contestó: «es que aquí vienen todos los gringos a tomarnos fotos y a filmarnos y uno no sabe qué hacen con esas imágenes o a dónde van a parar». El hombre se llama Luis Alfonso Londoño, ahora es el protagonista de Agarrando Pueblo y su frase le da el título a la película.
Y entonces el productor del documental hecho por encargo para el viejo continente trata de convencer a Luis Alfonso Londoño para que se tranquilice y deje terminar el rodaje. Pero Londoño no se tranquiliza nada y Agarrando Pueblo se aproxima a su clímax. El productor intenta sobornarlo dándole dinero y Londoño se pone más loco: agarra los billetes, se baja los pantalones, da media vuelta para que la cámara vea esta profanación del capitalismo en colores y se los pasa por la raya del culo, como si se lo limpiara con billetes. Y Londoño, como está fuera de control, agarra un machete y comienza a correr a la gente desafiándola hasta lograr, finalmente, sacar a todas las personas del lugar.
Ya solo en la locación, encuentra una lata de fílmico que se le olvidó al equipo de rodaje, la abre, y se enrolla a sí mismo con el rollo de la película. En eso, mirando a cámara, dice «Corten!». Y el dominado se convierte en dominador por tan solo unos segundos, dado que acto seguido, mirando fuera de campo, lanza una pregunta inesperada «¿Quedó bien?». Y en ese preciso momento es cuando nos terminamos de enterar de que Mayolo y Ospina eligieron en este filme llegar a la verdad a través de la mentira porque todo lo que acabamos de ver se revela como un gran montaje, como una gran construcción cinematográfica, y los parámetros de mentira y verdad se han corrido nuevamente. Otra vez el cortocircuito. «El cinéma vérité al servicio del cinéma mentiré» dijo Ospina en alguna entrevista que ya no recuerdo dónde leí.
Vale aclarar que Agarrando Pueblo fue realizada en una Colombia en la que los cortometrajes habían empezado a estar subvencionados por el estado y por eso debían ser exhibidos obligatoriamente en las salas comerciales. Esa política generó, lógicamente, mayor cantidad de producción; pero también fue utilizada con conveniencia por mucha gente que no se interesó en lo más mínimo por pensar el cine ni en reflexionar sobre su realidad cotidiana. Y eso sucedió en un momento extraño para Latinoamérica, dado que el llamado «nuevo cine latinoamericano» había comenzado a confundirse y a diluirse en un «cine social», irreflexivo, que se estaba poniendo de moda. Contra esta tendencia existe Agarrando Pueblo, realizada por cineastas cinéfilos que también hacían uso de la crítica en papel, pero esta vez eligieron el cine como medio para criticar al cine.
Y arranca la última escena de Agarrando Pueblo, ahora sí, y Luis Alfonso Londoño, el intruso, el nuevo justiciero del cine latinoamericano, es entrevistado por Carlos Mayolo y por Luis Ospina. Sentados los tres en el piso, conversan como pares, sobre la película, y Londoño es el que habla de cine.
Tres décadas más tarde del rodaje de Agarrando Pueblo, Luis Ospina declara en la revista sobre este filme en South as a State of mind:
Yo creo que en casi todo los estudios y análisis sobre la «ética de filmar al otro» Agarrando Pueblo debería ser un referente obligatorio, aunque también deberían estudiarla en otras disciplinas. Es que esta película es un tratado de cómo (no) acercarse al otro.
Es una película muy lúcida e inteligente; muy sensible también. Un film que utiliza el sarcasmo mezclado con una sana insolencia, logrando finalmente ese humor sutil que la convierten en una película muy seria. Una película que sigue y seguirá siendo un lugar en donde mirar(nos). Sobre todo hoy en día, que el humor se va perdiendo por la inquisición de la corrección política y porque «being a filmmaker is so cool» (solemnidades y frivolidades de por medio).
La cosa es que en el año 1979, un año después de aquella carta que le escribía Ospina a Mayolo desde París, Agarrando Pueblo fue seleccionada finalmente en el Festival de cine de Oberhausen y ganó el premio Interfilm. Ahora está online en la plataforma digital MUBI, ¡vayan, oigan y vean!
¡Ah, me olvidaba! Junto con la película, sus dos autores escribieron un texto que ellos mismos repartían en algunas proyecciones, texto que se puede leer en muchos sitios. Se llama «¿Qué es la porno miseria?» y sobre el final dice:
Cada tanto vuelvo a ver Agarrando Pueblo y un pensamiento ineludible se me repite: «¡esta película vino del futuro!». Será que me provoca, cada vez, será que me transmite su impronta punk. Será que me parece.
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