VIDEOCLIPS
por Zadiel Blanco
Mi hermano, Rodrigo, tiene 12 años y su vida es muy Minecraft, Among Us y Fortnite. Cuando nos sentamos a hablar es poco lo que podemos decirnos. Quizá es la brecha generacional o la telepatía silente de lo cotidiano. ¿Qué sé yo? Eso no quita que quiera decirle cuánto lo quiero o que me preocupo por él. Y para hacerlo encontré mi manera: viendo videoclips juntos. Pongo YouTube y mientras Robbie Williams se desprende la piel cantando “Rock DJ”, yo le digo –con el lenguaje de las imágenes ajenas-: “Rodrigo, usted es importante para mí”.
Otro ejemplo. El otro día estaba en casa de una nena, no en plan romántico; era cosa de tardear, conversar un poco y tomar una taza de café regalada. Por alguna razón, que no puedo definir ahorita, las palabras no andaban finas. Los temas se acababan rápido y esos silencios incómodos que dicen “tenemos poco en común” consumían lentamente una tarde destinada al fracaso dialéctico. La solución era sencilla. Terminar la taza de café, inventar una despedida amable y “chau-chau, ojalá nos volvamos a ver pronto”. Pero no podía, andaba en carro y había restricción vehicular hasta cierta hora (lo anterior era una de las medias sanitarias impuestas por el Ministerio de Salud de Costa Rica para evitar la propagación del Covid-19). O sea, a estar ahí sí o sí. Tocó improvisar, entonces: ¡A ver videoclips! Pongo YouTube y las horas no dejaron rastro mientras veíamos todos los videos del grupo ruso Little Big (completamente recomendado para quien lea esto). ¿Y qué pasó? La tarde de los silencios se llenó de música.
Igual, este texto no va de los artificios que me invento cuando no sé de qué hablar con la gente. Este texto va de los videoclips, los cuales son más que un simple formato audiovisual, son una forma de conversar, una historia con un código narrativo distinto que se le regala a la otra persona. Es una arquitectura del lenguaje: mini catedrales de lo visto y lo oído. En cada videoclip hay una máquina del tiempo personal que nos lleva al momento de la pieza o a un momento nuestro, en que la vida nos sucedía de otra manera.
En sí mismo, el videoclip es un manifiesto cultural, un documento histórico que trasciende la imagen y el sonido y se coloca en la memoria colectiva como un souvenir del “ahora”, que siempre va a ser ese siempre. ¿El Mundial de Fútbol sería el Mundial de Fútbol sin “La copa de la vida” de Ricky Martin? ¿Cuánta tristeza y rabia le habría faltado a muchas adolescencias sin “Smells like teen spirit” de Nirvana? ¿Tendría el rey del pop su corona sin “Thriller”? Hay un fragmento del mundo como lo conocemos que se debe a los videoclips. Así como las guerras, las elecciones presidenciales o los atentados terroristas; pero en plan bien… en plan colores.
Por otro lado, no sólo es el impacto colectivo de un metraje musical, es también ese recuerdo privado. ¿Cuántos padres recordarán las pajas que se hicieron con “Boys (Summertime)” de Sabrina? ¿Qué sería del perreo sin “La gasolina” de Daddy Yankee? Es más, personalmente estoy seguro de que no habría soportado, en secundaria, levantarme temprano en la mañana sin encender el televisor y escuchar “Mr. Brigtside” de The Killers o Don de Miranda! en MTV –cuando era MTV.
El videoclip es del artista que lo interpreta y del realizador que se lo inventa; pero también — como en cualquier otra expresión artística — es del espectador que se lo guarda para sí y con él construye el retrato de un momento: para decir algo, para callar algo, para sentir algo, para formar parte de algo. En términos generales, el videoclip es al audiovisual, lo que el poema a la literatura.
Estoy seguro de que ni Elvis, vestido de reo y deslizándose por una mesa en “Jailhouse Rock”, ni los Beatles paseando por los “Strawberry Fields”, calcularon la fuente inacabable de imaginación que abrieron con los videoclips. Al enrollar, en una relación abiertamente amorosa, la música con el video surgió uno de esos milagros de la existencia; acto creativo sólo comparable con el primer pececillo que decidió abandonar el mar o aquel primate que se irguió para ver más allá del pasto de la sabana.
Hijitos divertidos del cine, as bajo la manga de la publicidad, llavecita de miradas para los cantantes, dedicatoria de amor, tema de conversación, gimnasia técnica de las imágenes, cinco minutos bien invertidos: videoclips, príncipes consagrados del entretenimiento. Llamémoslos como sea, elijamos el que sea, pero que no se nos acaben nunca.